jueves, 13 de enero de 2011

Entrevista a Claude Lanzmann en ABC


«Maté alemanes para vivir y para huir de mi propia muerte»

Claude Lanzmann presenta «La liebre de la Patagonia», su vida dictada. Es un compendio de pasión, mujeres, su relación amorosa con Simone de Beauvoir... «divertido y nada siniestro». Y la «Shoah» de fondo
Esta es la epopeya de una liebre llamada Claude Lanzmann, el muchacho de apenas 17 años que luchó en la Resistencia francesa contra los nazis y el hombre que, muchos años después, tuvo la valentía de rodar durante once años la monumental Shoah (película de cerca de diez horas) sobre el Holocausto nazi, lo que él llama «el crimen perfecto». En Shoah recoge los testimonios de supervivientes del horror y de criminales nazis, a los que engañó grabándoles con una cámara paluche que escondía en el forro de su chaqueta. Claude Lanzmann presentó en Casa Sefarad su canto a la vida (odia que califiquen su libro como «memorias»): La liebre de la Patagonia(Seix Barral). Negó que fuera un «ogro», como aseguran que le llaman sus amigos y enemigos; en todo caso le encantaría reencarnarse en una liebre y, a ser posible también, en un toro.
De hecho, Lanzmann se aficionó a «las corridas de toros en España gracias al matrimonio Jean-Paul Sartre-Simone de Beauvoir». De Simone, Claude Lanzmann fue su sexto amante, y así describe su encuentro con ella en 1952 en la habitación que Simone ocupaba en el último piso del 11 de la rue Bûcherie, tapizada de rojo, mientras contemplaban la Notre-Dame nocturna e irreal: «Ni siquiera recuerdo si cenamos, lo que sucedió después ha eclipsado el resto. La tomé entre mis brazos, los dos sentíamos una mezcla de emoción y timidez recíprocas. Permanecimos mucho tiempo abrazados después de hacer el amor. Ella descansó su cabeza en mi pecho y me dijo: “¡Cómo late tu corazón!” Me notaba muy agitado. De repente, con precipitación, añadió: “Tengo que decirte algo, hubo cinco hombres más en mi vida”, y a continuación me los fue nombrando uno por uno. Luego, de nuevo sin que yo le hubiese hecho ninguna pregunta, agregó que desde hacía bastante tiempo no mantenía relaciones amorosas ni sexuales con Sartre...»
Claude Lanzmann refunfuña porque alguna televisión le ha grabado en Casa Sefarad con un cartel con fondo religioso «¡cuando yo soy un mal judío!», se define. Y estalla: «No sé qué hago aquí, en España, hablando de mi libro, que nadie ha leído. Deberíamos haber esperado quince o veinte días más, no sé...», masculla.
—¿Qué le enseñó el matrimonio Beauvoir-Sartre?
—Aprendí el mundo. Me enseñaron a pensar. Jean-Paul Sartre era muy inteligente y generoso. Descubrí la tierra, el paisaje, el cielo y las corridas de toros en España. Por cierto, no entiendo la postura de las autoridades catalanas prohibiendo las corridas de toros allí. ¡Es una vergüenza!
Tres liebres se le han aparecido a Claude Lanzmann y las tres han marcado su vida. La primera, en la Patagonia, «un lugar que es un decorado que hace soñar», camino de Río Gallegos mientras caía el crepúsculo. Las otras dos en el campo de Birkenau cuando rodaba la Shoah. Estas dos liebres se paran delante de la alambrada que cercaba el exterminio, reflexionan y deciden pasar por debajo de lo que fue el terror y el fanatismo.
—«La liebre de la Patagonia» (Seix Barral) es un homenaje a la vida. ¿Se reencarnaría usted en liebre?
—Sí, absolutamente. Si tuviera la oportunidad de reencarnarme en un animal sería en una liebre, y lo aceptaría con mucho orgullo. Las liebres son animales muy importantes; no son cobardes. Su técnica de fuga es el arma principal con la que se defienden. La reencarnación es el hecho fundamental tanto de la película de la Shoah como del libro. En términos de que en la Shoah el tiempo está abolido. Es decir, que el pasado y el presente han sido abolidos como reglas. Las lágrimas de Abraham Bomba «El peluquero de Treblinka» y uno de los héroes de Shoah, que había sido miembro del Sonderkommando prisioneros judíos que eran obligados por los nazis a asistirles en sus ejecuciones y que eran ejecutados para no dejar rastro de Treblinka, son una prueba de la reencarnación. Abraham les había cortado el pelo a las mujeres judías dentro de las mismas cámaras de gas. Había logrado con éxito una extraordinaria evasión y, después de su regreso al gueto de Czestochowa, la ciudad polaca de donde era originario y desde la que había sido deportado, sus hermanos no le habían querido creer lo increíble cuando se lo contaba, incluso le habían acusado de sembrar el pánico y hasta algunos, con tal de hacerlo callar, quisieron entregarlo a la Policía. Las lágrimas de Bomba son la reencarnación. Los Sonderkomandorepresentan la importancia capital de la vida.
—Como muy bien dice usted, la muerte es un escándalo.
—Siempre que vengo a Madrid procuro admirar en el Prado Los Fusilamientos del 3 de mayo, de Goya, el mejor cuadro del mundo. Otra imagen terrible de la muerte es aquella en la que los judíos que van a ser asesinados en las cámaras de gas por los nazis escupen las hebillas de sus verdugos mientras entran. En las hebillas de los uniformes de las SS se leía: «Dios está con nosotros».
—¿Qué significa «Sobibor, 14 de octubre de 1943, 16 horas»?
—Es la hora en la que se señaló la única revuelta que tuvo éxito dentro de un campo de exterminio. Y una película que todos deberían ver.
—¿Sigue sosteniendo que detrás del antisionismo hay antisemitismo?
—Generalmente, sí. Cuando hay manifestaciones antisionistas, siempre por detrás se escuchan los gritos de «¡Muerte a los judíos!».
—¿Por qué corre, huye, una liebre?
—La huida de la liebre es una forma de lucha. Es su alma y su arma en la lucha, de la que puede salir vencedora o no. No es un rechazo de la lucha, sino que su forma de luchar es esa, para huir de la muerte. Yo mismo, en mi día, tuve también la oportunidad matando alemanes de evitar mi propia muerte. Es decir, que es una forma de lucha. Hay que luchar para sobrevivir.
—Regresemos por un momento a las dos liebres de Birkenau. ¿Qué pensarían esos dos animales para pasar por debajo de la alambrada?
—Fue algo casual. Era un obstáculo en su camino, tropezaron con la alambrada y penetraron. No querían huir de la muerte. En Shoah, dos voces que escapan al horror de los nazis escenifican el «diálogo» de esas dos liebres.
—En junio de 1988, cuando Shoah se estrenó en Madrid, grupos de revisionistas y negacionistas quisieron reventar la proyección. Pero la gente se quedó en la sala. ¿Le marcó?
—Sí, claro, lo recuerdo. Cuando llegamos al cine, en la calle, había mostradores en los que se vendían artículos fascistas, junto a su parafernalia revisionista y negacionista. La Policía no llegó y aquello se convirtió en una batalla campal. Al día siguiente, la película fue interrumpida tras dos horas de proyección por amenaza de bomba. Se apagaron las luces, evacuaron a todo el mundo, buscaron la bomba. Todo eso nos deja unos rastros.
Fuente: abc.es

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