miércoles, 27 de enero de 2010

LAS SIETE VIDAS DEL PRESO DE AUSCHWITZ - BIRKENAU - Sal Emergui , corresponsal de "El Mundo" en Jerusalén


TEL AVIV. Detrás de este hombre de 85 años, amable sonrisa y timidez indescriptible, se esconde la increíble historia de un valiente superviviente judío del Holocausto. Con espectacular precisión, Zeev Londner recuerda los años en los que gran parte de su familia y su pueblo fueron asesinados por la maquinaria nazi. Sobrevivió luchando. Participó en la resistencia del gueto. Llegó con una pistola escondida al campo de exterminio de Auschwitz-Birkenau y vio cómo el Dr Mengele decidía quién y cuando se moría en las cámaras de gas. Autor de varias evasiones sin éxito y un afortunado salto desde un tren en Alemania, hoy ha decidido contarlo todo a ELMUNDO.ES.

“No me gusta explicar mi historia pero es una obligación dar mi testimonio en un día como éste”, dice Londner en el 65º aniversario de la liberación de Auschwitz-Birkenau. Nació en 1924 en la localidad polaca de Bendin y tras estallar la guerra, fue testigo de su primera experiencia traumática: “Los alemanes ocuparon la ciudad y concentraron a judíos en la plaza central. Invitaron a la gente para ver cómo les ahorcaban. Era un niño y me acuerdo que, al volver a casa, pregunté a mi padre por qué uno de los ahorcados se hacía pis en los pantalones”.
En el 41 se creó el gueto de Bendin. Aunque era muy joven, se integró a la resistencia e incluso robó una pistola a un guardia alemán. En la noche del 30 de julio del 43, los nazis eliminaron el gueto donde vivían cerca de 30.000 judíos. Su odisea de supervivencia tomó otra dimensión

“El 1 de agosto del 43 llegué al campo de Birkenau con la pistola escondida. Mengele estaba allí haciendo la selección. Los viejos y niños a la derecha, donde eran amontonados en camiones camino a las cámaras de gas. Los más jóvenes a la izquierda para trabajar. Anduvimos 400 metros y nos ordenaron esperar. Aproveché ese momento para esconder la pistola bajo tierra”, nos cuenta.
Si no lo hubiera hecho, sería uno más del millón y medio de judíos asesinados en Auschwitz-Birkenau. “Tuve suerte de deshacerme del arma porque enseguida nos registraron. Nos desnudaron, afeitaron todo el cuerpo y tatuaron el número en el brazo. Nos pusieron los pijamas de presos”, explica. Los nazis hallaron la pistola y amenazaron con matar a todos los presos si el dueño no se identificaba. Londner recuerda que “muchos sabían que era mía pero nadie me delató. Estuve a punto de levantar el dedo pero gracias a mis nervios de acero no hice nada. Ese día el alemán nos perdonó la vida”.
Al cabo de unos días, presenció una pesadilla: “Mi padre tenía 45 años. Tras extenderse la disentería, Mengele hizo una nueva selección. Desnudó a los presos para ver quién sufría disentería que también afectó a mi padre. Les dejaron toda la noche desnudos y bajo un frío mortal. Pude llegar y ver las últimas horas de mi padre. Al amanecer, les llevaron a todos a las cámaras de gas”.
El destino de su madre fue también dramático. Tras la guerra, Londner se encontró con una mujer que coincidió con ella. “Me contó que mi madre llegó a Auschwitz con mi hermano pequeño Efraim, de 9 años. Mengele les separó mandando el niño a la muerte y ella al trabajo. Mi madre se negó a separarse de Efraim y Mengele le hizo ´el favor´ y aceptó que fueran juntos hacia las cámaras de gas”.
Tras ver que su padre no salía de lo que los nazis llamaron “duchas para necesidades especiales” y entender que el campo era una fábrica de muerte, Londner decidió huir. Mejor morir en el intento que depender del capricho de Mengele. “Mi hermano y otro prisionero saltamos una verja pero nos pillaron y nos enviaron a Auschwitz I donde por primera vez vi el cartel en la entrada: Arbeit Macht Frei (el trabajo os hará libres)”.
Sentenciados a muerte, las SS dudaban si fusilarles o ahorcarles. Los tres fueron destinados al temible Bloque 11, de donde pocos salieron con vida. El Kapo les dijo en yidish: “Estáis aquí solo dos meses y ya habéis intentado escapar. Sois unos héroes”.
Gracias al Kapo solo fueron castigados a volver a Birkenau. Desprovistos de miedo en un lugar donde respirar era un lujo, intentó huir otra vez. Pero fue cazado y, como todos los presos, fue obligado a andar tres dias en la llamada "marcha de la muerte". Después, fue subido a un tren a Alemania. Quedaban pocos dias para el final de la guerra y del Holocausto. Londner y sus dos camaradas saltaron del penúltimo vagón. Estaban en plena Alemania vestidos con los famosos pijamas de rayas pero respirando por primera vez la libertad. Tuvieron suerte. Minutos después, la Gestapo frenó el tren y fusiló a todos los prisioneros. Tras una semana escondidos en un bosque, se toparon con los tanques soviéticos. De ahí, Londner volvió en carro a su Bendin natal. En el 48, llegó a las costas del recién creado Estado de Israel para participar en la guerra de su independencia.

65 años después, más viejo pero con los mismos nervios de acero, saborea su té con tranquilidad. “Si he sobrevivido tantos momentos de peligro se debe a que de niño fui boyscout”, resume con una media sonrisa.
Cada año mueren más supervivientes y aumenta el temor al olvido. Londner responde: “Soy optimista. Los judíos recordamos en la Pascua (Pesaj) la salida de Egipto hace miles de años, ¿no vamos a acordarnos del Holocausto?”.

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