"Sabíamos que, tarde o temprano, nos esperaba la cámara de gas.
Cuando me llegó el turno y anunciaron mi nombre, un sacerdote muy
enfermo en la litera de al lado me dio su ración de pan, la comida de
todo el día. Antes de llegar a las duchas llegó una contraorden para
trasladarme y la ejecución se canceló como por milagro. El sacerdote
murió aquella misma noche". Este es el momento de su paso por Dachau que más vivamente recuerda el superviviente Hermann Schipers, que el próximo 24 de julio cumplirá cien años.
El suyo fue un extraño caso en un primer campo de concentración que
se caracterizó por sus prácticas extremadamente crueles y que sirvió de
precedente, modelo y centro de formación para los guardianes del resto de los campos de exterminio nazis. Solamente en su campo de tiro, donde los oficiales de las SS ejercitaban en sus ratos libres, murieron haciendo el papel de blanco humano
más de 4.000 prisioneros, según los registros. La cifra total de
víctimas mortales no ha podido aún ser determinada, a pesar de que se
cumplen ahora 80 años de la apertura del campo.
Ningún alemán puede decir que no supiese de la existencia de Dachau.
Al menos ninguno que leyese los periódicos o escuchase la radio. El 21
de marzo de 1933, el máximo jefe de las SS, Heinrich Himmler, anunciaba
en los periódicos de la mañana la apertura de un centro de confinamiento
con capacidad de hasta 5.000 personas, en el que "serán encerrados los comunistas y socialistas que pongan en peligro la paz social".
En su artículo, que fue publicado no solamente en el brazo editorial
del partido nazi Völkischer Beobachter, sino también en medios
supuestamente independientes, como el Münchner Neuesten Nachrichten,
afirmaba con cinismo que "hemos tomado esta decisión sin tener en cuenta
preocupaciones mezquinas".
Los hornos crematorios del 'eficaz' campo de Dachau. | Magnum Photos
Nacía así el primer campo de concentración, que
elevaba a la enésima potencia la capacidad del sistema nazi para
procesar detenidos políticos y raciales. Comenzó albergando, tal día
como hoy hace 80 años, a 150 comunistas y socialistas que fueron a parar
a aquella antigua fábrica de municiones. Con el paso de los meses el
campo se expandiría hasta contener hasta 170 campos subsidiarios
de diferentes tamaños en el sur de Alemania y Austria. En junio de 1933
sería nombrado comandante del campo Theodor Eicke, quien desarrolló el
plan organizativo y las normas que regirían Dachau y que serían
exportadas después al resto de los campos de exterminio.
Pronto comenzaron a llegar sindicalistas y miembros de los partidos conservadores y liberales. Después homosexuales, gitanos, testigos de Jehová y sacerdotes católicos.
A partir de noviembre de 1938, masivamente prisioneros judíos, más de
10.000 en sólo unos meses y, progresivamente, menos ciudadanos alemanes y
más procedentes de los Sudetes, Chequia y, desde el comienzo de la
guerra, Polonia.
Según la Fundación Topografía del Terror, más de 200.000 prisioneros fueron deportados
a Dachau desde más de 30 nacionalidades diferentes. Por cientos eran
sometidos a despiadados experimentos humanos para investigar los efectos
de la presión atmosférica, la hipotermia, la inmersión o la malaria. A
comienzos de 1942, más de 3.000 prisioneros fueron enviados a las
instituciones mentales del castillo Harhiem, cerca de Linz, en los
denominados "transportes de inválidos", donde eran sistemáticamente
asesinados con gas venenoso. "Aquella existencia te convertía sin
remedio en un delincuente o en un santo", concluye Hermann Schipers sus
recuerdos sobre aquel infierno.
El hacinamiento desató el tifus y la enfermedad se llevaba a más
presos que las cámaras de gas a diario. Aun así, el 27 de abril de 1945,
fecha de la liberación por parte del ejército norteamericano, más de
67.000 presos se apretujaban en los barracones.
Fuente:elmundo.es
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