Los adioses del embajador de Israel
En lo que parece ser una carta de despedida a los españoles (Perspectiva y paciencia, EL PAÍS, 2-7-2011), el embajador de Israel en Madrid, Raphael Schutz, nos descubre el Mediterráneo. Desde el decreto de expulsión de los Reyes Católicos de 1492, nos dice, "a diferencia de lo que sucedió en otros lugares de Europa, que en España no hubo convivencia con judíos de carne y hueso durante siglos... El desconocimiento personal del judío hizo que proliferaran los estereotipos. Se puede deducir hasta qué punto estos están enraizados por el hecho de que hasta hoy día expresiones como hacer judiadas son comunes y corrientes en el discurso español, así como por los elementos manifiestamente antijudíos en las procesiones religiosas de Andalucía y de otros lugares".
El antisemitismo es una monstruosidad, pero una colonización ilegal es un 'apartheid'
Los políticos conservadores de España sostienen la postura de Netanyahu
Si a primera vista las cosas sucedieron tal como las pinta el embajador, su reducción simplista a conocidos giros y refranes o a vagas referencias a la piedad popular de nuestro folclor deja de lado aspectos fundamentales del tema. Los judíos no desaparecieron sino aparentemente de la sociedad peninsular incluida la de Portugal. Aunque encubierta y rodeada de todo tipo de precauciones en razón del acoso de la Inquisición, la elite judeoespañola siguió siendo parte de nuestro paisaje cultural. Los cristianos nuevos que recibieron a la fuerza el "bautismo de pie" y sus descendientes de sangre "manchada" compusieron al revés la verdadera elite intelectual de la Península al punto que, como dijo un historiador, ya fueran secretamente judíos, ya racionalistas -esa línea de pensamiento que va de Fernando de Rojas a Spinoza, pasando por Uriel da Costa, tan bien estudiada por Révah-, ya cristianos embebidos en la mística hebrea, crearon en gran parte la espléndida cultura española de los siglos XV, XVI y XVII mientras que los españoles de sangre "limpia" se encastillaban en su búnker antisemita. La llamada Edad Conflictiva por Américo Castro y los dramas provocados por la obsesión enfermiza de la pureza de sangre han sido analizados por intelectuales de la talla de Castro, Domínguez Ortiz, Julio Caro Baroja, Márquez Villanueva, José Jiménez Lozano, etcétera, que quizá no sean unos desconocidos para Raphael Schutz, y por otros que ha leído sin duda como Benzion Netanyahu, Ierushalmi (cuya obra de referencia reseñé hace años en L'Express), el ya citado Révah, Samuel Armistrad, Silverman...
El antisemitismo sin judíos -que no es una triste singularidad nuestra sino también de algunos países del Este europeo como Polonia- se prolongó a lo largo de los siglos XVIII, XIX y primera mitad del XX. El magnífico estudio de Gonzalo Álvarez Chillida, El antisemitismo en España. La imagen del judío (1812-2002), que tuve la satisfacción de prologar, examina atentamente los prejuicios y clichés que salpican la obrade autores tan diversos como Alarcón, Bécquer, Balmes, Vázquez de Mella, Emilia Pardo Bazán, Pío Baroja, González Ruano o Vicente Risco. Las bien meditadas réplicas a dicha malquerencia de José Amador de los Ríos, Adolfo de Castro, Ángel Pulido y Rafael Cansinos Assens, amén del filosemitismo de figuras como Espriu o Josep Pla, podrían apuntalar con mayor firmeza la paticoja exposición del señor embajador.
Igualmente le aconsejaría la lectura de la antología de Literatura fascista española de Julio Rodríguez Puértolas que, frente al odio visceral al moro de los poetas y escritores del bando republicano durante la Guerra Civil -odio fomentado por la utilización de míseros mercenarios rifeños por los militares franquistas-, presenta en opuesta y perfecta simetría las soflamas antijudías de los agrupados tras la bandera de la Falange y el credo nacionalcatólico. ¡Un revelador homenaje de la barbarie a la llamada España de las Tres Culturas!
