martes, 14 de septiembre de 2010

Los violines del Holocausto


Éste es el único violín de la colección de Weinstein en el que hay cinco estrellas de David: cuatro en la parte delantera y una en la trasera. Para restaurarlo fue necesario más de un año y medio ya que su propietario lo tocó en las peores condiciones atmosféricas durante la II Guerra Mundial.

La melodía dulce de los violines sonaba cada vez que los trenes cargados de judíos llegaban a los campos de exterminio. "Los nazis no podían ser tan malos si se les recibía con el instrumento preferido por la comunidad semita", pensaban los ocupantes de aquellos vagones. No sabían entonces que esos mismos violines, tocados también por otros judíos deportados, sonarían de nuevo en su camino a las cámaras de gas.

Cuando un judío escuchaba la música de un violín, se sentía relajado, así que los alemanes utilizaban esa circunstancia para que no se rebelaran. "Es una manera horrorosa de engañar a la gente", dice Amnon Weinstein, el luthier israelí que lleva más de 15 años buscando instrumentos conectados con el Holocausto y documentando las historias que se ocultan detrás de sus cuerdas.

Seis décadas después del final de la barbarie, y por primera vez fuera de Israel, se han podido escuchar estos violines durante el Festival Internacional de Sion, una de las citas musicales más importantes de Suiza. Los conciertos han estado acompañados por una exposición en la que, a través de los propios instrumentos y de varias fotografías, se conoce la conmovedora historia de estos 26 "violines de la Esperanza".

Aunque a finales de esta semana regresarán a Tel-Aviv, el próximo mes de enero estos altavoces de la tragedia del Holocausto viajarán hasta Madrid para participar en un concierto conmemorativo del Día Internacional del Holocausto.

Desgaste emocional

De las 16 piezas expuestas en Sion, algunas pertenecieron a deportados a los campos de concentración; otras, a judíos a los que los alemanes les quitaron todo y sólo les quedó el violín con el que pedir limosna en las calles; y otras, a músicos profesionales que consiguieron huir de la zona nazi.

Según explica Weinstein, reparar estos violines implica un gran desgaste emocional porque enfrentarse a su dañada madera es enfrentarse al sufrimiento de las manos que los tocaron; y también, en muchos casos, a su sentimiento de culpa. Cuando sus notas acompañaban a otros judíos que creían que iban a ducharse, ellos eran los únicos, además de los nazis, que sabían el destino final de aquella ristra de personas que salía de los barracones por última vez. "Y yo siempre me pregunto: '¿Cómo podían hacerlo?'" dice el luthier.

La mayoría de estos violines llegaron al taller que Weinstein tiene en Tel-Aviv en muy mal estado, no sólo por el tiempo que ha transcurrido sino porque muchos de estos instrumentos fueron tocados bajo la lluvia y la nieve, "sus dos peores enemigos". "Todos los que fueron utilizados en los campos de concentración tienen la madera de la parte superior totalmente desgastada, mientras que la posterior, está mucho mejor conservada y tiene mucho más brillo", explica Weinstein, uno de los fabricantes de violines más reconocidos del mundo.

Muchas de estas piezas tienen grabada la estrella de David, algo que para este escultor de violines "es como un monumento a los miles de instrumentos que los alemanes confiscaron a los judíos".

La historia de Motele

Aún así, hubo al menos una ocasión en la que un violín sirvió para atacar a los alemanes. Es la historia de Motele, un niño bieloruso de 12 años que vio como los nazis masacraban a toda su familia. Él consiguió salvarse y sobrevivió en el bosque con su violín hasta que encontró a unos partisanos judíos que le cuidaron. Al descubrir el talento del niño, los partisanos le hacían ir cada noche a un pueblo dominado por los nazis para que les deleitara con su música y pidiera limosna. Tras ganarse su confianza durante un año (pues no sabían que era judío), Motele labró su venganza. Cada noche llevaba consigo su violín, pero también un puñado de dinamita que acumulaba en el sótano de la cantina donde tocaba. Una vez tuvo suficiente explosivo, hizo volar el edificio por los aires. Más de 250 nazis murieron. Motele sobrevivió a la refriega, pero su suerte le duró tan sólo unos semanas más. Hoy, su alma se convierte en partitura cada vez que algún músico vuelve a hacer sonar las cuerdas de su violín.

Fuente:elmundo.es

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