domingo, 18 de enero de 2015

El 'español' , hijo de un judío de nacionalidad egipcia que fue expulsado de su país a principios de los 60 por su sangre sefardí , que inventó la cura de la hepatitis C.


Cuando era un joven científico, Raymond Schinazi viajaba cada verano a España para visitar a su familia. Su padre, de nacionalidad egipcia, fue expulsado de su país a principios de los 60 por su sangre sefardí y sólo encontró su refugio en la fábrica de Campofrío en Burgos. Pero los Schinazi no querían que su prometedor retoño se criara en otra dictadura, así que le enviaron a Bath (Inglaterra) para que estudiara Ciencias Químicas.
Nadie imaginaba que, cuatro décadas más tarde, aquel espabilado chaval se convertiría en el creador de fármacos que salvarían millones de vidas. El más destacado es Sovaldi, su droga contra la hepatitis C, una enfermedad que aniquila medio millón de vidas al año. Nunca ha habido un lanzamiento farmacológico más rentable que la píldora milagro del doctor Schinazi. Pero su astronómico precio -hasta 60.000 euros por tratamiento- ha provocado una polémica a la altura de su eficacia: numerosos gobiernos, incluido el español, se resisten a recetárselo a todos los enfermos.
-Sí, soy el padre de Sovaldi -proclama orgulloso Schinazi, de 64 años, desde un congreso médico en San Francisco-. Yo fundé Pharmasset, el laboratorio que lo descubrió, contraté a los científicos, conseguí la financiación, aporté las ideas básicas de la investigación...
Un grueso acento yanki camufla los orígenes egipcios de Raymond Schinazi. Aunque, a veces, salta al castellano que aprendió de sus ancestros para subrayar alguna frase: "Adoro España, ¡es mi segundo hogar!". El químico detalla con pasmosa naturalidad el número de vidas que han salvado los inventos de su laboratorio: "Según mis cálculos, sólo los retrovirales contra el VIH han evitado siete millones de muertes". ¿Y el Sovaldi? "¡Tiene aún más potencial! A largo plazo, curará a decenas de milllones de pacientes. Por eso, no entiendo a qué esperan los gobiernos para dárselo a los enfermos".

Sovaldi, su droga contra la hepatitis C
-¿Conoce la polémica que ha provocado su fármaco en España? Los enfermos incluso han organizado encierros para que se lo receten de forma gratuita.
-Por supuesto. Y creo que el gobierno debe actuar ya. Tiene que recetárselo de inmediato a los enfermos más graves, porque si no morirán. Además, pueden contagiárselo a otras personas, con lo que se agravaría el problema.
-En pleno recorte sanitario, ¿está justificado pagar tanto por un fármaco?
-La alternativa es no hacer nada. Unos enfermos morirán, otros recibirán trasplantes, el resto sufrirá cirrosis o cáncer y serán hospitalizados decenas de veces... A la larga, saldrá mucho más caro. Eso sí, los gobiernos deben negociar con la farmacéutica para rebajar los precios todo lo posible.

