martes, 24 de julio de 2018

De merienda con James Rhodes, pianista judío inglés: "España es la típica chica guapísima que se ve fea y gorda"

                                                                        
El músico James Rhodes, que sacò un  nuevo libro  “Fugas” , anuncia que se ha radicado en Madrid por muchas razones.

Cuando se mudó a Madrid, hace ahora justo un año, James Rhodes tenía un gran miedo: que sus vecinos se rebelaran al escucharle tocar el piano cada día. Como temía, no tardó en recibir una llamada en la puerta de su apartamento, en el bajo de una finca del barrio de Salamanca con portero en la entrada y paredes forradas de mármol.
Toc-toc-toc. Una anciana le regaló un pastel y, tímidamente, le hizo una petición: «¿Te importaría tocar más alto? Casi no te oigo desde mi piso».
Toc-toc-toc. Un joven vecino, algo nervioso, le lanzó su confesión: «A veces me quedo sentado en tu puerta al volver del trabajo. Es maravilloso».
Toc-toc-toc. El señor del quinto señaló a su novia, una guapísima argentina, y le dijo: «No sabes la suerte que tienes de salir con un músico tan bueno como él».
En el salón de su casa, Rhodes no puede contener su entusiasmo mientras relata la anécdota: «En Londres, la gente me habría gritado que me callara de una puta vez. Aquí, en cambio, me piden que toque más alto. ¡Este país mola!».
Detalles cómo éste confirmaron al pianista que su pálpito era cierto: que España iba a convertirse en su nuevo hogar. Ya lo intuyó de crío, durante sus vacaciones en Peguera (Mallorca), cuando bebía tinto calentorro y fumaba fortunas a escondidas de sus padres. O, décadas más tarde, cuando su libro de memoriasInstrumental (Blackie Books, 2015) se convirtió en uno de los bestsellers más inesperados de los últimos años. O cuando las entradas de sus recitales de piano empezaron a agotarse en cuestión de minutos...
Pero una cosa es visitar un país y otra instalarse en él. Y ahora, tras su primer año como español en prácticas, Rhodes ya lo tiene claro. No se cansa de enumerar los diminutos placeres que ha ido descubriendo: de las librerías de Malasaña a las parejas de ancianos que pasean de la mano; del Teatro Kamikaze a lo rápido que llega el metro al aeropuerto...
-¡Y qué decir de las croquetas! -exclama- ¡Hasta tenéis un concurso nacional de la mejor croqueta! Que exista un país así es un milagro.
Luego el pianista se frota la barriga y suelta una de sus palabras favoritas en castellano: «Eso sí, me estoy poniento un poco rechonchito». El incipiente michelín que mancilla su anatomía de estrella del rock es el resultado de su principal hallazgo hasta la fecha: la merienda. Tanto le sorprendió esa comida incrustada entre el almuerzo y la cena que le dedicó un artículo -Españoles, la merienda os hace superiores- que arrasó en las redes sociales.
¿Por qué te impactó tanto la merienda?
Porque es una metáfora de todo lo bueno de España. En otros países occidentales sólo se busca el éxito y el dinero. Aquí trabajáis mucho, sí, pero también sabéis disfrutar del momento y entendéis la importancia de las cosas pequeñas, que son el antídoto ideal para la locura del mundo moderno.
El músico teoriza sobre la idiosincrasia española mientras celebra su primer cumpleaños como español con un merienda a la altura de la ocasión. El menú incluye cecina, sobrasada, longaniza, guindillas, una hogaza de pan y unas trufas de una pastelería del barrio que se niega a compartir.
A Rhodes se le ve tan entusiasmado que parece que se ha bañado en una marmita de serotonina. Apenas se detecta el rastro de aquel pianista torturado que escribió Instrumental, un estremecedor libro en el que relató los abusos sexuales que sufrió de pequeño y cómo le habían llevado al borde de la locura. «La música clásica me salvó la vida», aseguraba hace tres años, cuando promocionaba su libro en su casa de Maida Vale, al oeste de Londres.
Ahora, ya instalado en Madrid, ha matizado su discurso. Sí, la música le salvó la vida, pero vivir en España le ha enseñado a exprimirla al máximo. Y no le avergüenza proclamarlo cada día, ya sea en artículos de prensa o en una cuenta de Twitter cuyo desbordante alborozo hace más por la marca España que la campaña publicitaria más sofisticada.
A veces abrumas con tanta felicidad...
Mi objetivo es que os deis cuenta de que vuestro país es mejor de lo que pensáis. Ante cosas que a mí me parecen mágicas, vosotros os encogéis de hombros. Aquí todo es mejor: la gente, la comida... Hasta el wifi va más rápido. ¡Y lo pronunciáis güifi, que es una palabra preciosa!
Hay gente a la que le enfada tu entusiasmo. ¿Crees que es porque nos falta autoestima como país?
Absolutamente. Nunca había pensado que un país en su conjunto podría tener baja autoestima, pero en España sí que ocurre. Muchos decís: «Si algo se nos da bien es contarle al mundo lo mierda que somos». Y eso me pone muy triste. Es como ver a la típica chica guapísima que, sin embargo, se ve gorda y fea. ¡Sólo me gustaría que vierais vuestro país con mis ojos durante un minuto!
