Edith Bruck, escritora italiana de origen húngaro y superviviente de los campos de exterminio, recuerda las heridas del Holocausto.
"Cuenta. No lo van a creer pero cuéntalo tú, si sobrevives, dínoslo también a nosotros». Finales de marzo de 1945; una jovencísima Edith Bruck, aún sin cumplir 14 años, escuchaba esta súplica de otros presos en Bergen-Belsen, el campo al que había llegado tras una marcha inhumana. Edith dio su palabra y la cumplió. "Mientras pueda, seguiré dando testimonio", asegura todavía hoy, a los 90 años, recordando aquel día en el sexto campo de concentración al que había sido trasladada tras su deportación a Auschwitz.
Al mes siguiente, en abril de 1945, llegó la liberación. Pero volver a la vida no fue fácil. Bruck vivió en Hungría, donde nació en el seno de una familia judía, Checoslovaquia, Israel, y, por fin, se instaló en Italia en 1954. Realizó diversos trabajos: camarera, bailarina, directora de un instituto de belleza... Hasta convertirse en escritora, poeta, traductora, dramaturga, guionista y directora de cine y, a la vez, esposa y amantísima tía. "Pero ya no era la que era antes; nunca volví".
El 27 de enero de 1945, el Ejército Rojo liberó el campo de Auschwitz. Por eso, desde 1945, hoy es el Día de la Memoria del Holocausto. En nombre de esa memoria, Bruck ha producido "oleadas de palabras" que intentan "hacer reelaborable lo que nunca será".
- Su madre murió después de llegar a Auschwitz. Las separaron y nunca más la volvió a ver.
- Recuerdo que, cuando bajé del tren, estaba aferrada a su carne. Un soldado me susurró que me moviera hacia la derecha, porque esa era mi única posibilidad de supervivencia. La fila de mi madre iba directamente a la cámara de gas, pero eso no lo sabíamos. El soldado insistió, mi madre se arrodilló rogándole que le dejara quedarse con su hija pequeña, al menos... Empezaron los golpes hasta que, herida en la oreja, me fui a la derecha.
Bruck y su madre estaban visceralmente unidas, pero eran muy diferentes. Su madre era muy religiosa, estricta. Ella era "la hija que se atrevía a pensar, a dudar". En un texto reciente, Edith ha escrito: "Ahora eres tú quien podría ser mi hija y yo podría regañarte".
- Con el tiempo, ¿ha sido posible recomponer la relación con su madre?
- Mi libro Quien así te ama es una especie de diálogo póstumo con ella. Cuando estábamos en Tiszabercel, el pueblo donde me crié, me parecía que mi madre hablaba más con Dios que con nosotros, sus hijos. No nos besaba, no nos abrazaba. Habría hecho cualquier cosa por una caricia. Hoy puedo entenderlo. Mi madre luchó como una leona para vestirnos, para alimentarnos, y la expresión del afecto fue lo último. Éramos pobres, y los pobres no tienen tiempo para eso. Fue cariñosa cuando nos llevaron.
- El 20 de febrero de 2021 recibió la visita del Papa Francisco. En la introducción de la nueva edición italiana de Quien así te ama le escribió a su madre: "Si nos hubieras visto, ¿qué nos hubieras dicho?"
- Esa visita fue muy importante. Otros papas ya habían pedido perdón, pero fue él el que vino a casa. Siempre me preguntaré qué pensaría Mamá. Creía profundamente en la religión judía. Por otro lado, sé que pertenezco a un pueblo concreto, pero mi mentalidad es universal.
- Conoció a los papas Wojtyla y Ratzinger. ¿Qué recuerdo tiene?
- Vi a Juan Pablo II el 13 de abril de 1986 en Roma, cuando, por primera vez, un Papa entró en una sinagoga. Estaba muy emocionada, esperaba asistir a una verdad nunca antes escuchada. Me estrechó la mano y me dijo: "Encantado de conocerla". Me quedé un poco decepcionada. Después, cuando vino Benedicto XVI, fue distinto. Como alemán, probablemente estuviese avergonzado.
