viernes, 12 de noviembre de 2010

El precio de la libertad - Carmen Pulín Ferrer


Surrender: Appeasing Islam, Sacrificing Freedom es un libro fundamental para comprender un aspecto de la yihad peligrosísimo pero del que muchos de nosotros, los occidentales, ni siquiera somos conscientes. Porque la guerra santa no la libran sólo los que ponen bombas o se hacen saltar por los aires.

Bruce Bawer es bien claro: los islamistas tienen por objetivo fundamental suprimir las libertades de que gozamos en Occidente; especialmente la que, a juicio de Bawer, soporta todas las demás: la libertad de expresión. Esta yihad cultural o blanda (soft jihad) está procurando éxitos magníficos a los islamistas, a un coste ciertamente insignificante. En buena medida, porque los propios occidentales se lo estamos poniendo así de baratito.

Anestesiados por la corrección política y el multiculturalismo, los occidentales nos estamos convirtiendo en dhimmies. El de dhimmitud es un término –acuñado por la autora británica de origen egipcio Bat Ye'or– que Bawer emplea a menudo en este libro para designar la situación de los no musulmanes que, por una combinación de motivos –miedo, complejo de culpa, desprecio a la propia libertad–, han preferido capitular y someterse al Islam. El dhimmi reconoce la superioridad del agresor, cuyos ataques justifica, y se dispone a satisfacer sus exigencias aun antes de que le sean planteadas. El rastro de la dhimmitud puede seguirse, por ejemplo, en los códigos de conducta de numerosas instituciones occidentales, la autocensura de los medios de comunicación y la crítica (a menudo acerba) a todo aquél que ose infringir los límites marcados por "el respeto a la diversidad y las creencias ajenas".

Bawer ha recopilado una abrumadora cantidad de ejemplos que le permiten demostrar, con pasión y convicción, la rendición de Occidente (sobre todo de Europa) al islamismo. Surrender es un libro escrito con claridad y rigor, y que resulta asequible incluso para el lector sin conocimientos previos sobre el tema. A ello contribuye, sin duda, la acertada forma en que está estructurado.

Dividido en tres partes, en la primera se exponen los conceptos que se desarrollarán en las otras dos –por ejemplo, el de yihad cultural– y se explica cómo Occidente ha llegado a ser un terreno fértil para la implantación del islamismo. A juicio de Bawer, estamos tan habituados a disfrutar de nuestras libertades y nuestros derechos que hemos olvidado o no queremos recordar el altísimo precio que hemos tenido que pagar por ello; hay quien incluso parece olvidar, o querer olvidar, que la libertad es el requisito esencial para poder vivir una vida digna. Y la libertad, si no se basa en la libertad de expresión, no es nada. Por eso Bawer dedica a esta última, a los ataques de que está siendo víctima, el grueso de la obra.

Si algo ha abonado el terreno a la yihad cultural es la emergencia de la corrección política y el multiculturalismo, que han permitido desafueros como la equiparación de nuestros sistemas legislativos, basados en los derechos y libertades del individuo, con la sharia, o la presentación de los verdugos islamistas como víctimas... ¡de sus víctimas!, especialmente cuando hay estadounidenses o israelíes de por medio.

La corrección política es un credo que, paradójicamente, no admite el debate ni que se pongan en cuestión sus postulados. De ahí que haya colocado en la diana a la libertad de expresión, uno de sus mayores enemigos. Si hay una cuestión en la que esto queda patente es en la del Islam. Los defensores de lo políticamente correcto, siempre en contra de Occidente y a favor de sus enemigos, tratarán de silenciar cualquier crítica al mundo islámico con argumentos como el de los "derechos en colisión" (el de expresarse libremente versus el inexistente derecho a no sentirse excluido o despreciado) o el del "ejercicio responsable de la libertad de expresión", que viene a significar que no se puede decir cosa alguna que pueda "provocar", "causar malestar" o "desencadenar una respuesta violenta".

Tan violenta como la que sufrieron los protagonistas de los tres casos con que Bawer cierra la primera parte: Pim Fortuyn, Theo Van Gogh y los dibujantes y editores de las célebres viñetas sobre Mahoma. Sin embargo, el hecho de que fueran asesinados (los dos primeros; Fortuyn, tan aborrecido por los islamistas, a manos de un ecologista holandés) o amenazados de muerte (los últimos) no provocó la condena unánime de las sociedades occidentales. Naturalmente, hubo protestas y muestras de apoyo a las víctimas; pero la mayoría corrieron por cuenta de ciudadanos de a pie; los intelectuales, los políticos y los medios de comunicación, en nombre de ese multiculturalismo aberrante, parecían más preocupados en buscar los tres pies al gato a los asesinados o, directamente, en justificar a sus asesinos. ¿Porque comparten cosmovisión con los islamistas? Para nada. Por miedo. La dhimmitud es esto.

