miércoles, 11 de agosto de 2010

Cameron no era el hombre - Horacio Vázquez-Rial


Lo deseaba, en parte, porque había que terminar con la etapa Brown, que deberían analizar los psiquiatras antes que los economistas y los observadores; y en parte porque el candidato parecía sensato, al menos comparado con Nick Clegg, con toda su carga progre y ecologeta.

Pero los deseos son peligrosos en general, y aún más en política. No dejaba de alentar, por enésima vez en mi vida, el voto en contra de Brown y de Clegg. De modo que me equivoqué. A la vez que nuestro ex presidente Aznar lanzaba junto a Marcello Pera la iniciativa de apoyo a Israel y volvía a pronunciarse sobre la conveniencia de que Israel, país democrático y de gestación europea, pasase a formar parte de la UE, en lugar de la de día en día más islamizada y filoiraní Turquía de Erdogan, Cameron se esmeraba en anunciar que su propósito era convertirse en "el más sólido abogado de Turquía ante Europa".

El premier británico no se siente en nada obligado ni comprometido con "el continente", y se funda para ello en el hecho cierto de que el general De Gaulle no consideraba europeos a los ingleses, una de las tantas razones que Churchill tenía para despreciarlo. Pero resulta que Cameron es sólo Cameron, y no el sucesor de Churchill en el Partido Conservador y en el gobierno de las islas: no posee tradición alguna que lo una a nada ni a nadie. Ni siquiera la tradición de Disraeli (tal vez le moleste que su país haya tenido un primer ministro judío, como era el caso), que decía que Gran Bretaña no tiene amigos permanentes ni enemigos permanentes, sino sólo intereses permanentes. Y lo digo porque no es nada fácil descubrir qué intereses unen al Reino Unido con Turquía, si es que existen.

La tesis de Cameron, que cree en la existencia de una amplia gama de islames –permítaseme el plural–, es que los europeos "no ven la diferencia entre el islam real y la distorsionada versión de los extremistas" y "piensan que los valores del islam nunca podrán ser compatibles con los valores de otras religiones, sociedades y culturas". Como señala Ed West en The Telegraph, Cameron comete el error de meterse a teólogo, como ya lo hizo en su día Tony Blair al decir que el Corán era un libro "progresista". Como yo soy uno de los que no creen que el islam, en ninguna de sus variantes conocidas, sea compatible con las sociedades abiertas, me pregunto cuánto sabe Cameron sobre el tema, cuántas veces ha merodeado el texto sagrado musulmán y hasta qué punto ha vivido en la realidad de su país, el más directa y frecuentemente amenazado por el terrorismo, con una enorme comunidad mahometana que, al cabo de tres o cuatro generaciones, no se ha integrado ni siquiera en apariencia. ¿O es que quiere que a esa caterva que ya tiene en casa se sumen unos cuantos turcos para educar a los demás en ese islam "real" que sólo vive en su cráneo privilegiado?

Podía haber dudas respecto de Turquía cuando nuestro insoportable presidente de Gobierno empezó a meter bulla con aquello de la alianza de civilizaciones, pero ya no es así: el régimen turco ha dado pasos decisivos en pro de la confesionalidad de un Estado que Mustafá Kemal quiso laico y dejó estructurado como tal, con un ejército capaz de garantizar esa concepción y esa práctica. Fue ese ejército el que permitió que el país entrara a formar parte de la OTAN. Erdogan lo fue desmontando poco a poco, mediante cambios de cargos, jubilaciones, traslados y sustituciones de viejos cargos por otros de nueva formación: el ejército de los Jóvenes Turcos se fue transformando en el de los jóvenes musulmanes. Alejó así el fantasma del golpe de Estado e inició su alejamiento de Israel, país con el cual hasta no hace mucho se hacían maniobras conjuntas, y su aproximación a Irán.

Esos nuevos militares, junto a unos servicios de inteligencia que siguieron idéntico proceso, organizaron políticamente a la OGN que impulsó la malhadada flotilla de Gaza, en la que ocupaba un lugar importante Manuel Tapial, gerente de la distribuidora en España de la Meca Cola, un brebaje fabricado por el antisemita franco-tunecino Tawfik Mathlouthi y vendido al personal solidario-anticapitalista-eco-alternativo con la excusa de que se trataba de "comercio justo y comprometido" –no como el de la Coca Cola– y que "el 10% de las ganancias iban a parar a los niños palestinos" y otro 10% a ONGs del país donde se distribuía. Pues bien, Tawfik Mathlouthi fue juzgado y condenado en Francia por delitos fiscales y contables y Médicos Sin Fronteras del país vecino denunció que no habían recibido ni un euro de la Meca Cola, desmintiendo así esa propaganda. Lo peorcito de cada familia, al parecer, según me informa un lector desde los Estados Unidos.

De esa gente quiere ser Cameron el "más sólido abogado". Y lo dice después de afirmar que Israel había lanzado un ataque sin provocación previa contra el Mavi Marmara, y de afirmar sin rubor que no podía continuar la ocupación de Gaza, olvidando que el último israelí se retiró de allí hace cinco años. "La situación en Gaza debe cambiar. Personal y bienes humanitarios deben circular en ambas direcciones. No se puede permitir que Gaza siga siendo un campo de prisioneros". ¿Qué significa "en ambas direcciones"? Porque las necesidades se cubren desde Israel, y de Gaza sólo salen cohetes y misiles por encima de la frontera; cuatrocientos desde el final de la operación Plomo Fundido, ciento diez en lo que va de 2010.

Como bien sabía Churchill, sólo hay una cosa peor que un primer ministro antisemita: un rey antisemita, por eso se encargó del Inner Circle y de la abdicación del rey Eduardo por vía de un loco amor por Wallis Simpson que el hombre era incapaz de sentir. Pero Cameron es un primer ministro antisemita, claramente proislámico y no euroescéptico, sino antieuropeo. El reloj se le detuvo en 1946, vio demasiadas veces Lawrence de Arabia o es un hombre que no merece el cargo que ocupa. O todas esas cosas juntas. Un peligro, sobre todo cuando en este continente no sobran personalidades de referencia, ni políticas ni morales. Lamento haber creído que era una solución: era un problema.

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