domingo, 22 de julio de 2012

Las dos estrellas de Lucien


De la lluvia de gas inmortal a Lucien le salvó su estrella. Otra muy distinta de la que le había condenado a errar para huir de la asfixia colectiva, del frío gris con pijama de rayas. La gamada y la de David, confundidas en un vagón sin billete de vuelta. Sólo tenía seis años Lucien cuando ese firmamento de luceros se le cayó encima. "Tenía esa buena estrella que me protegía y al mismo tiempo esa otra estrella amarilla de judío que me ponía en peligro".
Lucien Tinader es uno de los pocos niños que escapó de la llamada redada del velódromo de invierno (en francés Vél D'Hiv) los días 16 y 17 de julio de 1942. La primera en la que los agentes franceses arrestaron masivamente a los judíos que vivían en París, y la primera en la que había niños y mujeres en el botín. Los tiempos muertos se habían acabado para el nazismo.
Lucien sopla hoy las 70 velas del cumpleaños envenenado, junto con los que escaparon de la persecución y los huérfanos de los que sólo tenían una estrella en la solapa y ninguna en el cielo. Fue el día en el que su patria les traicionó. "Como francés y como judío tengo sentimientos encontrados. Sí es cierto que muchos nos entregaron, pero no todos eran chivatos. La familia que me acogió, y gracias a la que me salvé de ser deportado a Auschwitz, sabía mi origen y me protegió. Como ella hubo muchas", relata a elmundo.es.
El niño Tinader se empeñaba en lucir y presumir de estrella, esa que le hacía "sentirse un sheriff". Evitó el gas porque una familia lo escondió en su casa en el campo. Porque la solidaridad se le escapaba al terror por las grietas. Pero 11.400 niños como él sí fueron arrestados y corrieron diferente suerte. De la deportación al exterminio.

11.400 niños deportados

"La redada de Vél d'Hiv fue la primera en la que se persiguió también a los niños", recuerda Rhapaël Esrail. Él no corrió la misma suerte que su compañero de estigma. Su boleto fue premiado con un viaje al parque de atracciones de la maquinaria genocida. Tenía 18 años cuando llegó a Auschwitz.
"¿Por qué logró salvarse?". Silencio y después suspiro. "Le miracle…". No le hace falta al que sufrió "torturas indescriptibles de todo tipo" más palabras para explicar que sólo el azar decidía quién se salvaba y quién no. Tú no. Pum. Tú sí.
Y Raphaël, a pesar de todo, fue sí. Sobrevivió "gracias al milagro", tras haber pasado por cuatro campos de exterminio (entre ellos Birkenau y Mauthausen) y haber resistido a la "marcha de la muerte" de 1944. Gracias a que su buena estrella brilló y supo aprovechar su fogonazo hoy, como Lucien, 70 años después, puede contarlo. "Estuvimos seis días sin comer ni beber, caminando por el hielo. ¿Usted sabe lo que es ver a alguien morir de sed? Pierdes la cabeza… La gente tenía espejismos, como en el desierto, creían ver agua. Las alucinaciones se alternaban con los momentos de lucidez", recuerda.

Imposible olvidar

Intentó olvidar su visita al infierno, haciéndose quemar el número delator en su brazo. Pero hay cosas que ni el tiempo, ni una brasa son capaces de borrar. "Cuando uno vive cosas tan fuertes, nunca las olvida, nos acompañan todos los días de nuestra vida", dice el que, a pesar de los años, recuerda las fechas exactas de cada una de las escalas de su siniestro viaje, los días que pasó en cada una de las cámaras mortuorias diseñadas por la ideología sanguinaria, los nombres de los camaradas a los que la pesadilla de Darwin dejó en el camino.
"Intenté huir varias veces pero me cogieron. Me salvó que se me daba bien la mecánica. Siempre me ponían a trabajar, para servir al régimen nazi y, claro, después matarme. Al margen del azar que decidió quien vivía y quién no, hay una cosa que no hay que olvidar: todos, absolutamente todos los judíos, estábamos destinados a morir, todos", explica.
Antes de ser deportados al campo de concentración alemán los judíos detenidos en Francia hacían escala en el del campo de Drancy (afueras de París). Era la antesala del tramo final. Aunque ninguno entonces podía saberlo. "Llegaban aquí, se les quitaban las joyas, el dinero, la documentación... Después los policías les daban un recibo. Los optimistas creían que, a la salida del campo, el documento les serviría para recuperar sus pertenencias. Los pesimistas pensaban que saldrían solo con lo puesto. Pero Nadie se podía imaginar lo que de verdad iba a pasar después", dice Lucien.

"No había solidaridad"

Raphaël pasó por este campo, y por otros tres más, aunque para él el peor fue el último, uno sin mito detrás, pero más terrorífico que todos los demás. "Cuando uno tiene un trozo de pan a comer entre varios no existe la solidaridad. Ninguna. Eso es lo peor de todo", recuerda.
Para conmemorar el 70 aniversario de esta primera gran redada contra judíos con colaboración francesa, el Ayuntamiento de París ha organizado una exposición en la que reconstruye la memoria de estos niños franceses a los que se les amputó de infancia para siempre. En ella se pueden ver, por ejemplo, las cartas de los menores que, como Lucien, enviaban a unos padres que creían de viaje, en misiones importantes arreglando el mundo, sin saber que era el mundo el que les estaba ajustando las cuentas.
Su inocencia, la de Lucien y otros 11.400 niños más, se quedó en los grises vagones de tren de París. "Mi madre me decía: 'cuando tu padre vuelva del frente te sacamos de aquí'. Ella consiguió esconderme y me salvé. Pero aún tardé muchos años en entender el significado de sus palabras, del hecho de que quisiera alejarme de ella. Hoy todavía me cuesta entenderlo".
Fuente:elmundo.es

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