El modelo de gestión creado por la SS en los campos de
exterminio nazi no desapareció con la caída del régimen. Quienes
elaboraron las funciones de los recursos humanos de los guardianes del
Holocausto lo transmitieron a la República Federal de Alemania a través
de las escuelas de administración de empresas. “Reinherdt Höhn es
un buen ejemplo de estos puntos de contacto entre el mundo nazi y las
políticas de gestión de la posguerra. Este jurista, que había ingresado
en el NSDAO y en las SS en 1933, se convirtió en jefe de departamento
del RSHA y escribió, en 1945, una obra sobre la dirección de empresas
basada en el principio de jerarquización de las tareas y de
participación en los objetivos”, escribe Fabrice d’Almeida en Recursos inhumanos. Guardianes de campos de concentración 1933-1945 (Alianza Editorial).
El
historiador francés inició hace siete años su investigación sobre las
unidades SS-Totenkopfverbände, un cuerpo de soldados nazi habitualmente
ignorado por los estudios, cuya función fue la de ejecutar con celo los planes de exterminio sistematizado.
Entonces un antiguo oficial americano que estuvo destinado en Alemania
durante la liberación se puso en contacto con el Museo del Holocausto,
en Washington. Ofrecía vender un álbum de fotografías procedentes de Auschwitz,
que descubrió en Fráncfort en 1945. El ejército alemán utilizaba este
tipo de álbumes para que sus soldados colocaran en ellos sus “recuerdos
de guerra”.
La importancia del documento mostraba a algunos de los protagonistas de la política genocida en sus momentos de diversión y esparcimiento. Los archiveros del Museo descubrieron el nombre del propietario original: Karl Höcker,
oficial de las SS. Las fotos recordaban los buenos ratos que dos
suboficiales de la SS pasaban juntos, asistidos por un prisionero
polaco.
Aquellas fotos plantearon una inquietante cuestión: la vida privada y los pequeños placeres de los verdugos del Holocausto.
Su apariencia recordaba a un álbum familiar. Para los vasallos de
Höcker, la gestión cotidiana de la muerte era una ocupación como
cualquier otra, con sus horarios y sus momentos de descanso, cuyo
recuerdo se deseaba conservar y compartir. “Gracias a estas
distracciones los empleados de los campos de concentración mantuvieron
una forma de vida en la que la violencia y el exterminio quedaban justificados a sus ojos”, explica d’Almeida.
Una casta de elite
Había que tratar por todos los medios que la vida en Auschwitz no fuera demasiado rutinaria.
La vida privada de los guardianes, aun en aquella fase de violencia,
“proseguía la búsqueda del goce”. Los dirigentes de los campos idearon
técnicas de reafirmación y apoyo psicológico para que aquellos hombres consumaran el genocidio con la obediencia y el celo
en las dimensiones que hoy conocemos. De ahí que el historiador defina a
este cuerpo como “soldados ideológicos” y aclare que no eran la escoria
de las fuerzas militares, sino una casta integrada en una institución
que pretendía ser la elite de la sociedad alemana.
Según el estudio de d’Almeida los asesinos eran un número restringido de voluntarios entre los cerca de cuarenta mil hombres
que, en 1944, trabajaban en los campos. Unos pocos cientos de ellos se
dedicaban a fusilar, gasear y eliminar a los prisioneros. El guardián
era vigilante y encargado de los recursos humanos que gestionaba la
fuerza del trabajo de los prisioneros. “Los vigilantes eran conscientes de su papel y del exterminio que
se llevaba a cabo en sus lugares de trabajo. Tampoco dudaban en
torturar cuando se presentaba la ocasión”. Fueron una parte esencial y su existencia debía ser protegida con una gestión meticulosa.
La vida cotidiana de las guardianas y guardianes –que hacían en la retaguardia lo mismo que sus colegas en el frente: liquidar al enemigo-
debía ser lo más agradable posible para que pudieran estar en
condiciones de movilizar toda su violencia en el seno de la institución
concentracionaria. Había que evitarles todo padecimiento derivado de la inactividad o la ociosidad cuando
abandonaban su lugar de trabajo durante su tiempo de descanso, por
breve que fuera. “En este sentido, el nazismo es el primer ejemplo de
gestión de recursos inhumanos”, apunta el historiador.
Entretenimiento y bienestar
Robert Ley fue el responsable del Departamento de Entretenimientos del III Reich, Kraft durch Freude (La fuerza por la alegría)
y, a fin de cuentas, quien concibió el modelo nazi de relaciones
sociales. Su objetivo fue superar el antagonismo entre las clases
sociales y subordinar las fuerzas de producción a la ideología. Deseaba mejorar las condiciones de trabajo para estimular la adhesión al nuevo régimen.
Impulsó la apertura de cantinas en los lugares de trabajo con la excusa
de mejorar la alimentación y contribuyó al desarrollo de enfermerías.
Ley
incorporó los entretenimientos y las distracciones culturales al mundo
de las empresas, promovió conciertos para los obreros en las fábricas e impulsó el desarrollo de deportes en los lugares de trabajo.
“Su gran obra consistió en poner a disposición de las clases populares
ciertos placeres que hasta entonces habían sido reservados para las
elites, como los viajes de vacaciones. Robert Ley perseguía el
desarrollo del Estado de bienestar”. Himmler, jefe supremo de las SS, también quería una tribu saludable
que pudiera viajar, jugar, practicar deportes y tener relaciones
sexuales. “Son los recursos necesarios para una higiene existencial”.
Cuando Karl Koch
llega a dirigir el campo de Buchenwald la comodidad de los guardianes
crece. Procuraba satisfacer los deseos de sus hombres y acondicionaba espacios cercanos para el ocio y los entretenimientos, sobre todo para la práctica del deporte. En Dachau, Himmler reformó la búsqueda del bienestar de los miembros de las SS con una piscina para su disfrute y nuevas instalaciones para practicar deportes de equipo, especialmente el fútbol, “que apasionaba a los miembros de las SS”.
Aburrimiento, el peor enemigo
Los guardianes encarnaban el comportamiento hiperactivo
por excelencia: trabajaban muchas horas y luego debían distraerse
mediante actividades culturales y lúdicas. Tenían programados
entretenimientos para favorecer una buena integración, para evitar a su
peor enemigo: el aburrimiento y la desocupación. Deporte, música,
juegos de cartas, puzles y visitas a burdeles eran parte de los ritos
de socialización. “El material humano requería una constante atención”,
como decía Himmler. En ese sentido, favorecieron los deportes colectivos
porque veían en ellos una escuela de cohesión y de competitividad.
Había
que administrar el tiempo de los empleados del exterminio para evitar
que pensaran demasiado. La única evasión posible del totalitarismo era
el sueño. “En los campos de concentración y exterminio, los verdugos no
sólo masacraron a hombres, mujeres y niños; también mataban el tiempo”, concluye Fabrice d’Almeida.
Las
SS participaron en la modernización de la gestión de las organizaciones
típicas del mundo industrial y del intento de disciplinar los
comportamientos. Himmler estuvo obsesionado con la racionalización de
las conductas y creó un orden de jerarquías de competencias y poderes
y un grupo que compartiera solidaridad entre pares. La virtud superior
de un miembro de las SS no dependía de sí mismo sino de la valoración de
sus superiores: su honor era su fidelidad. Ninguna tarea era deshonrosa si la habían ordenado los jefes. Como bien apunta d’Almeida, la lealtad y la fe a los superiores es un modelo que interesó a la gestión de los recursos humanos del mundo que sobrevivió a Auschwitz.
Fuente:elconfidencial.com
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