martes, 14 de septiembre de 2010

Nuestro Comandante en Jefe da alas a nuestros enemigos

Por Charles Krauthammer


No eran pocos los que venían acusando a Obama de obstaculizar nuestro esfuerzo bélico con su decisión de empezar el repliegue de Afganistán dentro de 10 meses. Ahora se trata de una acusación oficial: el general James Conway, comandante del Cuerpo de Marines, ha declarado que el anuncio presidencial puede representar un revulsivo para nuestros enemigos.

Ciertamente, se trata de una acusación muy fuerte, teniendo en cuenta que la ha lanzado un militar de alto rango y en activo. De hecho, a Conway le ha faltado poco para sugerir que Obama colabora con el enemigo. Pero las cosas son como son: no cabe duda de que nos será más difícil alzarnos con la victoria en esa guerra, cuyo desenlace depende en buena medida de las lealtades de la población local, si ésta escucha a nuestro presidente hablar de una retirada que la dejará a merced de los talibanes.


¿Cómo tomó Obama esta decisión? "Nuestra política afgana estaba centrada, sobre todo, en nuestra política nacional", le dijo un ex asesor de Obama a Peter Baker, del New York Times. Y agregó: "[El presidente] No iba a arriesgar el apoyo de los moderados y los demócratas centristas en plena reforma sanitaria, que consideraba el proyecto legislativo más importante de su Administración".

Si esto es cierto, entonces sólo podemos calificar de escandalosa la manera en que Obama maneja la cuestión bélica. En sólo cuatro días de la semana pasada 22 americanos perdieron la vida en Afganistán. No es, pues, éste el terreno indicado para tomar decisiones con el objeto de aplacar congresistas, sacar adelante una reforma sanitaria o consolidar tal o cual posición política. Todo lo contrario. Lo que debería hacer el presidente es tomar las decisiones que le parezcan mejores para alcanzar el éxito en la misión militar que él mismo se impuso. Pero, por lo visto, Obama no está en eso. Por lo visto, Obama considera sus deberes bélicos una amenaza a su política doméstica. Pareciera que, para él, los conflictos en que andamos inmersos son una distracción que no le permite volcarse en su verdadera vocación: la transformación de América.

Esta impresión no hizo sino reforzarse el otro día, en que Obama, desde el Despacho Oval, persistió en la ambivalencia. Así, luego de destacar que el repliegue de tropas está sujeto a ciertas condiciones, agregó –con su característico "Que nadie se llame a engaño"–: "La transición va a empezar, porque el conflicto indefinido no sirve a nuestros intereses ni a los del pueblo afgano".

Barack Obama.Ésas son, efectivamente, palabras de alguien que quiere irse de un sitio.

Las intenciones de Obama quedan aún más manifiestamente claras si reparamos en Irak, donde desde el principio advirtió de que su objetivo era, simplemente, poner fin a las operaciones de combate en un determinado (y arbitrario) plazo de tiempo –recordemos que en Bagdad aún no se ha formado el nuevo Gobierno, y que nuestro costosísimo éxito está pendiente de un hilo– para así poder hacer lo que verdaderamente le importaba: cumplir su promesa electoral. Había llegado la hora de pasar página y llevar América a otro sitio.

En principio, uno podría pensar que ese otro sitio era Afganistán. Pero el caso es que Obama no hace sino insistir en julio de 2011 como la fecha del principio del fin, o, más diplomáticamente, de "la transición".

¿Cuál es la importancia que da Obama a las guerras de Irak y Afganistán, si es que les da alguna? ¿Y qué hay de los nubarrones que se agolpan más allá de esos escenarios, en Pakistán, Yemen, Somalia, Sudán...? Ahora que ha quedado abolida la Guerra Global contra el Terror, ¿cuál es la posición de América ante las crecientes amenazas procedentes de zonas como el Cuerno de África o el Hindu Kush?

Nada dijo Obama al respecto el otro día, en su primera alocución desde el Despacho Oval dedicada a la política exterior. Lo que hizo fue hablar de economía: reconstruirla, afirmó, ha de ser nuestra "misión central como pueblo", y su mayor responsabilidad como presidente. No pudo dejar más claras sus prioridades, y la consideración que le merece la política internacional, que supedita a sus ambiciones domésticas.

Por desgracia, lo que para Obama es una cosa menor, algo susceptible de ser empleado como moneda de cambio en la arena política nacional, para los soldados americanos que patrullan en la provincia de Kandahar se trata de una cuestión de vida o muerte.

Puede que a algunos presidentes no les guste ser comandantes en jefe en tiempo de guerra, pero así vienen dadas. La historia decide por ellos. Obama tiene que aceptar su papel. No es sólo el estamento militar americano quien está preocupado por que, como reportaba el ya citado Peter Baker, "no esté totalmente dedicado a la causa": también nuestros aliados albergan dudas. En cambio, nuestros enemigos están recibiendo un estímulo formidable.

© The Washington Post Writers Group

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