domingo, 28 de diciembre de 2014

Cynthia Ozick: «Europa debería afrontar de nuevo su despiadada historia»

Puttermesser», inédita en español


Los caprichos de la industria editorial española han hecho que Cynthia Ozick (Nueva York, 1928), una de las grandes de la literatura anglosajona del siglo XX, haya pasado más o menos desapercibida en nuestro país. «Los papeles de Puttermesser» (Mardulce), novela inédita hasta ahora en español, es una espléndida oportunidad para reivindicar la figura de esta «Emily Dickinson del Bronx».
Su obra, crecida al amparo de Henry James (su héroe literario), ha definido como pocas las sombras de la inmigración, las cicatrices del Holocausto (ella es judía) y la construcción de la identidad cuando todo, salvo uno mismo, está perdido. A sus 86 años, Ozick sigue escribiendo sin premura ni descanso y respondió, vía e-mail, la llamada de ABC Cultural. Lo hizo a su manera, tomándose «la libertad de abordar muchas» de las preguntas que recibió «como un todo puntillista, en lugar de tratar de responderlas una a una».
«Para empezar -asegura la escritora-, su pregunta más intrigante: sí, creo en la verdadera existencia de la musa; conozco bien su carácter y la puedo describir. Es implacable. Acecha siempre en segundo plano, suspendida del techo o agazapada bajo una silla. Si intentas asustarla, permanece obstinadamente presente, molestando, reprendiendo, exigiendo. Interrumpe las comidas, no te deja dormir, y si echas una cabezadita, te persigue en sueños.»
«A mí me invadió por primera vez -añade Ozick- cuando era muy joven, y nunca desde entonces me ha concedido un momento de paz. La reconocí de inmediato, incluso de niña. Así que cuando me preguntan, como usted ahora, qué me lleva a escribir una novela y si he nacido para ser novelista, sólo puedo decir que yo no he tenido nada que ver, me ha sido impuesto; nunca ha sido una cuestión de personalidad.»
«En cualquier caso -concluye la autora-, pasaron años antes de que me sintiese capaz de afirmar que era escritora. Aunque escribía constantemente, no me permití dicha afirmación hasta que dispuse de un número adecuado de publicaciones. Para entonces, por supuesto, me había convertido en una especie de fanática, ‘‘normal’’ en apariencia, pero una anomalía en la sociedad (como lo es, por naturaleza, todo escritor obsesionado con las palabras), y prefería las ideas a la cháchara, y respirar libre en soledad y en el silencio de la noche. Es entonces cuando uno se libera de la musa y de sus incesantes arengas: viendo que ya no es útil (¡como si alguna vez lo hubiese sido, esa bribona!), huye al fin.»
- ¿Alguna vez ha pensado en el alivio que supondría decir basta, ya no escribo más?
- Me pregunto si esta cuestión está relacionada con la famosa confesión de Philip Roth: «Se acabó la lucha». Esto da a entender que el escritor ha estado, casi en todo momento, libre de la abrumadora interrupción externa. Un escritor que está sometido a interrupciones constantes no encontrará alivio en que se le permita parar, sino en que se le permita seguir, seguir y seguir.
- Ha escrito poesía, novelas, relatos cortos, ensayos...
- Escribí poesía de manera obsesiva en la adolescencia y hasta mediada la treintena. Alguien -¿T. S. Eliot o Goethe?- comentó que todo autor es poeta hasta los 35, pero sólo los verdaderos poetas lo siguen siendo; los demás pasan a ser meros escritores. La atracción de los relatos era, supongo, mayor. Un relato corto, construido como está sobre un solo destello revelador, su «epifanía», se acerca más en esencia a un poema. Pero una novela permite muchos de esos destellos, porque teje y teje su complejidad con múltiples hilos.
- ¿Cree usted en la literatura?
- Ah (suspira), sí. Por eso no acepto ningún enfoque, aparentemente literario, sobre la edad de un escritor. La palabra y la obra son intemporales. De modo que cuando me pregunta si el sentimiento que experimenté con mi primera publicación es distinto al que siento ahora, me siento sencillamente perpleja. La publicación (¡impresión, semiobsoleta impresión!) produce un sentimiento de culminación del que ningún escritor, novato o veterano, puede prescindir.
- ¿Tiene una noción platónica del escritor?
- Sí. La palabra disuelve el tiempo. Con ella podemos asociarnos con los antiguos, y penetrar en todos los credos y mensajes del mundo, y atisbar indicios del conocimiento y la sabiduría y, en último término, del amor y la mortalidad.
- ¿Puede un escritor evitar la ambición? ¿Qué opina del reconocimiento? ¿Piensa que sus libros la sobrevivirán?
- La ambición no tiene importancia literaria; es ansia de poder y fama. Aun así, puede ir, y a menudo ha ido, asociada con la escritura. Pero el de escritor es en esencia un trabajo humilde, plagado de hirientes dudas sobre uno mismo; aunque escribir sin reconocimiento significa un eclipse demoledor y doloroso. Estoy segura de que mis libros no me sobrevivirán: ¿con qué frecuencia lo hemos visto entre nuestros contemporáneos, aquellos que en otro tiempo estuvieron en boca de todos (y yo no lo estoy) y, al morir, mueren dos veces?
- El Holocausto figura en muchos de sus relatos. ¿Siente que es un tema que debe afrontar en su obra?
- Es un «tema» (qué palabra tan anodina para una matanza tan masiva y brutal) que me busca y me atrapa, incluso contra mi voluntad. Pero es Europa en particular, a pesar de las beaterías de sus múltiples monumentos, la que debería afrontar de nuevo su despiadada historia. En especial en este momento, cuando el «nunca más» se ha transformado en el «hagámoslo otra vez» de Hamás. Un sentimiento cordialmente, a veces alegremente, acompañado por un aterrador resurgimiento del antisemitismo en las grandes capitales de Europa.
- ¿Cuáles son las razones de ese antisemitismo?
- Siguen dando viejas «razones» como el libelo de sangre, nuevas «razones» como las mentiras, los engaños y los bulos demonizadores del antisemitismo, que hoy lleva la máscara fraudulenta del antisionismo. No faltan las falsedades derogatorias que adoptan la apariencia de una «razón». Quizá todo antijudío mantenga oculto un retrato de su propia alma y, al reflejarse en él, le revele la verdadera razón para odiar a los judíos: la depravación hasta la médula del que odia.

Mujer para archivar