domingo, 20 de septiembre de 2015

Wiesenthal, el cazanazis, intacto - Elías Cohen


                                                                    
Elias Cohen ( autor de este artículo )

Cuando adquirí la mayoría de edad me encontraba profundamente conmocionado después de leer Justicia, no venganza. Al cerrar el libro, me hice con una foto de Simon Wiesenthal y la estampé en la pared de mi habitación. Parecía que, después de todo, existían héroes de verdad, y no sólo los que me hacían soñar con tal posibilidad, como Batman, que también estaba en esa pared desde hacía mucho más tiempo -aún no tenía presente aquello que dijo Disraeli: "a menudo, los héroes son desconocidos".
Situé entonces a Wiesenthal en el ideal de héroe hecho persona: alguien que después de sobrevivir al crimen más horrendo de la historia de la humanidad, entendió que su supervivencia no le pertenecía, y por tanto dedicó el tiempo que le quedaba a obtener la justicia negada a millones de víctimas inocentes. La unanimidad en torno a la misma idea era casi completa. Ronald Reagan se mostró contundente cuando invitó al célebre cazanazis a la Casa Blanca: "es uno de los héroes del siglo XX". El presidente del Consejo de Europa, Terry Davis, al fallecer Wiesenthal, ensalzó su figura declarando que "sin el esfuerzo incesante de Simon Wiesenthal para encontrar criminales nazis y llevarlos ante la justicia, y para luchar contra el antisemitismo y los prejuicios, Europa nunca habría tenido éxito en la curación de sus heridas y en la reconciliación. Era un soldado de la justicia, que es indispensable para nuestra libertad, la estabilidad y la paz".
Es cierto, Wiesenthal se convirtió, en vida, en un mito –algo de lo que pueden dar cuenta sólo unos pocos- y, ahora que ha pasado una década desde su muerte, es una ocasión perfecta para revisitar a un personaje que se erigió como la conciencia viva del Holocausto y de la búsqueda de justicia.

La deconstrucción de un mito

Los años pasaron desde aquella tarde en que acabé la autobiografía de Wiesenthal, y en 2010, el historiador israelí Tom Segev publicó el libro Simon Wiesenthal: The Life and Legends, desmontando su figura, retratándole como un ególatra, un contador de historias y un buscador de fama -pese a que alababa sus esfuerzos para que no se perdiera la memoria del Holocausto. Guy Walters, historiador y periodista británico, fue mucho más duro un año antes en su libro Hunting Evil: The Nazi War Criminals who Escaped and the Dramatic Hunt to Bring Them to Justice y lo tildó directamente de mentiroso y manipulador.
Tanto Segev como Walters basan su deconstrucción del mito en dos pilares: las incongruencias en la biografía de Wiesenthal durante la Segunda Guerra Mundial y su papel como cazanazis.
Simon Wiesenthal con el actor Ben Kingsley
En primer lugar, hay mucha información vertida por el mismo Wiesenthal, y por sus biógrafos, que no está clara: Walters argumenta que no hay evidencia de que Adolf Kohlrautz ayudara a Wiesenthal a escapar del campo de concentración de Janoswka, existen pocas evidencias de su colaboración con la resistencia polaca; tampoco está comprobado el número de campos de concentración en los que estuvo, se han mencionado desde doce, incluyendo Auschwitz, hasta cuatro -Wiesenthal fue encontrado, famélico y pesando 41 kilos, en una celda de Mauthausen por los marines americanos que liberaron el campo.
Lo primero que hizo Wiesenthal tras reponerse de sus lamentables condiciones físicas fue ofrecerse a colaborar con la oficina estadounidense de Crímenes de Guerra, pero en sus testimonios no habló de Kohlrautz, y tampoco se ha investigado en profundidad sobre su colaboración con partisanos, que según el propio Wiesenthal no habría durado mucho, ya que consistió en pasarles los planos de la línea de ferrocarril oriental en la que trabajaba forzosamente como prisionero de Janoswka. Lógicamente la resistencia polaca no guardaba registros de tales operaciones. Respecto a los campos por los que pasó, se saben con seguridad, corroborado también por Segev y Walters, cuatro: Janowska, Gross-Rosen, Buchenwald y Mauthausen. Una línea geográfica y temporal que lleva a los nazis a trasladarle hacia el Oeste ante el avance de las tropas soviéticas.
En segundo lugar, su papel como cazanazis, según Segev y Walters, también tuvo muchas sombras. Fue Isser Harel, director del Mossad cuando se llevó a cabo la captura de Adolf Eichmann, quien dijo que Wiesenthal no ayudó a encontrarle. Adolf Eichmann fue el oscuro funcionario nazi que llevó a cabo la planificación escalofriantemente bien ejecutada de la Solución Final: el exterminio masivo de los judíos de Europa. El Mossad lo detuvo en Argentina en 1961, en donde se escondía bajo el nombre de Ricardo Klement, y lo llevó a Israel para juzgarle -nota: no dejar de ver la película El hombre que capturó a Eichmann, película protagonizada por Robert Duvall en el papel de Eichmann y que supone un relato inolvidable de la "Operación Garibaldi".
Sin embargo, está demostrado que a partir de entonces Wiesenthal se unió a la nómina del Mossad como colaborador exterior y fue además el primero que situó a Eichmann en Argentina, en 1953, 8 años antes de que el Mossad lo secuestrara y lo llevara a Jerusalén; un dato que hasta Segev afirma.
También hay dudas sobre la cifra de 1.100 criminales nazis llevados ante la justicia gracias a la labor incansable de Wiesenthal. Es una cifra ambigua, es bastante plausible que encontrara tal cantidad de fugitivos, pero la mayoría de ellos no terminaron en condena, o ni siquiera llegaron a juicio. Un caso paradigmático fue el de Karl Silberbauer, sargento de la Gestapo que dirigió la redada que resultó en la detención de la familia de Anna Frank. Silberbauer nunca se sentó en el banquillo, y en una audiencia realizada por la policía de Viena, en la que trabaja como inspector, se le exoneró de haber cometido crímenes de guerra.

