sábado, 11 de enero de 2014

El último gran líder del sionismo - Felipe Sahagun


La muerte de Ariel Sharon, fallecido después de ocho años en coma, pone fin a una de las carreras militares y políticas más brillantes y polémicas de la historia de Israel. "Fui soldado y agricultor, y ahora soy político", confesaba Sharon al corresponsal de Antena 3, Henrique Cymerman, en una de sus últimas entrevistas. "Si tuviera que escoger la tarea que más me agrada, creo que sería agricultor. Nací y me crié en una finca en Kfar Maalal, en 1928. Mi padre era de origen germano-polaco y mi madre, rusa. Ingresé en Agronomía en 1948, pero estalló la Guerra de la Independencia y me convertí en militar".
En el Ejército hasta 1973, héroe de las guerras del 56, del 67 y del 73, en la política desde 1974, ministro en seis ocasiones y primer ministro desde febrero de 2001, Sharon fue para sus enemigos un general sin escrúpulos que rondó siempre la tragedia y que se ganó a pulso el apodo de Niveladora (bulldozer) por el número de aldeas y casas palestinas que convirtió en escombros. Le dio igual que le amaran o que le odiaran. No se fió nunca de nadie.
Sus críticos le consideraban un hombre sin escrúpulos que se creyó liberador y un general insubordinado que llevó a la muerte a docenas de soldados israelíes por conseguir unas medallas y, también, algunas victorias. Su heroicidad en la guerra del 56, cuando conquistó el estratégico paso de Mitla, costó cara a sus jefes y aliados, pues precipitó la intervención estadounidense en contra de Israel.

Opuesto a la paz de Oslo

Se opuso a la paz con Egipto, hizo creer a Menahem Begin que la invasión de Líbano sería un paseo, se opuso a la Conferencia de Madrid y a la paz de Oslo, se negó a negociar con Arafat en vida y, como primer ministro, le condenó a arresto domiciliario. Siempre consideró Jerusalén territorio exclusivo de Israel, negoció directamente con Mobutu una alianza en el 81, apadrinó a Jonas Savimbi por encargo de la CIA de Reagan y vivió como una gran victoria la invasión estadounidense de Irak en 2003.
Una elección (la de George Bush hijo), un atentado (el 11-S) y una muerte (la de Yaser Arafat) despejaron el camino para la retirada unilateral de Gaza, la ruptura con el Likud en noviembre y el adelanto de elecciones para intentar resolver el problema de Cisjordania en su segundo mandato.
Fundó -con Kadima- al menos tres partidos políticos y nunca fue leal a ninguno. Ayudó a crear el Likud en 1973, pero tras unos meses de diputado se incorporó al equipo de asesores de Isaac Rabin en el Gobierno de 1975. En el 76 formó otro partido, Shlomzion, y con sólo dos escaños logró las carteras de Agricultura y Defensa en los gobiernos de Menahem Begin, del 77 al 83.
Derrotado en las primarias del Likud en el 84, se incorporó como ministro de Comercio e Industria del Gobierno laborista de Simon Peres en septiembre de aquel año. Su dimisión provocó una crisis gubernamental en 1990, pero él permaneció en el Gabinete a las órdenes de Isaac Shamir. Como ministro de Vivienda, aceleró la construcción de asentamientos para hacer irreversible la ocupación de los territorios conquistados en la guerra de 1967. Como ministro de Exteriores en el Gobierno de Netanyahu, en 1998, boicoteó el proceso de paz de Oslo.
Aunque vivió toda su vida en guerra, de la guerra y para la guerra, es posible que pase a la historia como el líder israelí que decidió unilateralmente la retirada de Gaza y del norte de Cisjordania y que, de haber sido reelegido el 28 de marzo de 2006, se había comprometido a establecer las fronteras definitivas entre Israel y un nuevo Estado palestino. El corazón le impidió cumplir su último sueño.
De haberlo logrado, muchos habrían olvidado las páginas más sombrías de su biografía y le habrían admitido en los libros de Historia como una especie de De Gaulle israelí que renunció a una ocupación insostenible a cambio de la paz. Si, como parece, se reactiva la violencia en una tercera intifada, la retirada de Gaza será la última decisión de un jugador desesperado que traicionó el Gran Israel por el que había luchado toda su vida a cambio de nada.

