martes, 4 de octubre de 2011

Nuestro hombre en Ramala - Mario Noya

Nuestro hombre en Ramala es el primer ministro de la Autoridad Nacional Palestina. Se llama Salam Fayad, tiene o está a punto de tener 59 años, es ciudadano norteamericano (como sus tres hijos), vive por su país y no para matar judíos y la foto de honor de su despacho es de un olivo, no del sanguinario Arafat, a quien, en la hora de su misteriosa muerte, en vez de una autopsia debieron haberle hecho una auditoría, como en su día pidió Federico Jiménez Losantos.

Salam Fayad (Tulkarem, 1952) está revolucionando Cisjordania con el fayadismo, basado –según Thomas Friedman, que acuñó el término– "en la simple pero tan extraña noción de que la legitimidad de un líder árabe debería basarse no en eslóganes, ni en políticas obstruccionistas, ni en el culto a la personalidad, ni en las fuerzas de seguridad, sino en una gestión de los servicios transparente y responsable". Menos hablar, menos matar a propios y extraños, y más hacer, hacer para bien, hacer país, que diría el otro: en estos últimos dos años el fayadismo ha construido 120 escuelas, 11 hospitales, 1.800 kilómetros de carreteras –para una inversión en infraestructuras superior a los 100 millones de dólares–; en 2010, el desempleo bajó del 20 al 17%, la economía cisjordana creció un fabuloso 7%, se plantaron 370.000 árboles... De nuevo Thomas Friedman:

Es un ardiente nacionalista palestino, pero su estrategia viene a decir: cuanto antes dotemos a nuestro Estado de instituciones de calidad –en lo relacionado con las finanzas, la seguridad y los servicios sociales–, antes aseguraremos nuestro derecho a la independencia. Yo veo ahí un desafío al arafatismo, que ponía el foco en los derechos de Palestina y sólo después se interesaba por las instituciones –si es que verdaderamente se interesaba por ellas–, pero nada conseguía en ninguno de los dos ámbitos.

Fayad, sí, es un tecnócrata, un pragmático vacunado contra el ideologismo al que han llegado a comparar con el alcalde Bloomberg de Nueva York. Sí pero no, no se piensen que es un indeferente, un señor de números que sólo a los números atiende. Porque Fayad sabe que las ideas tienen consecuencias, y que las malas ideas están devastando a su pueblo. Así que se ha empeñado también en hacer frente al islamismo, marginarlo, finalmente arrojarlo al basurero de la Historia. Por eso se ha propuesto meter en vereda a los imanes –sobre cuyos sermones la ANP ejerce censura previa–, por eso combate sin miramientos a Hamás y aboga –ante una multitud de estudiantes– por erradicar el fanatismo religioso, que "anega" los centros educativos y fomenta actitudes "reaccionariamente intolerantes", como negar la mano a una persona del sexo opuesto. Hamás, claro que sí, lo tiene en la mira, lo teme y lo odia: considera su laicismo una declaración de "guerra al islam" saturada de "pornografía", y más de una vez ha exigido su cabeza como requisito imprescindible para alcanzar un acuerdo que permita la conformación de un Gobierno de unidad nacional.

Aquí de nuevo es pertinente la comparación con Arafat. En 2006, luego de que arrasara en las elecciones legislativas, Hamás ofreció a Fayad, que venía de desempeñarse como ministro de Finanzas, la jefatura del Ejecutivo. Fayad puso entonces tres condiciones: el desmantelamiento de la resistencia armada, la disolución de todas las milicias en las Fuerzas de Seguridad palestinas y el reconocimiento de Israel por parte de la propia Hamás. Con cajas destempladas lo mandaron al diablo. Arafat, por su parte, siempre que le convino y pudo dio alas al radicalismo islámico: fue él, no un maldito imán yihadista cualquiera, quien primero instó a las mujeres a perpetrar, también ellas, atentados suicidas. Lo hizo en la mañana del 27 de enero de 2002; esa misma tarde, la joven Wafa Idris se reventaba las entrañas en el mero centro de Jerusalén, en un atentado que costó la vida a un anciano de 81 años, dejó cien heridos y fue jubilosamente reivindicado por las Brigadas de los Mártires de Al Aqsa, grupo terrorista afiliado al laico y arafatiano Al Fatah.