La segunda parte está dedicada a los medios de comunicación (fundamentalmente, la prensa escrita), a los que el autor considera responsables, en gran medida, de la deriva suicida de Occidente. Su título es "Censors and Self-Censors" ("Censores y autocensores"), tan claro como expresivo. Intimidados por los islamistas, inspirados por el multiculturalismo o motivados por alguna extraña simpatía, los medios han decidido, en su mayoría, practicar la autocensura, manipular la información o, directamente, falsificarla cuando el objetivo de la misma es el Islam o los musulmanes. Cualquier aspecto negativo del Islam (lapidaciones, ablaciones, crímenes de honor...) se maquilla, justifica u omite a fin de que la ciudadanía no se forme una opinión incorrecta y hostil a dicho credo. Naturalmente, no todos los medios se comportan así, pero sí, repito, una parte muy considerable: por ejemplo y por citar algunos de los más importantes, el New York Times o las cadenas ABC y BBC.

Si se les critica semejante actitud, responden que el buen periodismo ha de ser matizado, reflexivo, tener en cuenta aspectos como la "diversidad" del Islam y ejercer la libertad de expresión de manera "responsable". En realidad, denuncia Bawer, se comportan como verdaderos apologistas del islamismo que, en su afán por justificar lo injustificable, optan por ofrecer una visión falsa del mundo y los principios islámicos, definen como "moderados" a elementos que, como Tariq Ramadan, niño mimado de la prensa progre, están muy lejos de serlo y establecen equivalencias entre la violencia ejercida por los islamofascistas y las medidas que los países occidentales (sobre todo los Estados Unidos e Israel) adoptan en su lucha contra los islamofascistas, y silencian o manipulan el mensaje de los críticos con el Islam.

Pocas veces han sido más injustos, viles y cobardes los medios como en el caso de Ayaan Hirsi Ali: verdadera heroína de la lucha por la libertad, su extraordinaria experiencia constituye un ejemplo no sólo para las mujeres musulmanas en su lucha frente a la opresión a la que se ven sometidas, sino para todos nosotros. Bawer nos recuerda el vergonzoso trato que le dispensan la prensa y los intelectuales proislamistas: no sólo ridiculizan sus ideas –calificándolas de ingenuas y carentes de sutileza– y la tratan con condescendencia, es que encima la acusan de ser absolutista, una "integrista de la Ilustración" que ha cometido el imperdonable delito de tomarse en serio la lucha por la libertad. Grotesco.

Por último, en la tercera parte Bawer ofrece un exhaustivo análisis de cómo la yihad cultural afecta a diversas esferas de la vida en Occidente. Desde la universidad a la política, pasando por el cine, el arte, la función pública o los tribunales, no hay faceta de la vida cotidiana que no se vea afectada, en mayor o menor medida, por el islamismo. Especialmente duro resulta el capítulo dedicado a los homosexuales: son condenados a muerte, torturados, azotados o encarcelados (según el país) en todo el mundo islámico; sin embargo, la gran mayoría de los progresistas y muy buena parte de los homosexuales occidentales prefieren cerrar los ojos y callar ante semejantes atrocidades o, en un nuevo ejercicio de dhimmitud y cobardía, apoyar a los verdugos.

Tal y como indica el título de esta obra, Occidente se está rindiendo al Islam, sacrificando poco a poco su libertad. Pero eso no hará que los fanáticos se apacigüen, ni mucho menos. No tienen la menor intención de pactar o negociar nada con nosotros. Cada vez que cedemos, vuelven a la carga con más demandas. La sharia no es negociable para ellos: es la Ley, absoluta y revelada, y su objetivo es imponerla en el mundo entero. Nuestros gestos de apaciguamiento no los perciben como muestras de respeto, buena voluntad o conciliación, sino como signos de sumisión, debilidad y cobardía.

Puede que algunos occidentales prefieran creer que, con todo, siempre se podrá llegar a un acuerdo, pero hay temas en los que la negociación no es admisible: no se puede alcanzar un compromiso entre la libertad y la esclavitud, la democracia y la tiranía. Será conveniente que nos demos cuenta de ello antes de que sea demasiado tarde.

Fuente - libertaddigital.com



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