De la huerta a las Juventudes Laboristas

Los padres de Sharon, Samuel y Vera Scheinerman, le salvaron la vida cuando apenas tenía un año escondiéndole en un pajar de su aldea natal, muy cerca de Tel Aviv. A los seis años vigilaba, porra en mano, la huerta de frutales de sus padres. Con 10 años dejó la huerta por las Juventudes Laboristas y a los 14 ya militaba en Gadna, una organización paramilitar de la que pronto se convirtió en instructor y donde conoció a su primera esposa, Mar, con quien tuvo un hijo. Ella murió en un accidente de tráfico en el 62 y su hijo en octubre del 67 de un disparo mientras jugaba con el rifle de su padre. Sharon se casó de nuevo con Lily, la hermana menor de Mar, con quien tuvo dos hijos, Omri y Gilead, que le han dado dos nietos. Cuando se ponía nostálgico, Arik (como le llaman los amigos) siempre recordaba a Lily, nunca a Mar.
Su muerte, en mayo de 2000, le causó un profundo trauma, del que salió con su última gesta: arrebató el control del Likud a Netanyahu y, tras provocar las iras de los palestinos paseándose por la explanada de las mezquitas de Jerusalén el 28 de septiembre de 2000, precipitó una crisis en el Gobierno de Ehud Barak y las elecciones anticipadas que le dieron la victoria en febrero de 2001.
La partición de Palestina en el 47 le sorprendió, con sólo 19 años, al frente de una de las unidades más temibles de Haganah, embrión del Ejército del nuevo Estado, en la que se ganó todos los calificativos con los que ha sido descrito desde entonces por sus biógrafos: valiente, heterodoxo, expeditivo en los métodos, insubordinado y siempre dispuesto para las acciones de mayor riesgo.
Al frente de la Unidad 101 de las Fuerzas Especiales, redujo a cenizas el campo de refugiados de El Bureig, en el sur de Gaza, en agosto del 53. Docenas de refugiados fueron asesinados mientras dormían y cuando intentaban huir de las bombas. Fue sólo un anticipo de lo que dos meses más tarde hizo en la aldea jordana de Qibya. En el diario de Moshe Sharett, entonces ministro israelí de Exteriores, hay pruebas que muchos considerarían suficientes para condenar a Sharon por crímenes de guerra.
En aquella operación, confiesa Sharett, murieron 69 civiles, la mayoría mujeres y niños. "Creímos que todos los habitantes habían huido cuando entramos y destruimos las casas (45 casas)", respondió Sharon en su defensa.
La calle Had'd de Gaza nunca olvidará las apisonadoras de Sharon destruyendo centenares de viviendas una noche de agosto del 71: 2.000 viviendas convertidas en escombros, 16.000 refugiados detenidos o deportados a Líbano, Jordania y el Sinaí, y 104 guerrilleros palestinos asesinados en los meses siguientes.

Masacre de Sabra y Chatila

Desde las seis de la tarde del 16 de septiembre a las ocho de la mañana del 18 de septiembre de 1982, las Falanges Cristianas Maronitas libanesas, que acababan de perder en un atentado a su líder Gemayel, masacraron los campamentos palestinos de Sabra y Chatila. El Gobierno libanés contó 762 cadáveres. Otros 1.200, aproximadamente, fueron enterrados en silencio por sus familiares. La Operación Paz en Galilea, obra de Sharon, costó la vida en sólo tres meses de unos 20.000 palestinos y libaneses, y de unos mil israelíes.
La comisión oficial israelí dirigida por Isaac Kahan, presidente del Tribunal Supremo, declaró a Sharon "responsable por despreciar o ignorar el peligro de actos de venganza y derramamiento de sangre por los falangistas, al permitirles entrar en los campamentos, y por no adoptar medidas apropiadas para evitar o reducir el peligro de matanzas antes de su entrada".
Terrorista para unos, gran estadista para otros, Sharon nunca creyó en otra justicia que la de la fuerza. No se fió nunca de ningún tribunal y vio en la ONU una marioneta incompetente viciada por intereses bastardos y, hasta bien recientemente, en manos de mayorías antisionistas.
Obsesionado por la falta de profundidad estratégica o territorial de Israel, hizo todo lo que pudo para quedarse con las mejores tierras de Cisjordania y el agua de su subsuelo. Pasó del Derecho Internacional, de las convenciones de Ginebra y de los tribunales belgas que intentaron procesarle. "¿Cómo se atreve a juzgarme un país que ha cometido toda clase de atrocidades en África?", repetía.
En 1987, nada más declararse la primera intifada, compró un apartamento en el centro de Jerusalén Oriental y allí siguió viviendo como primer ministro. Los fines de semana solía escapar a una finca agrícola que tenía en el sur del país.
Con su muerte, desaparece uno de los últimos supervivientes de la segunda generación de dirigentes israelíes. Discípulo de Ben Gurion y protegido de Isaac Rabin, se reinventó a sí mismo muchas veces, la última tras su victoria electoral de 2001 al decidir unilateralmente la retirada de Gaza. "Fue una ruptura total con su pasado", reconoce Tommy Lapid, líder del partido laico Shinui. "Hizo trapecio en la cuerda floja, algo admirable por su parte".
"Nada de eso", reconoce su asesora de Seguridad Nacional, Giora Eiland. "Sharon se limitó a aplicar la lógica: dado que Israel no podrá retener eternamente Gaza, lo mejor era retirarse en las condiciones adecuadas. En Gaza Israel no se juega ningún interés vital". Cisjordania ya es otra historia, pero Sharon ya no será quien la escriba.
Fuente:elmundo.es

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