martes, 8 de junio de 2010

ISRAEL Y LAS FLOTILLAS , por Carlos Alberto Montaner


Como se preveía, el barco Rachel Corrie fue abordado por comandos israelíes y llevado al puerto de Ashdod. Antes, lo conminaron a retirarse o a dirigirse voluntariamente a territorio hebreo. Los judíos no podían hacer otra cosa: si lo dejaban llegar a Gaza le seguirían otros, y otros, hasta que se produjera una verdadera catástrofe.

Dentro de la torcida lógica de los extremistas islámicos, no hay acto éticamente más valioso que el martirio. El propósito no es abastecer a los habitantes de Gaza, sino generar un conflicto, llamar la atención, subrayar la imagen de un Israel perverso que acogota a los pobres palestinos y, si se puede, ascender al cielo a reunirse con las huríes de cejas negras para gozar mil años de la incombustible virginidad de estas complacientes muchachas prometidas por el Corán.

Lula da Silva aseguró que Israel no tenía derecho a hacer lo que hizo y habló de un "bombardeo" israelí contra la flotilla. Ecuador llamó a consultas a su embajador. Nicaragua rompió relaciones con el Estado judío. Hugo Chávez, que ya lo había hecho, al igual que Evo Morales, lo maldijo en un tono airado y aseguró que un comando del Mossad intentaba matarlo. (¿No será un comando de la Organización Contra la Estupidez Humana?). El Gobierno de Raúl Castro se apresuró también a la condena enérgica.

Israel tiene un gravísimo problema de comunicación. Para mucha gente, haga lo que haga, es culpable aunque demuestre su inocencia. Es el único Estado del planeta que no tiene derecho a defenderse. Sus enemigos siempre esperan que se deje aplastar dócilmente. ¿Por qué? Porque los elementos antidemocráticos –especialmente, en la izquierda del espectro político–, mezclando antisemitismo, antisionismo y antieconomía libre en el mismo odio profundo y visceral, lo han convertido en el enemigo perfecto. No ven el asombroso desarrollo técnico y científico del país, ni sus libertades, ni sus instituciones democráticas. Para ellos, sólo es la punta de lanza de Estados Unidos y del capitalismo en el Medio Oriente. El antiisraelismo, hoy, es una ideología, como en el pasado lo fue el antisemitismo.

Quieren destruir Israel, y lo intentan. Desde el santuario de Gaza, Hamás ha lanzado cientos de obuses, cohetes y misiles contra poblaciones israelíes. Esas acciones no son cosa de elementos incontrolados, sino actos planeados por la jefatura de dicho grupo terrorista. De ahí que sea muy importante para Israel inspeccionar las mercancías que entran en el territorio: podrían ser pertrechos de guerra. El Derecho Internacional Humanitario, de acuerdo con lo que establece el epígrafe 98 del Manual de San Remo –documento que regula este tipo de conflictos marítimos–, justifica claramente la acción israelí:
Podrán ser capturadas las naves mercantes de las que se tengan motivos razonables para creer que violan el bloqueo. Las naves mercantes que, tras previa intimación, ofrezcan manifiestamente resistencia a su captura podrán ser atacadas.
Exactamente lo que temía el Gobierno israelí: muchos de los activistas humanitarios (no todos) eran, realmente, un instrumento de desestabilización y un brazo de apoyo de Hamás, la siniestra organización terrorista que controla la franja de Gaza. Por eso los jefes de la operación se negaban a utilizar el transporte terrestre ofrecido por Israel. Por eso y porque se trataba, en verdad, de una operación de propaganda basada en la presunción de que los israelíes, presionados por la opinión pública, no se atreverían a utilizar la violencia para detenerlos, lo que les permitió abrigar la fantasía de imaginarse el arribo de la flotilla a algún puerto de Gaza en medio de los vítores de la población palestina.

¿Cuáles son las opciones de Israel? No hay muchas. Mientras Gaza sea un feudo de Hamás, a Israel no le queda más remedio que aceptar que se trata de un enemigo empeñado en destruirlo. A partir de esa melancólica realidad, tiene que forjar su estrategia defensiva hasta que unos palestinos moderados consigan desplazar del poder a los extremistas, estén dispuestos a convivir en paz con sus vecinos judíos y construyan un Estado sosegado y pacífico. Es cuestión de perseverancia.

Afortunadamente, esa es una virtud que abunda en el pueblo hebreo. Les tomó dos mil años regresar a Jerusalén. Y ahí están.
Fuente:libertaddigital.com


No hay comentarios:

Publicar un comentario