En 2009 las fuerzas de seguridad palestinas e israelíes emprendieron 1.297 actividades conjuntas, la mayoría de ellas contra grupos militantes [sic] palestinos, lo que representa un aumento del 72% con respecto al año anterior. Juntos, han desbandado a las Brigadas de los Mártires de Al Aqsa, una de las principales milicias de Al Fatah; han atacado células de la Yihad Islámica y prácticamente acabado con las actividades financieras, sociales y militares [sic] de Hamás en la Margen Occidental.

Según el último reporte anual del Shin Bet, el FBI israelí, "la continua actividad [contraterrorista] llevada a cabo por los servicios de seguridad israelíes y palestinos" ha reducido los ataques palestinos contra israelíes en la Margen Occidental y Jerusalén Este a sus niveles más bajos desde el año 2000. El grado actual de cooperación, afirma [Mike] Herzog [exjefe de gabinete del ex primer ministro israelí Ehud Barak], es mejor incluso que antes de la Segunda Intifada; es excelente. Muna Mansur, parlamentaria por Hamás y viuda de un líder de dicho movimiento asesinado, me dijo: "La Autoridad Palestina está teniendo más éxito que los israelíes en aplastar a Hamás en la Margen Occidental".

(Nathan Trhall, "Our Man in Palestine", The New Yorker, 14-X-2010).

No gobierna como Arafat, no se sirve del terrorismo como Arafat y no roba como Arafat. Qué ladrón era, el tipejo de la kefia: según el Fondo Monetario Internacional, entre 1995 y 2000 puede que se levantara hasta 900 millones de dólares. NOVECIENTOS MILLONES DE DÓLARES. Precisamente para poner freno a semejante latrocinio presionó la comunidad internacional al Megacaco para que nombrara ministro de Finanzas a Fayad, ingeniero por la Universidad Americana de Beirut, MBA por la Universidad de San Eduardo (Austin), doctor en Económicas por la Universidad de Texas, representante del FMI ante la ANP entre 1995 y 2000 y en 2001 jefe del Banco Árabe en Gaza y Cisjordania. La referida cartera le fue a las manos el 9 de junio de 2002.

Fayad no sólo no roba, sino que trabaja para que los demás no roben; porque eso está muy feo y además igual se lo toman a mal las víctimas, que a veces hasta van armadas porque resulta que son las encargadas de velar por la ley y el orden.

En 2003 [Fayad] concedió una entrevista a Lesley Stahl, de 60 Minutes, en la que acusó a Arafat de utilizar una red de monopolios en el sector de las commodities (...) para desviar (...) dinero. (...) El principal coladero (...) era la Corporación del Petróleo, que operaba como fondo para usos ilícitos. "Si no había dinero en el tesoro, [Arafat] recurría a la Corporación del Petróleo", le dijo Fayad a Stahl.

Finalmente, Fayad cerró dicha compañía, lo que provocó que arreciaran las especulaciones que apuntaban a que, en represalia, podría ser asesinado por agentes de la OLP. Lo que salvó a Fayad fue una mezcla de integridad y astucia: en una de sus primeras grandes reformas como ministro de Finanzas, empezó a pagar a los miembros de las Fuerzas de Seguridad por medio de transferencias bancarias. Previamente se les pagaba en efectivo, y los oficiales que manejaban esos fondos –entre los que había ministros– solían quedarse una parte sustancial. Según los cálculos más populares, el latrocinio equivalía al 50% de los ingresos de los agentes, por lo que, cuando Fayad empezó a pagarles por medio de transferencias bancarias, aquellos vieron, efectivamente, que sus salarios se duplicaban. "Después de eso", refiere [su exprofesor William] Barnett, "cuando Salam paseaba por la calle, incluso en Gaza, la policía lo saludaba. Probablemente estaba más seguro en ellas que Arafat".

(Michael Weiss, "The Pragmatist", Tablet, 8-XII-2009).

