lunes, 19 de septiembre de 2011

Palestina-Israel: último asalto - GEES


En el sexagenario conflicto entre los palestinos y el estado de Israel, lo esencial ha sido siempre sencillo e inmutable. Lo accesorio: complejo, lleno de retruécanos y sutiles detalles, conectado a circunstancias internas y contextos externos siempre cambiantes.
En lo básico, Israel quiere un estado con fronteras oficialmente reconocidas, ante todo por sus vecinos, y físicamente seguras, es decir, con los dispositivos necesarios para que no sean arrolladas militarmente con facilidad. Los palestinos, con una diversidad importante de matices entre ellos, conciben sus derechos irrenunciables de forma que niegan las exigencias no menos irrenunciables de los israelíes. Con esas premisas llevamos más de 40 planes de paz y todo parece que lo que la historia aconseja es ser escéptico. No es una cuestión de líderes, aunque estos cuentan. Especialmente el desastroso liderazgo que han padecido los palestinos a la largo de su reciente proceso de formación de una conciencia nacional, producto directo de la resistencia contra el estado judío. Cualquier líder de cualquiera de las partes que en aras de la paz hiciera concesiones inaceptables para su pueblo, estaría condenado.
En estos momentos Israel se ve acosado por todas partes, e incluso la extraordinaria cohesión interna que siempre ha demostrado ante el peligro –compatible con un pluralismo tan variado que jamás existen mayorías parlamentarias absolutas de un partido- se encuentra, si no amenazada, al menos sacudida por la protesta económico-social. Aunque se las ha visto muy negras, quizás sea este su peor momento en tiempos de paz.
Este es el momento elegido por la Autoridad Palestina para lanzar un desafío a Israel reclamando alguna forma de reconocimiento de estatalidad para ese extraño ente por parte de las Naciones Unidas. Aquí tenemos un caso extremo de complejidad y sutileza en los detalles. Abundan las disputas jurídicas sobre lo que se solicita y sobre cómo se pide, pero el debate más importante, como es habitual en política, es acerca de las posibles consecuencias. El marco de negociación existente a lo largo de la última década es el llamado Proceso de Oslo que, acuchillado implacablemente por dos intifadas, está lejos de haber llegado al estado palestino. Frente al desesperanzado clamor universal, las partes interesadas se aferran a que el muerto que otros certifican sólo está moribundo. Sobre esa base los palestinos se vuelven hacia la instancia internacional antes de dejarlo morir irremisiblemente, mientras que el gobierno israelí considera que eso es violar flagrantemente el acuerdo, que ponía como exigencia insoslayable la negociación directa entre las partes, a la que los portavoces de Netanyahu dicen estar dispuestos en todo momento.
Tras muchas amenazas y dudas Abbás se decide por llevar el tema a la Asamblea General el próximo 23. Su administración tiene hasta ahora en Naciones Unidas el status de Entidad Observadora. Lo que solicita es el de Estado Observador No Miembro que, paradójicamente, no implica no sólo la aceptación como miembro, como queda claro en su denominación, sino, en sublime paradoja, ni siquiera el reconocimiento oficial de la condición de estatalidad, puesto que eso en la Carta fundacional queda reservado al Consejo de Seguridad, a donde Abbás no se ha decidido a recurrir no ya para no toparse con el inevitable veto de los Estados Unidos sino para no tener que forzarlos a emitirlo.
GEES, Grupo de Estudios Estratégicos.

Fuente:libertaddigital.com

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