jueves, 5 de agosto de 2010

Israel y sus enemigos - GEES

La vida cotidiana en Israel es una delicia, pero no por la simpatía de los vecinos.

Julio ha terminado con un proyectil lanzado por Hamás desde Gaza a la ciudad costera de Ashkelon. Agosto ha empezado con un par de misiles Grad lanzados contra Eilat, al borde del Mar Rojo, uno de los cuales acabó en la ciudad jordana de Áqaba. El martes, para variar la procedencia y demostrar la inutilidad de la ONU, soldados libaneses han matado a un mando de las fuerzas hebreas. Entretanto Irán, que financia y entrena tanto a Hamás –terroristas suníes escindidos de la Hermandad Musulmana– como a Hezbolá –terroristas chiíes apoyados por Siria y su partido nazi, último gobernante en el mundo tras la deposición de Sadam, para controlar el Líbano y atacar Israel– ha empezado a notar las sanciones para evitar la culminación de su programa atómico.

La prensa dominante, inasequible a la realidad, continúa con su repugnante interpretación. De la violencia es responsable Israel por su intransigencia e insistencia en ocupar territorios que no le pertenecen. El argumento, incluso para la mala voluntad reinante, es cada vez más especioso. Los dos ataques de esta semana proceden, por un lado, del Sur del Líbano, de donde Israel se retiró unilateralmente bajo el gobierno del laborista y hoy ministro de Defensa Ehud Barak, en 2000; y, por otro, de Gaza, de donde se retiró unilateralmente el odiado derechista Ariel Sharon en 2005. Para más inri, se duda de la voluntad negociadora de Israel, cuando el primer ministro Netanyahu, ha declarado una moratoria sobre construcciones en Cisjordania para convencer a la Autoridad Nacional Palestina de integrarse en negociaciones directas, con nulo resultado. Esta ANP es la que sólo domina Judea y Samaria, porque Hamás se ha hecho con el poder en la Gaza de la que el propio Sharon expulsó a 8.000 colonos. Colonos, esta vez cisjordanos, que, suponemos, por caer menos bien a los medios que los terroristas que los han sustituido en Gaza, se han vuelto a convertir, para la prensa, en el único e irresoluble problema de la zona.

Se puede disculpar a los ciudadanos israelíes de no creer en retiradas unilaterales. Se les puede perdonar también por no querer sentirse responsables de Gaza, que era un "campo de concentración" cuando lo controlaban, tras la ocupación de la Guerra de los Seis Días del 67, y que es un "campo de concentración" también hoy cuando ya no lo controlan.

Lo más seguro es que los últimos hostigamientos provengan directamente de Teherán, que, con estas acciones busca provocar a Israel, alimentar la animadversión internacional, y relegitimarse para ganar tiempo en su avanzada carrera nuclear. Mientras tanto evita cualquier ataque contra sus instalaciones, ahora que hasta el jefe del Estado Mayor de Obama ha dicho que es una opción real, y se hace con misiles S300 de defensa frente a ataques exteriores.

Los medios, los presuntos activistas del Mavi Marmara, los jueces "comprometidos", y algunos dirigentes internacionales –convertidos en compañeros de viaje y tontos útiles para la reedición de la Shoah– podrían, en lugar de apoyar a los enemigos de un Estado democrático dedicarse a defenderlo. Harían así inviable el reclutamiento de asesinos por parte de los grupos terroristas –por falta de "causa"– y aislarían a Irán como único régimen monstruoso decidido a la repetición del Holocausto.

Desde su nacimiento Israel ha vivido en zozobra por una permanente guerra de estallidos intermitentes desatados por enemigos en estado de mutación: primero, países árabes, luego, organizaciones terroristas, y ahora, su combinación con la potencia militar del Estado persa.

La paz allí es muy fácil. Basta con dejar vivir a los judíos y abandonar a los que esperan cualquier excusa para la guerra. De paso, compañeros de viaje y tontos útiles se harían un favor a sí mismos. Los que odian a Israel tampoco tienen ningún cariño –en cuanto deje de servirles– por el "progresismo" occidental.
GEES, Grupo de Estudios Estratégicos.

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