***

Salam Fayad considera que el proceso de paz entre israelíes y palestinos ha embarrancado, y como el terror y la lucha armada le repugnan, lo que quiere es llegar a la independencia por la vía de los hechos constructivos, nunca mejor dicho. Se trata, sí, de que Palestina funcione como un Estado antes de que lo sea de veras. De sentar las bases para un Estado de Derecho digno de tal nombre, donde rijan la separación de poderes y el libre mercado y los ciudadanos sean libres e iguales en derechos y deberes. Donde las Fuerzas de Seguridad, sometidas a la Ley y por la Ley amparadas, sirvan y no amenacen a la ciudadanía. Un Estado laico, en el que los hombres de Dios ensalcen la tolerancia y no el derramamiento de sangre inocente y nadie sea perseguido por sus creencias.

Salam Fayad el Pragmático es pues, también, un pionero. Por eso Simón Peres lo considera una suerte de Ben Gurión palestino (otros no). "¿Por qué iba a encontrarla ofensiva?", respondió nuestro hombre al periodista e historiador israelí Tom Segev cuando le preguntó por tal comparación. "En multitud de ocasiones he dicho que el Estado de Israel fue establecido antes de que fuera declarado, y en ese sentido hay un paralelismo".

***

Si para entonces tenemos éxito, y en ello confío, a la gente no le resultará muy difícil mirar hacía aquí desde cualquier parte del mundo y concluir que, efectivamente, los palestinos tienen algo que se parece a un Estado funcional en prácticamente todos los ámbitos; para entonces la única cosa anómala sería la ocupación, y todo el mundo consideraría que habría de llegar a su fin.

Ese "para entonces" de esas declaraciones de Fayad remitía a agosto de este 2011, en que su plan de dos años (Palestine. Ending Occupation, Establishing the State) debería estar rindiendo sus mejores frutos. Pero las cosas no han salido así. Quizá principalmente por culpa del muchísimo menos fiable Mahmud Abbás, que ha podido herir de muerte el proyecto de su primer ministro con su insensata y paradójica apuesta por la declaración unilateral del Estado palestino en el marco de la ONU. Fayad quiere trabajar con realidades, hechos consumados; está volcado en construir el Estado, allanar el camino a la diplomacia y los notarios. Abbás, en cambio, se emperra en la vía de la retórica, en los estériles pero ponzoñosos brindis al sol, en declarar el Estado antes de conferirle consistencia; quiere colgarse una medalla que ni por asomo se merece, por arafatista, por ambiguo, por cobarde; pretende congelar Palestina en el mundo de la irresponsabilidad y el nunca jamás.

Por ahí sólo lograremos un triunfo simbólico, se lamenta Fayad, probablemente pensando que las cosas pueden ser aún peor y desembocar en una victoria pírrica, que se lleve por delante el incipiente milagro palestino.

El momento es verdaderamente decisivo. Palestina, los palestinos tienen que elegir entre tres modelos incompatibles: el islamofascista de Hamás, el de la cleptocrática y ambivalente OLP –que pone una vela al dios de la negociación y otra al diablo del irredentismo terrorista– y el de Salam Fayad, que con su formación de nuevo cuño –Tercera Vía, laica y liberal– sólo obtuvo el 2'4% de los votos en las legislativas de 2006 pero que desde el Gobierno de la ANP está obrando maravillas sobre la economía y la autoestima de los cisjordanos.

Salam Fayad, que rechaza el Estado binacional, reconoce el Estado de Israel, quiere una Palestina abierta a todos –también a los judíos–, goza del reconocimiento internacional, combate el islamismo y la cleptocracia y demuestra día tras día lo que se puede conseguir con determinación, coraje y empeño, es el presente preparándose para el mejor de los futuros ahora concebibles. Es nuestro hombre en Ramala.

–Tom Segev: No soy tan optimista como usted. Por primera vez comparto el sentimiento de que la paz no es posible. Si usted me hubiera preguntado hace 40 años si tendríamos paz en 2010, le habría contestado que sí. Ahora ni siquiera sé si mi hijo, que se ha casado hace seis meses, hace bien quedándose a vivir en Israel.
–Salam Fayad: Si sucumbes a ese sentimiento, y la gente hace lo propio, quedaremos a merced de los visionarios. Y por estos pagos los visionarios no suelen ser muy positivos, como bien sabes.

(Newsweek, 22-X-2010).

MARIO NOYA, jefe de Suplementos de LIBERTAD DIGITAL.

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