lunes, 27 de noviembre de 2017

La actriz judía Hedy Lamarr, estrella de día e inventora de noche, la mujer que hizo posible el wifi

Todavía hay quien recuerda a Hedy Lamarr (Viena, 1914), una de las grandes estrellas del Hollywood dorado. Niña inquieta y poco menos que superdotada, feliz en el seno de una familia judía culta y adinerada, se sintió muy pronto atraída por la magia del cine. No tenía ni veinte años cuando se desnudó en «Éxtasis» (1933), la primera película comercial que cometía semejante atrevimiento. Aquel asalto a la fama, todavía en Europa, fue también un lastre para su carrera, aunque nunca le importó demasiado lo que pensaran los demás. Se casó seis veces y las seis se divorció, pero sobre todo destacó, casi en secreto, por sus inventos y aportaciones científicas. El documental «Bombshell: la historia de Hedy Lamarr», que emite esta noche Movistar (22.00), desvela la faceta menos conocida de quien fuera considerada la mujer más bella del cine.
En las pantallas fue Dalila, la perdición de Sansón (Victor Mature), en la primera película, era el chascarrillo del momento, en la que el protagonista tenía más pecho que la chica. Hombres y mujeres se enamoraban al instante. Louis B. Mayer la incorporó a su universo y se codeó con mitos como Picasso, Chaplin, Welles y Howard Hughes, otro inventor («El peor amante que he tenido, pero muy brillante y también incomprendido»). Incluso Kennedy aparece en su vida, «antes de que fuera presidente», aclara ella. Charles Boyer, encaprichado como cualquiera, la convenció para que rodara «Argel», pese a sus reticencias por el dominio del inglés.
Su carrera cinematográfica tuvo montañas y valles, como la de tantos, pero era su vida nocturna la que la diferenciaba, casi siempre sin reconocimiento. Es un milagro que conozcamos sus descubrimientos, desvelados por la revista «Forbes» en 1999. Fueron encontradas cuatro cintas de audio en las que lo contaba todo.
Inventó un sistema de transmisión remota que permitió lanzar torpedos guiados. Su gran hallazgo fue pasar de una única frecuencia a un sistema de radiocontrol que las cambiaba constantemente, de modo que los alemanes no pudieran interceptarlas. Gran patriota del país que la había acogido, quería ver muerto a Hitler, pese a que su primer marido hizo fortuna con los nazis. Voló a Washington y se ofreció para seguir ayudando. La Marina le envió una carta sarcástica en la que le recomendaban que «dejara lo de los torpedos a los expertos» y ayudara de otra forma. También lo hizo. Visitó a las tropas y recaudó millones, pero no aparcó su afición a crear artilugios que sembraron las bases del GPS, bluetooth, wifi y sistemas de comunicación militares. El creador de los primeros drones del Ejército reconoció sus aportaciones en una carta que muestra orgulloso su hijo. «Tenía muchos rostros y ni siquiera yo los entendía todos», añade este con dolor.
Cuentan que rechazó los papeles de «Luz de gas» y «Casablanca» (no siempre fue tan lista). Quiso papeles de carácter y la utilizaron de adorno. «Hollywood me rompió el corazón; tuve que construirme una concha», confiesa. Es imperdonable que pasara sus últimos días en soledad, carcomida por las drogas y los retoques estéticos. Estremece verla hacia el final de una película rica en documentos y testimonios (Bogdanovich, Mel Brooks, Diane Kruger...). Murió en enero del año 2000, a los 85 años.
Fuente:abc.es

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