domingo, 20 de febrero de 2011

«Israel entiende que no puede ser una isla de prosperidad en un océano turbulento»


Shimón Peres durante la entrevista en su oficina de Jerusalén

Ramón Pérez-Maura
/ JERUSALÉN , para ABC

El Presidente de Israel, Simon Peres, es el premio Nobel de la Paz que preside un Estado asediado por vecinos que buscan destruirlo

Nació en 1923 en Wiszniewo, Polonia (hoy Vishneva, Bielorrusia). Con veinte años ya era un activista político del movimiento juvenil Hanoar Ha'oved Vehalomed. Entró en la Knesset en 1959 y fue ministro por primera vez en 1969. Desde entonces ha pasado por las carteras de Absorción, Transporte y Comunicaciones, Defensa —dos veces—, Economía, Relaciones Exteriores —cuatro—, vice primer ministro —dos— y primer ministro —otras dos. Mañana visita España oficialmente en el 25 aniversario de nuestras relaciones diplomáticas.

—¿Cómo puede afectar a Israel la revolución egipcia? ¿Le preocupa?

— No. Al contrario. En este principio del siglo XXI el gran problema de Oriente Medio es la pobreza, que no es algo nuevo en Egipto. La revolución —si queremos llamarla así— fue una sorpresa, un levantamiento contra la falta de libertad. ¿Por qué? La nueva generación que ya tiene los modernos medios de comunicarse —facebook, Internet...— sintió que a los pobres se les daba una voz, a la falta de libertad se le daba una imagen y a ambos una agenda. Hemos visto cosas que no habíamos visto antes. Porque el problema de Egipto no es cambiar de Gobierno. Es cambiar las circunstancias. Desde la Revolución de 1952 su población se ha multiplicado por siete, de doce millones a ochenta. El verdadero problema es cómo cumplir con las expectativas de los manifestantes. Cómo tener una vida mejor y más libre. Y lo único que puede vencer a la pobreza y la falta de libertad es la ciencia y la tecnología. Israel no tiene ni territorio, ni agua. Y aún así, tenemos la mejor agricultura del planeta. La agricultura es 95 por ciento tecnología. Rusia es mil veces más grande que Israel. Rusia tiene mil lagos de agua dulce. Israel tiene dos lagos. Uno está muerto y el otro está muriéndose. Y aún así, exportamos zanahorias a Rusia, lo que es increíble. No somos gente superior: empleamos tecnología superior. La mayoría de los árabes no estaban listos para aceptar la democracia. Creían que esa era una «religión» diferente. Y la estructura familiar, en la que el marido es el jefe absoluto, no ayuda a promover la democracia.

—¿Y por qué no ayuda eso?

—Por que no quiere compartir su autoridad con el resto de la familia, con las mujeres. Y si una nación no emplea a las mujeres, es sólo media nación. Si las mujeres carecen de educación, los niños tampoco la tienen. Y la joven generación que ha ido a la Universidad se ha sublevado contra esto. La tecnología moderna pide transparencia, apertura, relaciones globales. Hemos visto el efecto de la economía global basada en la ciencia en China, en la India, en Indonesia... No hay ninguna razón por la que esto no pueda pasar en el mundo árabe. Esta revolución es muy única en la historia. No fue hecha por un ejército, no fue obra de una religión, no fue organizada por un partido político. No fue organizada en absoluto. Apareció como un tornado lleno de fuerza. Los egipcios están abordando su propio futuro, sus problemas sociales. No hay demagogia barata. Ha sido relativamente incruenta... yo no puedo recordar otro caso así. Y sobre el pasado, que juzgue la Historia. Sobre el futuro, dejemos al pueblo que escoja.

—Pero ¿no ha dado Israel la impresión de estar en el lado equivocado, junto a Mubarak?

—¿Cree usted que los revolucionarios hubieran agradecido tener apoyo de Israel? Creo que estar callados era la mejor política posible. Otras grandes revoluciones, en Irán, en el Líbano con Hizbolá ¿qué están prometiendo a su juventud? Diseminan el odio, promueven la beligerancia, usan la fuerza... Así que cuando comparamos la revolución en Irán, o Líbano con la de Egipto, debemos decir que ésta llevaba una sonrisa y una esperanza.

—¿No le preocupa que esa sonrisa y esperanza se extienda a otros países en el entorno de Israel?

—¿Por qué no? Espero que todo Oriente Medio sea democrático, próspero. Israel entiende perfectamente que no puede ser una isla de prosperidad en un océano turbulento. Cuando lo eres sabes que el mar es mucho mayor que la tierra. Y afecta a la isla más de lo que ésta afecta al mar.

—Frente a la amenaza que supone el rearme iraní, ¿se siente Israel suficientemente apoyado por la UE?

— No lo analizamos así. Creemos que Irán es un problema para Europa y para América. No es cuestión de apoyar a Israel. Son peligrosos para el mundo. El terrorismo es peligroso y puede conllevar armas nucleares y sería una catástrofe. ¿Qué está prometiendo la revolución iraní y a quién? Se gastan dinero en acumular armas increíbles, la economía iraní se ha empobrecido respecto a lo que era —con excepción del petróleo— y están siguiendo una senda religiosa. ¿Quién creó la senda religiosa? Sólo sus líderes. ¿Qué líderes? Los grandes líderes como Jamenei. Un veterano político que odia a los Estados Unidos y a nosotros también. ¿Cuál es el propósito de esta revolución? ¿Qué promete y a quién? Yo creo que no tienen un mensaje. Y enriquecer el mensaje es más importante que enriquecer uranio.

