martes, 19 de julio de 2011

Soluciones, no resoluciones - Gerardo Stuczynski

A través de la Liga Árabe, los palestinos buscarán en septiembre que las Naciones Unidas reconozcan en septiembre la existencia de un Estado palestino.

Si bien no existe y jamás existió, ese Estado palestino estaría delimitado por las fronteras de 1967 –que no son tales, sino líneas de armisticio– e incluiría Cisjordania y Gaza, que no son contiguas. La capital sería Jerusalén Este.

El proceso precisa que se eleve la petición al secretario general de la ONU, que a su vez la derivaría al Consejo de Seguridad, donde tendría que obtener el visto bueno de nueve de sus 15 miembros. Entre esos nueve tienen que estar los cinco miembros permanentes (Rusia, China, EEUU, Francia y Reino Unido). Posteriormente el asunto quedaría en manos de la Asamblea General, que tendría que votar a favor por una mayoría de dos tercios.

Los palestinos llevan mucho tiempo esforzándose al máximo por eludir las negociaciones directas con Israel y dando la batalla en la arena de la diplomacia y la opinión pública internacionales, lo cual es evidente que no les conducirá al establecimiento del Estado.

Es como una partida de ajedrez en el marco de las relaciones internacionales. Se trata... no de avanzar hacia la creación de un Estado, sino de mantener el statu quo... pero intentando responsabilizar del estancamiento y de la falta de paz a Israel.

Eso se debe a que el verdadero objetivo no es la independencia, sino la deslegitimación de Israel. Prueba fehaciente de ello es el reclamo relativo al derecho de retorno de los refugiados. La exigencia es que los refugiados regresen; pero no a Palestina, sino a Israel. No parece propio de quien pretende crear un nuevo Estado el enviar sus potenciales ciudadanos al país vecino.

Al abordar el tema de los refugiados, la fecha de referencia para los palestinos es 1947, lo que implica que el origen del problema es la creación de Israel. En cambio, cuando hablan de las fronteras apuntan a 1967; y es que antes del 67 esos territorios ya estaban en manos árabes, y jamás mostraron la más mínima intención de establecer un Estado allí.

La última jugada, como decía al principio, ha sido solicitar a la ONU que reconozca el Estado palestino. Se trata de una jugada que conlleva riesgos y cuyos efectos pueden ser distintos a los previstos.

En primer lugar, Estados Unidos ha manifestado reiteradamente que se opone a un reconocimiento de este tipo, sin el acuerdo previo con Israel. Resulta superfluo recordar que Estados Unidos tiene derecho de veto en el Consejo de Seguridad, por lo que tal iniciativa no sortearía este primer obstáculo.

Así las cosas, la Asamblea General, donde el respaldo a los palestinos es mayoritario, no podría abordar el asunto. En caso de que lo hiciera, su resolución no tendría carácter vinculante ni obligaría a los Estados miembros. Por ello, los palestinos obtendrían una victoria en el campo diplomático, pero con escasos o nulos efectos en el terreno de los hechos.

Pues precisamente eso es lo que se proponen.

En Israel se discute sobre los posibles efectos de un pronunciamiento así. El Gobierno – más allá de la importancia que le otorgue– no ha dado la batalla por perdida, de ahí que el primer ministro Netanyahu ande recorriendo tantos países –fundamentalmente europeos– en busca de apoyos a su postura y esgrimiendo argumentos sobre lo negativo que sería un reconocimiento de esas características.

Para empezar, es evidente que una declaración así no solucionaría el conflicto sobre el terreno. Los palestinos siguen sin tener los elementos necesarios para la erección de un Estado. Por otra parte, esa solución infringiría los Acuerdos de Oslo, en los que ambas partes se comprometieron a no cambiar unilateralmente el statu quo. Una violación de tal envergadura tendría como consecuencia inmediata que Israel no se considerase comprometida con dichos acuerdos.

Además, el mundo estaría legitimando el poder de una organización terrorista como Hamás, que integra desde hace pocos meses el Gobierno palestino y que domina la Franja de Gaza. Sería un hecho sin precedentes. Hamás, estrecho aliado de Irán, condenó la muerte de Ben Laden –al que consideró un guerrero santo– y tiene como objetivo la destrucción de Israel.

Si los enemigos de Hamás no fueran los judíos, sería impensable que el mundo le otorgara tanto crédito.

En definitiva, esta maniobra no sólo no contribuye a poner fin al conflicto, sino que, por el contrario, lo complica. La resolución de asuntos tan complejos sólo puede venir con la celebración de negociaciones directas entre las partes. Lo que se está haciendo va en desmedro de la paz y de los intereses palestinos.

Si se reconociera a Palestina sin el concurso de Israel y sobre unas fronteras ficticias, ¿cómo se sentarían los palestinos a negociar luego las fronteras reales y definitivas? Ningún Gobierno palestino podría ceder un milímetro de lo ya obtenido por medio de la ONU.

La situación se agrava aún más si tenemos en consideración que la dirigencia palestina jamás se ha caracterizado por su pragmatismo, ya que, para lograr un acuerdo real, es imprescindible adaptar las demandas palestinas a la realidad histórica y demográfica, así como a las necesidades de seguridad de Israel.

En definitiva: lo que parecería una victoria a corto plazo podría convertirse en otra derrota y en más postergaciones para el pueblo palestino.

En el campo de batalla, la derrota de unos implica el triunfo de otros. En el campo de la paz, la derrota de unos es la derrota de todos. Como dijo el representante israelí Meron Reuben en la reunión del Consejo de Seguridad: "Necesitamos soluciones, no resoluciones".

© porisrael.org

GERARDO STUCZYNSKI, presidente de la Confederación Sionista Latinoamericana y miembro del Ejecutivo Sionista Mundial.

Fuente:libertaddigital.com

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