- Su novela autobiográfica Il pane perduto, termina con una «Carta a Dios». "Yo", dice, "que siempre he escrito de un tirón día tras día, ahora de repente me detengo con la mano suspendida y la mirada fija en el vacío, es en el vacío que te busco".
- El Papa Francisco 'aprobó' esa carta, explicando que Dios es una búsqueda continua. Para mí, la fe es amor al prójimo, sea quien sea. Es compartir, es acoger. Mi madre solía decir: si alguien llama a la puerta, ábrela. Mi padre le dio su único abrigo a un hombre más pobre. Desde mi punto de vista, uno no va a la iglesia para luego decir que los inmigrantes se pueden ahogar en el mar.
- Ha escrito también sobre Primo Levi.
- Primo Levi me llamó por teléfono cuatro días antes de morir. Estaba deprimido, traté de consolarlo. "Era mejor en Auschwitz" me dijo. "Ahora no hay esperanza". Hacía tiempo que estaba operado, ayudaba a su madre ciega y se angustiaba con el negacionismo. "¿Te das cuenta?", me dijo. "Ya niegan hasta que estemos vivos". Soy de las que creen que Levi se suicidó. Cuando supe que estaba muerto, me enojé. Como si no tuviera derecho a quitarse la vida, porque su vida pertenecía a la Historia. Quizá por primera vez fue por libre.
- ¿Cómo transmitir la memoria? ¿Cómo convertirse en un mensajero?
- A veces voy a las escuelas con el corazón apesadumbrado pero cuando salgo, siento que puedo volar, veo que hay una respuesta. Cuando ya no queden más testigos será el turno de los historiadores y maestros. No será fácil porque ya se alargan las sombras del fascismo, del antisemitismo y del racismo.
- En Novara, unos manifestantes contra las vacunas del covid aparecieron vestidos de deportados en Auschwitz.
- Fue horrible, fue una puñalada. Imágenes así deberían preocupar a todos, no solo a los que pasamos por los campos de exterminio. Porque, además, se unen a otros símbolos: en las manifestaciones de Forza Nuova hay banderas con la esvástica. Y lo que importa es que detrás hay gente buena que se comporta como si no le incumbiera. Mussolini todavía tiene honores oficiales que no le han sido retirados y, en cambio, no se reconoce a Adele Di Consiglio, superviviente de la barbarie nazi-fascista.
- Con ese argumento rechazó usted en noviembre pasado el Premio de la Paz del municipio de Anzio.
- Si buscásemos, encontraríamos el nombre del Duce honrado en muchos centros de ciudad de Italia. A menudo me envían cartas en las que me piden que denuncie casos similares. ¿Por qué no se movilizan también otros ciudadanos? Es importante que cada uno haga su parte.
- ¿Italia no ha afrontado su pasado?
- Ningún país lo ha hecho. Sólo Alemania lo intentó y, por desgracia, los monstruos están de vuelta. Pensamos en los refugiados a los que se deja morir en la frontera con Polonia. O en mi Hungría, primero fascista, luego comunista, ahora bajo Viktor Orbán. A menudo, los individuos van tras sus líderes. No parecen haber aprendido de los errores, y yo me desespero.
- La Unión Europea nació como un sueño de paz tras la Segunda Guerra Mundial. ¿Todavía cree en él?
- Veo mucho nacionalismo. ¿Qué es eso de decir, por ejemplo, "los italianos primero"? Nadie debe ir antes que los otros. Hay que amar a la patria con los ojos abiertos, no a ciegas. Millones de personas han muerto en nombre de su país. Ni siquiera usaría la palabra "patria". Uno podría simplemente decir "Amo a mi país".
- La senadora vitalicia Liliana Segre, superviviente de Auschwitz, ha querido impulsar una comisión contra la incitación al odio.
