jueves, 2 de septiembre de 2010

La hora de Hillary

Barack Obama es el anfitrión, la cara visible de las nuevas negociaciones de paz entre israelíes y palestinos. Las primeras en dos años. Y en Washington. El presidente de EE.UU. se enfrenta así al mayor reto diplomático desde que llegó a la Casa Blanca, sí. Pero será Hillary Clinton la que repartirá las cartas entre el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, y el presidente palestino, Mahmmud Abbás.
La secretaria de Estado será quien los reciba hoy en sus dominios, acompañada por el enviado especial para Oriente Medio, George Mitchell, y el asesor presidencial Dennis Ross, que también ha viajado a Jerusalén para adelantar posiciones.
Hillary recoge así el testigo de su marido, el ex presidente Bill Clinton, que auspició la última gran cumbre en Camp David en el 2000. Grande porque es considerada como la última gran oportunidad para llegar a un acuerdo. Histórica porque ya pasó. Y pasó sin éxito: hubo apretón de manos entre Ehud Barak y Yaser Arafat, pero las negocianiones se quedaron en eso, en un gesto para la foto.
La entonces primera dama y ahora jefa de la diplomacia estadounidense ha sido la verdadera artífice de este nuevo encuentro. Fue ella quien lo anunció hace dos semanas. Fue su equipo el que lideró 17 meses de trabajo para reunirlos en Washington. Y será ella quien moderará una vuelta al diálogo marcada por la construcción de más asentamientos judíos en Cisjordania.
La moratoria que les impide construir expira el 26 de septiembre y de momento Netanyahu no habla claro (sabe que su coalición de gobierno peligra si cede en este asunto) y Abbás amenaza con abandonar la mesa si no se renueva. Los que han vuelto al pico y la pala son los colonos judíos, que tras el asesinato este martes de cuatro de los suyos desafían el proceso de paz retomando las construcciones en varios puntos de Cisjordania.
El primer golpe en la mesa
Por lo visto Hillary ya ha dado el primer golpe en la mesa. Según la prensa israelí, Abbás amenazó ayer con dejar las negociaciones (antes incluso de arrancar) «si una sola casa judía más es construida en los territorios ocupados». Lo hizo en una tensa entrevista con la secretaria de Estado, que al parecer reaccionó airada y exigió al palestino que se deje de advertencias y coopere en el éxito del diálogo.
En su anuncio oficial, Hillary señaló que el diálogo cubrirá todos los escollos que se repiten desde 1979 (la capitalidad de Jerusalén, las fronteras de un futuro Estado palestino, el derecho a regresar de los refugiados palestinos que fueron obligados a abandonar sus hogares y la seguridad de Israel). Lo que no mencionó la secretaria de Estado fue la gran piedra en el camino: utilizar las fronteras israelíes anteriores a la guerra de 1967 como base para negociaciones territoriales.
Tampoco detalló la agenda ni una posible moratoria para las construcciones, imprescindible para Abbás. Por eso los analistas vuelven a subrayar la vulnerabilidad del palestino, débil líder de un pueblo dividido. Y por eso es Abbás, que se reunió en junio con Obama en la Casa Blanca, el que más reacio llega a la mesa. «Esperaba una clara referencia a las fronteras anteriores al 67 y se ha encontrado con otra horquilla de 12 meses para seguir defendiendo su postura a la espera de que los americanos intervengan de forma decisiva», dijo a The New York Times Daniel Levy, ex negociador israelí.
«Seremos socios activos, aunque reconocemos que esta es una negociación bilateral. Ya le hemos dicho a ambas partes que ofreceremos propuestas que sirvan de puente», insiste Mitchell.
Defensora de la comunidad judía
Hillary será pues hoy la anfitriona. Una anfitriona especialmente unida a la rica comunidad judía de su país: uno de cada ocho votantes neoyorquinos (estado que representaba en el Senado) son judíos; el segundo marido de su abuela materna era judío; hasta su yerno, Marc Mezvinsky, recientísimo marido de su única hija, es judío.
Como todos los políticos en Estados Unidos, Clinton mide mucho sus palabras cuando habla de Israel. Cualquier comentario es susceptible de enfadar a los judíos americanos, y ella lo hizo hace tres años apoyando un futuro Estado palestino. Su siguiente movimiento fue asegurar a los líderes judíos que consideraba Jerusalén «la eterna e indivisible capital de Israel», añadiendo que está de acuerdo en mudar la embajada de Israel de Tel Aviv a Jerusalén (EE.UU. nunca ha reconocido la Ciudad Santa como la capial del Estado hebreo).
Fuente:abc.es

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