viernes, 22 de abril de 2011

El “modelo turco” para Oriente Medio no es la mejor solución


Ely Karmon

Investigador del International Institute for Counter-Terrorism (ICT) Herzliya, Israel

Existe una aprensión creciente en Occidente, en Israel y en los círculos liberales del mundo árabe de que las actuales revueltas acaben llevando al poder a los movimientos islamistas.

Uno de los argumentos a favor de la inclusión de los partidos islamistas en el marco de los futuros regímenes del mundo árabe es el supuesto de que estos actuarán de forma responsable y democrática, siguiendo el ejemplo del AKP (Partido de la Justicia y el Desarrollo) turco.


El Ministro de Exteriores de Luxemburgo, Jean Asselborn, ha hecho un llamamiento a los países árabes para que tomen a Turquía como “referente” de las reformas democráticas. Tariq Ramadán, nieto del fundador de los Hermanos Musulmanes, Hasan Al Bana, ha afirmado que “los Hermanos Musulmanes de Egipto siguen la pauta de la Turquía democrática”. Rachid Ghanuchi, líder de los islamistas tunecinos de En Nahda ha dicho que no se le ocurre mejor modelo que “el que ha adoptado el AKP en Turquía”.


Conviene no olvidar que, en la propia Turquía, las élites militares y civiles fracasaron en su intento de incorporar a los islamistas al sistema kemalista. En 1980 las autoridades militares proclamaron la importancia de la religión en la vida política nacional y acuñaron para ello el concepto de “la síntesis turco-islámica”.


Esta estrategia no duró mucho, pero propició el florecimiento de movimientos islámicos, “dejó al genio islámico salir de la lámpara en que Ataturk lo había encerrado”, y permitió, a principios de la década de 1990, que proliferaran grupúsculos de terroristas islamistas, apoyados por Irán, bajo la complaciente mirada del legalizado partido islamista turco.


En principio, la creciente implicación de Turquía en los conflictos de Oriente Medio, tras la llegada al poder del AKP, fue considerada como una forma de tender puentes entre Occidente y el mundo islámico, pero la perspectiva cambió radicalmente a partir de la reelección del AKP en 2007, por el apoyo que éste prestó a la causa islámica frente a Occidente.


Turquía se mueve básicamente por solidaridad islámica con los dictadores islamistas de Oriente Medio, mientras que clama por derrocar las dictaduras laicas en los países donde los islamistas constituyen la principal fuerza opositora. El AKP ha apoyado a Hamás frente a la Autoridad Palestina y a las tentativas israelíes para aislar a Hamás en Gaza, y ha apoyado incluso a Omar Al Bashir, presidente de Sudán, acusado de crímenes de guerra y genocidio por el Tribunal Internacional.


El comportamiento del gobierno del AKP ante los acontecimientos del mundo árabe habla por sí solo. El Primer Ministro Erdogán instó a las autoridades egipcias a “abandonar el poder y a garantizar la transición”, al tiempo que se apresuraba a mantener reuniones con el dictador sirio y que mostraba su conformidad con “hacer todo lo necesario para calmar los disturbios en Egipto en pro de evitar al pueblo mayores sufrimientos”, siendo así que no hay en esa región del mundo régimen más represivo que el de Siria. A la vista de la creciente rebelión en Siria, los líderes turcos han “rectificado” su política y se muestran ahora algo más críticos con el régimen de Damasco.


Turquía se ha abstenido de condenar el brutal uso de la fuerza por parte de Gadafi, no ha expresado su apoyo al pueblo libio y, en un principio, se opuso enérgicamente a las sanciones internacionales y a la intervención de la OTAN contra el régimen de Trípoli.


Los conflictos en el mundo árabe han servido para aumentar el recuperado predominio de Turquía, convertida de hecho en un poder regional, y pueden ayudar al AKP a ganar las elecciones de junio de 2011, empujando a su ambicioso líder, Erdogán, a acelerar la islamización del país.


En estos últimos años, la política del AKP ha sido la de apoyar a Irán y mitigar su aislamiento mediante la cooperación económica, el diálogo político y la drástica oposición a las sanciones internacionales contra su proyecto nuclear.


Sin embargo, los aspectos neo-otomanos de la actividad turca en política internacional han despertado el espectro de una rivalidad futura con Irán en lo que respecta a las aspiraciones regionales y globales de este último, siguiendo el modelo histórico Imperio otomano o Persia safaví.


En cuanto a Irán, ya se han escuchado voces advirtiendo de la posibilidad de que el afianzamiento del predominio turco en la región se realice a costa del propio Irán.


Si los partidos islamistas llegan a controlar el poder en la mayor parte de los países árabes, como consecuencia de las revueltas, podríamos asistir, en un futuro próximo, a la emergencia de un bloque sunita en Oriente Medio, dominado por Turquía.


Tarde o temprano, dicho bloque habrá de retar o enfrentarse al régimen teocrático chiita de Irán. Como ocurre con frecuencia en Oriente Medio, esta competencia por la hegemonía regional puede llevar a mayor radicalización y violencia, y no a más cooperación y estabilidad.


Fuente:elimparcial.es

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