El mundo después de la Segunda Guerra Mundial

Entender el mundo que se formaba tras la Segunda Guerra Mundial es necesario para entender a Wiesenthal. Inmediatamente después del devastador conflicto, comenzaba otro: la Guerra Fría. Tanto los aliados occidentales como los soviéticos y sus países satélites estimaron que había mucho capital humano en las filas nazis para la guerra que se avecinaba. La Operación Paperclip, llevada a cabo por la OSS, la precursora de la CIA, reclutó a 1.500 nazis para la lucha contra los soviéticos; bajo la Operación Osoaviakhim, orquestada por el NKVD, que durante la Guerra Fría se convertiría en la famosa KGB, la URSS reclutó a unos 2.000 técnicos militares nazis. Además de todos los responsables de crímenes contra la humanidad que corrieron a esconderse, otros tantos pasaron a las filas de los principales actores de la Guerra Fría. Tres años después de que los alemanes capitularan, los juicios de Nuremberg habían terminado, Goering se había suicidado en su celda, Israel se había creado -aunque no precisamente de forma pacífica- y el temor a una confrontación entre las dos grandes potencias marcaba otras prioridades. Había que mirar hacia adelante y olvidar el pasado. Una idea en el imaginario colectivo que no iba con Simon Wiesenthal. La mayoría de los responsables del exterminio, no sólo de seis millones de judíos -Wiesenthal siempre reivindicó que había más víctimas de la barbarie nazi aparte de los judíos- sino también de medio millón de gitanos, y miles de opositores políticos, homosexuales y personas que, por sus condiciones naturales, no pertenecían al orden ario ideado por Hitler y secundado, ejecutado y permitido por muchas, muchas personas, seguían libres y sin haber pagado por sus crímenes.
Simón Wiesenthal
El objetivo de Wiesenthal, pues, fueron esos ascetas de la muerte, aquellos nombres que no estaban en los titulares de prensa, aquellos que no daban discursos en los mítines del partido nazi; esos que, escudados bajo la cadena de mano o el cumplimiento de órdenes, fueron la mano ejecutora de un plan que anida en los rincones más oscuros de la conciencia de los hombres: aquel por el cual, para alcanzar un orden perfecto y armonioso, era necesario excluir del género humano, mediante su eliminación física, a un grupo de personas por ser o pensar diferente. El orden internacional actual y nuestras democracias se basan fundamentalmente en evitar que esta ingeniería social prevalezca de nuevo como sistema político. Gracias a la repercusión internacional que tuvieron sus investigaciones y sus éxitos -su egolatría, según Segev y Walters- la búsqueda de criminales nazis y la memoria del Holocausto no se apagaron con la Guerra Fría.
Un ejemplo del perfil que perseguía Wiesenthal fue Frank Stangl, responsable del programa de Eutanasia que segó la vida de 70.000 enfermos mentales, y después comandante del campo de exterminio de Sobibor, y posteriormente de Treblinka, cargo por el que se le imputaron 900.000 muertes. Stangl declaró en su juicio: "mi conciencia está tranquila, cumplía con mi deber". Wiesenthal encontró a Stangl escondido en Brasil, después de haber pasado por Italia y Siria gracias a un pasaporte de la Cruz Roja que le dio el obispo austríaco Alois Hudal. Fue juzgado en Alemania Occidental y condenado a cadena perpetua en la prisión de Dusseldorf, en donde murió.