El ejemplo egipcio

Así ocurrió en su país natal, donde la hepatitis C es una epidemia colosal: sufren la peor tasa de contagios del mundo -el 10% de la población- por el uso de agujas contaminadas en campañas de vacunación en los años 60 y 70. Schinazi admite que ayudó "indirectamente" al gobierno egipcio para que negociara una rebaja con Gilead, la multinacional que le compró la patente en 2011. Hoy, el tratamiento sólo cuesta 900 dólares a los egipcios, la centésima parte que en EEUU.
-Otros países, como India, también disfrutan de Sovaldi a precios humanitarios. ¿A qué se debe esta diferencia de precios?
-La farmacéutica negocia precios asequibles con los países pobres, que no pueden pagar la tarifa estándar. Imagino que nadie estará en contra de ayudar al Tercer Mundo, ¿no? España, pese a todos sus problemas económicos, puede pagar más que Egipto.
[Los críticos de la farmacéutica argumentan, sin embargo, que estos acuerdos buscan evitar que los fabricantes de genéricos indios copien por las bravas el Sovaldi. Así, Gilead cobra un pequeño canon y, sobre todo, protege los mercados de países de ingresos altos y medios, los más lucrativos para estos fármacos de última generación].
-¿Estaría dispuesto a mediar para que España, su "segundo hogar", disfrute de mejores precios?
-Me encantaría. El precio depende del PIB del país. Creo que los españoles pueden acordar una tarifa más baja que Francia. [Allí el tratamiento de 12 semanas cuesta 41.000 euros, mientras que España, según se ha publicado, pagará unos 25.000 euros].
'35.000 euros me parece un precio justo para España. A largo plazo, se gastaría más dinero en trasplantes'
-Para usted, ¿cuál es un precio justo para el Sovaldi en España?
-Creo que unos 35.000 euros por curar a una persona de una enfermedad mortal es asumible para un país rico como España. Además, a largo plazo, te ahorras dinero en trasplantes, en tratamientos oncológicos... Y no olvidemos que el fármaco irá bajando de precio en los próximos años.
-Pero fabricar el Sovaldi cuesta la centésima parte de ese precio. Explique a los españoles por qué tienen que pagar tanto.
-El fabricante tiene que recuperar los 11.000 millones de dólares que les costó comprar la patente. También debe costear los fármacos que nunca triunfan en el mercado. Y, por supuesto, ha de obtener beneficios para sus accionistas. Sin eso, nadie financiaría las investigaciones para descubrir nuevos tratamientos. Puede sonar duro, pero es algo que he aprendido a lo largo de mi carrera.
Esta biografía arranca en 1950 en Alejandría. Cuando nació Schinazi, la ciudad egipcia aún conservaba la tolerancia cosmopolita del viejo Oriente Medio. Pero el paraíso se esfumó con el estridente nacionalismo de Gamal Abdel Nasser y la crisis de Suez de 1956. Los Schinazi, como todas las familias sefardíes de Egipto, vieron confiscados sus bienes a comienzos de los 60. De golpe, esta próspera familia de comerciantes se vio arrinconada en un campo de refugiados a las afueras de Nápoles.
El padre buscó cobijo en su antigua nación, España, de la que sus antepasados sefardíes fueron expulsados en 1492. A través de un contacto, obtuvo un trabajo en las oficinas de Campofrío en Burgos, donde trabajó casi dos décadas y llegó a ejercer de director de exportaciones. Sin embargo, el joven Raymond se marchó a Inglaterra, donde cursó el bachillerato con la beca de una ONG que ayudaba a los refugiados judíos.
Raymond Schinazi siempre tuvo clara su vocación científica. La heredó de su tío, André Nahmias, toda una eminencia mundial en el estudio del virus del herpes. Así, obtuvo una plaza en la Universidad de Bath, donde se sacó la licenciatura. Luego completó el doctorado con una tesis sobre la elipticina, un fármaco contra el cáncer extraído de plantas.
Eso sí, cada verano, Schinazi se reunía con su clan en tierras españolas. Juntos recorrieron todo el país: la playa, las montañas, las principales ciudades... "Estoy muy agradecido a tu país por acoger a mi familia cuando más lo necesitaba", asegura hoy. "Gracias a España, mi padre obtuvo un trabajo, pudo prosperar y mantener a su familia. No lo olvidamos".

'Que nos ayude'

En Burgos, la tierra de sus ancestros, Francisco Javier aguarda inquieto a que Schinazi devuelva el favor a España a través de su píldora mágica. Hace 22 años que le diagnosticaron hepatitis C y sufre una cirrosis galopante, pero aún no ha conseguido que su médico le recete Sovaldi. "Si el doctor ayuda a que el gobierno nos pague las medicinas, le estaríamos eternamente agradecidos", ruega este enfermo de 63 años, sorprendido al descubrir la conexión burgalesa del medicamento que tanto ansía.
Pero, antes de idear este fármaco, Schinazi tuvo que mudarse a EEUU, donde centró sus primeras investigaciones en las distintas variantes del herpes. Así siguió hasta los años 80, cuando se descubrió que un virus causaba el sida. El científico decidió volcar todas sus energías en desarrollar un fármaco contra la enfermedad más temida del momento. "Habíamos aprendido mucho del virus del herpes, pero nos faltaba aplicar este conocimiento al VIH", explica.
Su trabajo fue vital para el desarrollo de los cócteles de fármacos que han convertido el letal virus en una suerte de mal crónico. A finales de los años 90, de su equipo salieron retrovirales tan populares como la Emtricitabina. Según los cálculos de la Universidad de Emory (Atlanta), donde se encuentra su laboratorio, hasta el 94% de los que recibieron algún tratamiento contra el virus en aquella época se beneficiaron de drogas diseñadas por Schinazi.
Mientras el VIH acaparaba la atención popular, la epidemia de la hepatitis C cabalgaba sigilosa. Durante décadas, ni siquiera estaba confirmada la existencia de la enfermedad: hasta 1989, cuando fue identificada formalmente, se la conocía como "hepatitis ni A ni B". Y eso que era -y es- un problema sanitario de primera magnitud: hoy afecta a más de 150 millones en todo el mundo y mata cada año a 500.000 enfermos, de los que 10.000 viven en España.
Sin embargo, apenas existían fármacos. Los compuestos que se empleaban para combatirlo, como el interferon, tenían una eficacia limitada y terribles efectos secundarios. Pero Schinazi estaba seguro de que si aplicaba sus conocimientos sobre el VIH a este virus, podría desarrollar un tratamiento eficaz: "Me dije a mí mismo: 'Este virus está a la espera de que alguien lo cure'".

