domingo, 19 de febrero de 2012

El arte de apresar criminales nazis


Cabina a prueba de balas , donde estaba Eichman mientras era juzgad0

El Mossad enseña por primera vez los detalles de la legendaria operación que en 1960 logró terminar con la impunidad de Adolf Eichmann, el jerarca nazi escondido en un suburbio de Buenos Aires

Un peine, una boquilla para fumar, un cortaplumas y las llaves de su casa en un suburbio de Buenos Aires… Esas son las cosas que llevaba encima Adolf Eichmann —el criminal nazi escondido en Argentina bajo el nombre de Ricardo Klement— cuando un destacamento de los servicios de inteligencia de Israel finalmente pudo atraparlo al atardecer del 11 de mayo de 1960. Y ahora que se van a cumplir cincuenta años de la ejecución del «cerebro» logístico del Holocausto, todos esos objetos tan irónicamente propios de la banalidad del mal pueden contemplarse en el museo Beit Hatfutsot de Tel Aviv, gracias a que por primera vez el Mossad ha decidido abrir sus archivos y compartir los detalles de su pionera gran operación, más al estilo de George Smiley que de James Bond.

Se puede decir que le echaron literalmente el guante. Cuando se bajó del autobús que utilizaba para ir a trabajar a una factoría de la Mercedes Benz, el agente Zvi Malin se abalanzó sobre Eichmann metiéndole su mano enguantada en la boca. Una improvisada mordaza para que el antiguo teniente coronel de las SS, al verse acorralado, no eligiera como otros jerarcas nazis la escapatoria del suicidio con ayuda de una dosis de cianuro disimulada entre la dentadura. Tras meterlo a empujones dentro de un coche a la espera, el detenido recibió el siguiente ultimátum: «Si te mueves, te pegaremos un tiro en la cabeza». A lo que respondió balbuceando en alemán: «Acepto mi destino».

Durante el trayecto hasta una vivienda dispuesta como improvisada cárcel, Rafi Eitan, otro de los agentes encargados del secuestro de Eichmann, se dedicó a rebuscar una serie de cicatrices conocidas en el cuerpo de su prisionero para descartar una improbable confusión. Tras llegar a su albergue temporal, le pidieron que él mismo se identificase. En ese interrogatorio inicial, el nazi que había dado esquinazo a los juicios de Nuremberg ofreció primero un alias alemán. Después su falsa identidad argentina. Y al tercer intento, confesó: «Soy Adolf Eichmann». Un reconocimiento acompañado de la petición de una copa de vino.

Confidencias y escepticismo

Los testimonios ofrecidos en la muestra titulada «Operación Final» confirman que el desenlace de Adolf Eichmann comenzó casi tres años atrás a través de una cadena de confidencias. Pese a todos sus esfuerzos para no llamar la atención, uno de sus hijos se dedicó a cortejar a una joven llamada Silvia. Proceso en el que generó las sospechas del padre de la novia, Lothar Hermann, un judío europeo afincado en Argentina. Mediante una carta, Hermann compartió sus indicios con otro superviviente del Holocausto, Fritz Bauer, en aquel momento fiscal general en el estado germano de Hesse. Aquel funcionario, a su vez, pasó la información a un contacto en el Mossad.

Dos agentes fueron enviados hasta Argentina para rastrear la pista recibida, que incluía una dirección en la calle Garibaldi de una sórdida barriada al norte del Gran Buenos Aires. Su primera reacción fue pensar que en un lugar tan deprimente no podía residir un jerarca nazi. Con una cámara Leica, disimulada dentro de una cartera negra, se obtuvieron las primeras fotos. Las imágenes fueron analizadas en Israel y cotejadas con el expediente de Eichmann en las SS. Aunque el Mossad no cantó bingo hasta un análisis forense de la oreja izquierda del sospechoso.

Descartada la posibilidad de una extradición, una docena de agentes con identidades falsas —junto con un médico y un especialista en falsificaciones— se congregaron en Buenos Aires para atrapar a «Dybbuk» (espíritu diabólico, en yiddish), el nombre clave asignado a Eichmann. Aunque, con diferencia, lo más difícil de todo sería su transporte clandestino hasta Israel. Tras esperar nueve días, el grupo pudo salir de Buenos Aires utilizando su plan A: a bordo del avión de la compañía El Al fletado para transportar a la delegación israelí invitada a celebrar el 150 aniversario de Argentina.

Eichmann fue sedado (la aguja de la inyección figura entre los objetos incluidos en la exposición de Tel Aviv, cuyo comisario ha sido un anónimo pero veterano agente del Mossad). Le vistieron con un uniforme de azafato de El Al. Y sin problemas, lograron pasar los controles del aeropuerto diciendo que el pobre hombre, con su correspondiente pasaporte israelí bajo el nombre de Zeev Zichroni, se encontraba indispuesto. El avión pudo despegar con Eichmann sentado en primera clase y sin que la delegación oficial supiera lo que estaba pasando. Dos días después, el primer ministro Ben-Gurion anunciaba al mundo su captura.

En un tribunal de Jerusalén, dentro de una cabina a prueba de balas que ahora se puede ver en el museo Beit Hatfutsot, Adolf Eichmann fue enjuiciado bajo cargos de crímenes de guerra y contra la Humanidad. El fiscal Gideon Hausner empezó el emblemático proceso, que duró más de ocho meses, recordando la presencia de «seis millones de acusadores», en recuerdo a las víctimas del Holocausto. Con toda clase de evidencias en su contra, Eichmann fue declarado culpable y sentenciado a muerte —la única pena capital aplicada por la jurisdicción civil en los 64 años de historia de la Patria judía—. Lo ahorcaron a la medianoche del 31 de mayo de 1960. Y sus cenizas fueron esparcidas en el Mediterráneo, más allá de las aguas territoriales de Israel.

Fuente:abc.es

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