No huyeron como si nada

El mundo quería olvidar, pero Wiesenthal no dejó lugar a esa opción. No si lo que queríamos era no repetir el pasado. Así, Wiesenthal hizo de la búsqueda de nazis su modo de vida. Sobre este modus vivendi su mujer Cyla llegó a decir que "no estoy casada con un hombre, sino con millones de hombres muertos".
Ciertamente, de ser ciertas todas las afirmaciones de Segev y Walters, la leyenda de Simon Wiesenthal, el cazanazis, seguiría intacta. Wiesenthal presumía de tener una gran red de informadores, pero según los historiadores mencionados, esa red no era tal: sólo él y un par de colaboradores en su Centro de Documentación en Viena. Sea como fuere, creó el fantasma, el espectro que no dejó dormir tranquilos a los criminales. Muchos nazis corrieron a esconderse como roedores, y tomaron precauciones porque la sombra de Wiesenthal, el célebre cazanazis, se cernía sobre ellos. Otros acabaron sus días entre rejas, como Stangl. Muchos de los que no logró encontrar, pasaron el resto de sus días intranquilos, con el miedo constante de que algún día Wiesenthal daría con ellos.
Simon Wiesenthal en 1999
Y además, según recuerda la periodista Hella Pick, biógrafa de Wiesenthal, el alcance de su lucha, fue mucho más grande, si cabe:
La imagen popular de Simon Wiesenthal era de un cazador de nazis implacable que estaba decidido a llevar ante la justicia a los perpetradores del Holocausto, incluyendo desde los ‘asesinos de escritorio’ hasta los propios verdugos. Pero, en realidad, su alcance era mucho más amplio. Guiado por un código moral inquebrantable, Wiesenthal insistió en que las personas, nunca los grupos o las naciones, deben rendir cuentas de sus actos. Él arremetió contra los conceptos de culpa colectiva, castigo colectivo y perdón colectivo. Las generaciones posteriores tenían que estar convencidas de que son los individuos los que deben tener la responsabilidad de protección contra el resurgimiento del nazismo.
No conocemos con exactitud las circunstancias de la lucha de Wiesenthal, sí sabemos, en cambio, que sus deseos se cumplieron:
Quiero que la gente, cuando mire atrás en la historia, sepa que los nazis no fueron capaces de matar a millones de personas y huir como si nada.
Simon Wiesenthal, que fue un ejemplo de tenacidad y compromiso para con los millones que fueron asesinados como resultad del tenebroso plan del nazismo, nos enseñó que aquellos que hacen el mal no pueden quedar impunes. Por ello, estaremos siempre en deuda con él, y su foto podrá seguir teniendo hueco en la pared de los adolescentes que buscan héroes de carne y hueso.
Elías Cohen, analista político. Autor del blog carreterabirmania.com
Fuente Libertaddigital.com