jueves, 16 de diciembre de 2010

El Vaticano e Israel - Julián Schvindlerman


Julián Schvindlerman

La idea de un Estado judío desafió al Vaticano política, psicológica y teológicamente. Durante la primera mitad del siglo pasado, la noción de que el pueblo judío tenía derecho a la autodeterminación era todavía inconcebible para el entendimiento católico, y aceptar algo así demandaba un ajuste emocional exigente.

La respuesta vaticana al establecimiento de Israel quedó inicialmente contenida en un artículo de L'Osservatore Romano publicado el día en que el Estado judío proclamó su independencia. "El sionismo moderno no es el verdadero heredero del Israel bíblico", decía el órgano vaticano; y añadía: el cristianismo es "el verdadero Israel".

La restauración de la soberanía judía sobre la Tierra de Israel hizo inseparables las nociones de Estado judío y nación judía. Pero la Iglesia Católica veía con hostilidad la conexión hebrea con el lugar. Pío X conformó en 1904 una teología antisionista que perduraría durante buena parte del siglo XX. A partir del nacimiento del Estado de Israel, el Vaticano hizo un esfuerzo por caracterizar al Estado judío como un fenómeno meramente político, desprovisto de connotación religiosa alguna. Ello le permitió, al final del camino, reconocerlo diplomáticamente sin tener que lidiar con el desafío teológico a él asociado. No obstante, no dejaba de ser un rechazo de las bases espirituales del sionismo y una ofensa al modo en que los judíos se veían a sí mismos y se vinculaban con Israel.

La cuestión del reconocimiento o no reconocimiento del nuevo Estado se convirtió en un asunto de suma importancia para el Vaticano; un asunto que venía a incorporarse a la carpeta de cuestiones calientes, como el destino de Jerusalem y los lugares santos, el devenir del conflicto entre árabes y judíos y la situación de las comunidades cristianas en el Medio Oriente.

Escudo de Israel.Tal como señaló en su día el vaticanista católico Henry Bocala, la Santa Sede veía la cuestión de Jerusalem como un asunto religioso (protección de los lugares santos) que además tenía una dimensión política (el estatus jurídico para la ciudad). Roma se consideraba parte implicada, y en consecuencia no sólo pidió por una resolución del asunto, sino que indicó cómo debía ser dicha resolución. En un primer momento abogó por la internacionalización de la ciudad y de los lugares santos, pero su posición varió a raíz de la Guerra de los Seis Días (1967): entonces defendió la elaboración de un estatuto especial internacionalmente garantizado.

Por lo que hace al conflicto árabe-israelí, lo consideraba un problema político (un choque entre dos nacionalismos) que además tenía una dimensión religiosa (la disminuida presencia cristiana en Tierra Santa). En este asunto el Vaticano se veía en el papel del conciliador, y apoyó una resolución del conflicto... pero sin entrar en demasiados detalles. Ahora bien, no apostó por la imparcialidad, sino que adoptó una posición pro-palestina; un ejemplo palmario lo encontramos en monseñor John Nolan, director de la Misión Pontificia en Jordania, que en 1983 dijo que la Iglesia sería la voz de los que, al parecer, no la tenían, los palestinos.

Roma no prestó a las aspiraciones nacionales judías el mismo apoyo que prestó a las aspiraciones nacionales de los palestinos, y cuando se constituyó Israel demoró lo máximo que pudo el establecimiento de relaciones diplomáticas. Con el correr de los años, esta renuencia fue dejando a la Santa Sede en compañía de los países más intransigentes. A pesar de su prédica a favor de la reconciliación entre las naciones, el Vaticano negaba la caridad al Estado judío.

Sólo después de que la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) consintiera en reconocer formalmente a Israel, la Santa Sede hizo lo propio. Para entonces, el Estado judío tenía ya cuarenta y cinco años de vida soberana. El Acuerdo Fundamental se suscribió en diciembre de 1993, y el intercambio de embajadores no se produjo hasta junio de 1994. Fue un hito histórico. Desde entonces, ha habido sus más y sus menos, pero en lo esencial la relación entre Roma y Jerusalem ha quedado normalizada.

Fuente:libertaddigital.com



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