Y así es España a través de sus ojos: «Tenéis croquetas y calamares. Tomates del tamaño de un balón de fútbol. Podéis ir a un restaurante y tomar tres platitos deliciosos por sólo 10 euros. La luz del sol es alucinante. La gente queda a las once a tomar cañas con sus amigos... ¿Sigo?».
No es solo cosa suya. Esta semana, su hijo quinceañero está de visita de EEUU y también está enamorado de Madrid. Su madre, que viene a ver sus recitales, también está emocionada por el éxito de su hijo en un país extranjero. Y Denis Blais, su manager y mejor amigo, se plantea mudarse a España: «Ha visto de primera mano el impacto positivo que ha tenido en mí este país».
Cuando aterrizó aquí, Rhodes atravesaba una pésima racha personal. La resaca de la publicación del libro resucitó algunos demonios que creía sepultados. Con su historial de drogadicción, autolesiones e intentos de suicidio, su psiquiatra temía por su vida. Sin embargo, la última vez que le visitó, hace unos meses, su diagnóstico fue contundente: nunca le había visto tan estable.
«España me ha salvado la vida literalmente», proclama. «Sé que suena melodramático, pero es así. En Madrid vivo, en Londres sólo sobrevivía. Allí era como vivir un matrimonio de mierda: es un asco, pero tienes una hipoteca, varios hijos... Así que te conformas, aunque no seas feliz. Madrid, en cambio, es como tener una esposa increíble, por la que sientes respeto, admiración, amor... y con la que quieres follar cada noche».
De hecho, la misma mañana que nos recibe, se ha reunido con un abogado para pedir la residencia permanente. Cuando le preguntamos si se ve aquí dentro de 20 años, no sólo asiente -«si sigo vivo», puntualiza- sino que detalla su plan: «Mi sueño sería tener un pequeño apartamento junto al mar en San Sebastián para ponerme gordísimo comiendo pinchos... Y luego tener un piso en Madrid».
Su amor por España es recíproco. Intrumental ya ha vendido más de 100.000 ejemplares. Su gira de 13 conciertos de este verano se salda con entradas agotadas en cada ciudad. Incluso cuenta con un espacio semanal en A vivir, de la SER, para pinchar su música predilecta: «Es mi sueño: que taxistas, abuelas y panaderos escuchen a Bach y Beethoven como parte de su rutina semanal».
Este programa forma parte de su cruzada profesional: que la música clásica sea accesible para todo el mundo. «La mayoría de los músicos piensan que debe estar reservada para la gente inteligente y cultivada», critica. «Yo pienso lo contrario: que es para todo el mundo. No necesitas entenderla: simplemente, puedes disfrutarla. Y que no me hablen de precios: es más caro ir al fútbol que a un concierto de piano».
En este año, ¿no has descubierto cosas de España que no te gustan?
Sí, soy más realista. Pero gracias a eso me fío más. Es como si vas a una cita con una chica muy guapa, muy maja, muy divertida... Piensas que tiene que haber algo oculto, que no todo puede ser perfecto... Pero pasan los meses y todo sigue igual de bien. Tampoco soy idiota ni pienso que éste sea un país mágico: hay pobreza, drogas, cosas malas... Pero eso pasa en todos los países del mundo.
Pasado un año, Rhodes aún no ha agotado su capacidad de asombro. Ahora le ha dado por coleccionar palabras favoritas: «Chungo, perroflauta, mamarracho, mariposa, ¡quisquilloso!...», enumera. «Pero, de lejos, mi favorita es tiquismiquis, porque me describe del todo. ¡I am a tiquismiquis!».
También le apasionan los tacos, e, incluso, presume de haber inventado uno -«Doble coño»- que le salió del alma cuando descubrió la merienda. «El español es como música. Es melódico. Es rítmico. Lo opuesto del alemán o el inglés, que suenan como kkkjjj... Por eso me da tanta rabia no poder dar esta entrevista en castellano».
¿Te consideras ya un madrileño?
¡Aún no me he ganado ese derecho! Estoy pagando impuestos, aprendiendo castellano, dando clases de piano... Quizá en cinco o diez años podré serlo. Pero pienso que tengo que ganarme el derecho de considerarme madrileño. Y, claro, conseguir que me guste la tortilla con cebolla.
¿Y si tu felicidad actual no fuera más que un enamoramiento pasajero?
Si pensara eso, no me habría reunido con un abogado esta mañana para convertirme en un residente.
Así que te quedas...
Ni de coña me voy. No hay un lugar mejor. Eso de «De Madrid al cielo» no es una frase hecha. Es la verdad.
¿Y como vas a evitar convertirte en un español más de los que no aprecian lo que tienen?
Mira, esto es como un matrimonio. Tienes que trabajar para que funcione. Hay que decir 'te quiero' cada día, hay que comprar flores. Y, en mi caso, el método va a ser seguir diciendo por qué me gusta tanto, aunque la gente me insulte y me llame cursi. Lo siento, españoles: vais a tener que aguantarme.
 
Fuente :elmundo.es


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