—Las filtraciones de Wikileaks sobre las negociaciones de Israel con la Autoridad Palestina, ¿han minado la credibilidad de sus interlocutores? ¿han aportado información nueva?

—No, no mucha. El problema es que las negociaciones son complicadas. Primero se negocia con tu propia gente, que está a favor de la paz, pero son reticentes al coste de esa paz: «por qué estamos haciendo tantas concesiones, por qué nos estamos fiando de la otra parte...» Esto pasa a ambos lados de la mesa. Las negociaciones empiezan con exigencias y expectativas muy altas y grandes declaraciones. Pero después hay que negociar calladamente, discretamente, hasta llegar a la posición de mínimos. Y ahí todo es distinto. Para tener una negociación exitosa se necesita que el proceso entre el punto de partida y la posición de mínimos se mantenga en secreto. Si no, cada día los medios criticarán todo lo que se haga o diga. Las negociaciones tienen que ser como una película de Hollywood: Lo bueno tiene que ser el final, no el arranque. Y si se publica todo, eso tiene un coste. Hay dos cosas en la vida que no se pueden alcanzar sin cerrar un poco los ojos: el amor y la paz.

—¿Ve algún riesgo de que los movimientos populares que hemos visto en las últimas semanas se desaten en Gaza o en Cisjordania?

—Gaza es un problema y le voy a decir por qué. Gritan contra la ocupación israelí. Pero no hay ninguna ocupación israelí en Gaza. Israel se fue de Gaza unilateralmente, por iniciativa propia. Tuvimos que devolver a casa a 74.000 policías. Hemos tenido que pagar 2.500 millones de dólares en compensaciones y después de salir, Gaza se ha convertido en una base de misiles y para el terrorismo. ¿Por qué? No podemos entenderlo. Y Hamas, que desbancó a Fatah en Gaza, que mató a los dirigentes de Fatah lanzándolos desde los tejados... ¿qué quiere? Porque si cesara el terrorismo Gaza sería reabierta. No podemos ser razonables en una región en la que lo racional se detiene cuando empieza lo sagrado. Y eso hace las negociaciones de paz muy difíciles. Porque muchos israelíes dicen: «tened cuidado, que lo que pasó en Gaza no se repita en Cisjordania».

—El hecho de que Hamas ya haya rechazado las elecciones convocadas para otoño ¿no demuestra que su pasión por la democracia se acaba cuando ganan una elección?

—Ellos creen que la democracia es un método que dura 24 horas. Se celebran elecciones y ahí acaba la democracia. No entienden que es una civilización, no una técnica. No se trata de tener una votación libre, sino un país libre. Y hemos visto muchos países en los que se ha empleado una elección libre para dar el poder a un Gobierno que está contra la democracia. Pasó en Alemania con Hitler.

—Su experiencia ¿le permite avizorar una solución al problema Jerusalén—asentamientos—desplazados?

—Yo no puedo hablar en nombre del Gobierno. Ehud Olmert propuso una solución. Si ha ocurrido en el pasado, ¿por qué no ahora? Yo no puedo comprometerme con ello porque es una decisión del Gobierno. Pero hemos visto que han negociado incluso sobre Jerusalén y no estábamos lejos de una solución. El corazón de la ciudad santa tiene dos kilómetros cuadrados. Un kilómetro es el Templo del Monte y el otro es la ciudad vieja. En esos dos kilómetros cuadrados hay cien lugares sagrados: mezquitas, sinagogas, iglesias... cada religión debe hacerse cargo de sus santos lugares.

—¿Dónde están hoy las relaciones bilaterales entre España e Israel?

—¿Comparamos con la Edad Media y el rencor a los judíos, la Inquisición...? Mire ahora a las relaciones entre el Estado Vaticano e Israel. Es una revolución. Desde tiempos de Jesucristo hasta hoy no hemos tenido tan buen entendimiento. España es, básicamente, un país católico. Y la expulsión de los judíos en 1492 no fue una simple interrupción de la historia. Eso fue corregido hace veinticinco años. Lo hicimos con Felipe González, que era el presidente del Gobierno, y con el pleno apoyo del Rey. Tras un paréntesis de más de quinientos años, nada es fácil. Nuestras relaciones hoy son básicamente buenas. Pero hay una tendencia en los medios españoles a criticar a Israel. Y no lo aceptamos con facilidad. El Estado de Israel tiene 63 años. No hay ningún otro país que fuera atacado siete veces en 63 años. Que ha sufrido dos intifadas. Que perdió a sus mejores hijos en la guerra a lo largo de estos años. Lo hicimos solos. Tuvimos el apoyo de los Estados Unidos y de Francia, pero nunca les pedimos a ellos que lucharan por nosotros. Hemos tenido una vida dura. Nosotros sentimos que somos atacados no porque seamos diferentes, sino porque somos pequeños. Para nosotros, históricamente, ha sido muy difícil defender nuestras vidas. Con España tenemos hoy una buena cooperación comercial, empieza también la científica. Y yo miro al frente, no atrás.

La renovada utopía socialista del kibbutz

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