Sí, señor Schutz, el antisemitismo persiste en España después de tres décadas de democracia. Diversas estadísticas indican que en el palmarés de la infamia de los prejuicios raciales, el judío imaginario ocupa el tercer lugar después del gitano, pese a su probada españolidad desde hace siglos, y, naturalmente, del moro. Pero deducir que este "telón de fondo histórico dicta la actitud de los españoles hacia Israel" es dar un salto muy peligroso en la medida en que pasa por alto algo tan claro como que ser judío, ser sionista, ser israelí y ser extremista religioso del orden de los que imponen su ley en los territorios ocupados de Palestina son cosas distintas, y que esa amalgama no conduce a esclarecer el problema sino que lo complica.
Fuera de un puñado de antisemitas puros y duros, nostálgicos de la cruz gamada y de la Falange, la clase política conservadora de España, tradicionalmente antijudía, sostiene hoy la postura de Netanyahu y la ocupación de Cisjordania -vayan de ejemplo el expresidente Aznar y el vivero de pensadores de la FAES, para quienes Israel es el centinela de Occidente frente a la marea negra islámica-, y son muchos los projudíos de izquierda que sin dejar de serlo critican, por las mismas razones éticas que les condujeron a apoyar la creación del Estado israelí, el implacable apartheid impuesto por este a los palestinos y reclaman una paz justa y duradera entre dos Estados soberanos basada en las fronteras internacionalmente reconocidas.
Raphael Schutz se lamenta de que "los españoles en general se informen sobre Israel a través del prisma de los medios de comunicación y por ello no conocen el verdadero Israel". Ahora bien, fuera de la quimérica posibilidad de ofrecerles una masiva visita guiada a su país, ¿cómo quiere el embajador que se informen si no por medio de la prensa, televisión, radio, Internet, etcétera? Los veinte y pico representantes de los distintos periódicos y canales televisivos, afirma, no cubren el auténtico Israel de la diversidad cultural, la vanguardia tecnológica, el éxito económico y el florecimiento literario: "Un español que conozca Israel solo a través del material visual que llega aquí podría pensar que en aquel país viven únicamente dos tipos de habitantes: los ultraortodoxos y los soldados".
Pero la implícita acusación de maniqueísmo a nuestros corresponsales no tiene en cuenta un factor elemental que vale tanto para Israel como para el resto del mundo: el contenido informativo de los hechos, lo que es noticia. Nadie o casi nadie duda de que los israelíes gozan de derechos democráticos y han alcanzado un nivel educativo y cultural digno de aplauso, pero esos derechos y valores ¿se extienden a los palestinos que sufren su ocupación militar? ¿Qué tiene mayor contenido informativo: la Operación Plomo Fundido, o la exposición visual de la vida apacible de una familia israelí de clase media, con buenos conocimientos tecnológicos y abierta a las redes sociales del mundo moderno? Si, por poner un ejemplo, los corresponsales de este periódico, desde Ferrán Sales a Juan Miguel Muñoz y Enric González, han centrado su atención en los ultraortodoxos y los militares o, mejor dicho, en la creciente influencia de ciertos grupos de los primeros en los segundos, es porque dicha situación revela la inquietante militarización mental de una gran parte de una sociedad que era décadas atrás liberal y laica, y el devastador influjo en ella de un extremismo religioso que poco tiene que envidiar al de los grupos radicales árabes que niegan su existencia. La promesa bíblica de la tierra de Judea y Samaria a las tribus de Israel no es un contrato de propiedad avalado ante notario que autoriza a desahuciar de su suelo a quienes nacieron y viven en él. Este es el fondo del drama que no se resolverá mareando a la perdiz durante décadas como pretenden Benjamín Netanyahu y los suyos, sino con el cumplimiento de las resoluciones de la Asamblea General de la ONU de 1948 y 1967.
Olvídese el señor Schutz de las teorías conspirativas y supuestas "coaliciones del odio" como aquella en la que me metió sin pararse en pelillos en compañía de Chomsky, Saramago (cuya desafortunada comparación de Cisjordania con Auschwitz me dejó literalmente sin habla y estropeó mi viaje a Ramala) y, como guinda de tan extraño cóctel, Antonio Gala, y no incurra en amalgamas y descalificaciones similares a las que denuncia. El antisemitismo es una monstruosidad que toda persona digna rechaza. Pero hay que poner las cosas en su lugar y llamar una colonización ilegal con su verdadero nombre: un régimen de apartheid que tarde o temprano, y el porvenir de Israel le va en ello, Tel Aviv tendrá que liquidar.
Juan Goytisolo es escritor.
Fuente:elpais.com