- Cuando la insultan es como si me insultaran a mí. Me identifico con ella y no solo con ella. Me identifico con cualquiera que sufre por ser extranjero o pertenecer a una minoría. Conozco a Liliana, pero los supervivientes no hablamos entre nosotros sobre lo que vivimos. Cada uno tiene su propia experiencia, su propia sensibilidad, su vivencia condicionada por la clase social...
- Segre escribe que nacer pobre la ayudó a sobrevivir.
- El hambre, el frío y las enfermedades nos diezmaron; haber vivido antes una vida dura ayudó a resistir. Las mujeres resultaron ser más fuertes. Cuando había selección, por ejemplo, para mostrarnos más sanas nos pellizcábamos las mejillas o nos las rociábamos con agua y barro... Los hombres eran menos capaces de manejarse en esas circunstancias. La cultura que los había mimado, que había puesto a sus esposas y sus madres a su servicio, los dejó desamparados.
- Volver a la vida no fue fácil.
- Después de la guerra, nadie quería escuchar. Todos decían que ellos también habían sufrido. Nos sentimos rechazados, basura.
- Trató de marcharse a Israel.
- Mi madre me hablaba de la Tierra Prometida, era el cuento de hadas más hermoso. Llegué a Israel, a un Estado recién nacido, en 1948. Allí tampoco escucharon. Querían una generación fuerte, querían soldados, porque estábamos en guerra. Los que llegábamos éramos los restos de la destrucción. Llegábamos persiguiendo un sueño, pero un día no encontramos en un campamento de refugiados, haciendo cola para recibir comida y... No lo logré, aunque lo siento.
- ¿Qué piensa de Israel hoy?
- Ojalá hubiera paz con los palestinos. Me gustaría que lograran la convivencia.
- En 1954 llegó a Italia. Primero Nápoles y luego a Roma, donde conoció al director y poeta Nelo Risi.
- Me enamoré en seguida. Era sensible, compartíamos un mismo compromiso cívico. Encontré en él una parte de mí. Una vez, tuvimos que dejar un piso en el que vivíamos y yo lloré durante tres semanas. Él trataba de tranquilizarme: "Solo quieren aumentar el alquiler", aunque ni siquiera él podía entender completamente lo que ocurría. En mi cabeza podía sentir a los gendarmes gritando "fuera" en Hungría.
- Nelo Risi murió en 2015. Estaba enfermo de Alzheimer. "Soy tú y yo", escribió en Te dejo dormir, una carta póstuma de 2019.
- Mi amor es el mismo. Para mí, él está ahí. Lo peor fue cuando me preguntó: "¿Quién eres?". Allí volví a sentir, por un momento, que era un número en un campo de exterminio. Lo he cuidado durante más de 10 años. Sé que puede parecer una locura, pero fueron los mejores de mi vida. Nunca he sido tan necesaria ni me sentí tan plenamente recompensada.
- El ministro de Sanidad de Italia, Roberto Speranza, la llamó a formar parte de la Comisión para la reforma de la atención a los ancianos.
- Y he participado con mucho gusto. Ojalá que las personas mayores pudieran quedarse en sus casas todo el tiempo posible.
- ¿Cómo está viviendo la pandemia?
- Lloré cuando vi los camiones cargando con ataúdes. En esos días había un silencio absoluto, lo que me inspiró a coleccionar poemas. Nos han quedado las frías estadísticas de fallecidos. Obviamente, no es comparable con Auschwitz, pero un ser humano no es un número, es un mundo. Sería útil hablar de otra manera de la muerte.
- De niña quería "arreglar el mundo". ¿Cree que lo has hecho al menos un poco?
- Creo que cumplí con mi deber y que eso dio sentido a mi supervivencia. Dentro de mis límites y posibilidades, espero haber contribuido a mejorar en algo. Cada gota de bien es importante porque, como decíamos con el Papa Francisco, el inmenso mar está formado por muchas infinitas pequeñas gotas.
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