El milagro

En 1998, Schinazi creó una empresa, Pharmasset, para financiar sus investigaciones. Su trabajo cristalizó en la molécula PSI-7977, que presentó 13 años más tarde en un congreso médico en San Francisco. La eficacia del fármaco sorprendió a los hepatólogos allí congregados: los 10 pacientes que lo habían tomado durante tres meses se habían curado por completo, sin recaídas. ¿Milagroso?
Dos semanas después, la multinacional Gilead compró Pharmasset -en realidad, sólo les interesaba la molécula PSI-7977- por 11.100 millones de dólares. De ellos, 440 millones correspondían a las acciones de Schinazi. Fue un negocio lucrativo para todos: en el primer semestre de 2014, Gilead facturó 5.800 millones de dólares por el Sovaldi, todo un récord para un fármaco debutante.
Hoy, el científico ya trabaja en nuevos medicamentos para otras dos enfermedades. Una es la hepatitis B: "Creo que podremos curarla fácilmente". La otra, el VIH: "Eso es más difícil: no creo que viva lo suficiente para ver la cura definitiva". Pero, si le dieran a elegir un mal que le gustaría exterminar, elige un tercero: "Me encantaría acabar con el virus de la gripe: aunque no le demos importancia, mata a millones de personas al año", reflexiona Schinazi, divorciado, con una hija y dos nietos.

Extinción definitiva

Pero la búsqueda de nuevos compuestos no es su única ocupación. También trabaja en la promoción del Sovaldi como herramienta para erradicar la hepatitis C del mundo. Según él, si la OMS se coordinara con las principales potencias sanitarias, el mal podría extinguirse de la Tierra en 20 años. "Aquí no estamos hablando de un retroviral que sólo frena la enfermedad, como con el VIH, sino de una cura completa", argumenta. "Si damos el fármaco a todos los enfermos, ya no se la contagiarán a nadie más. Sería maravilloso".
En el caso de España, aboga por tratar de inmediato a los enfermos más graves. Luego, crearía un plan a largo plazo -"unos 10 años es suficiente"- para ir curando al resto de infectados antes de que desarrollen cáncer, cirrosis y otras complicaciones. "A largo plazo, saldría más barato", insiste. "También se podría establecer un sistema de copago para los pacientes más ricos".
-Usted ha cobrado 440 millones por su trabajo. ¿Está justificado tanto beneficio?
-Cuando estaba mendigando para pagar mis investigaciones, que costaron más de 200 millones de dólares, cualquiera podría haber comprado mi empresa por un precio modesto. Pero sólo me hicieron una oferta cuando quedó claro que nuestro fármaco iba a ser eficaz y rentable. ¿Eso es justo? Hay que premiar a la gente que asume riesgos. Es la única forma de que la ciencia avance.
-¿A qué ha dedicado el dinero de la venta de su fármaco?
-Admito que tengo la vida resuelta. Pero también doné 20 millones a mi universidad, monté una fundación, hago donaciones a organizaciones benéficas y he reinvertido en nuevas investigaciones, porque mi principal deber como científico es salvar vidas... Ah, también pagué muchos impuestos aquel año. ¡Deberían poner mi nombre a una calle!
Fuente:elmundo.es

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