Son una minoría en nuestro
país, se integran fácilmente en la sociedad y viven su religión de forma
silenciosa, sin apenas hacer alarde de su identidad. A pesar de que
constituyen una parte importante de la Historia de España, la suya es
una comunidad que, por precaución y seguridad, apenas exhibe signos
religiosos y celebra sus costumbres de puertas adentro, lo que los
convierte en grandes desconocidos. Hablamos de los judíos que,
antes de que fueran expulsados por los Reyes Católicos, llegaron a
conformar el 10% de la población de nuestro país y que en la actualidad
solo alcanzan el 0,1%. Según la Federación de Comunidades Judías de
España, ahora viven aquí unos 50.000, la mitad de ellos en Madrid,
aunque puede que sean más, porque solo tienen contabilizados "a aquellos
que participan en comunidades", comenta María Royo, su responsable de
comunicación. La mayoría ha llegado en tres oleadas: la primera a
mediados de siglo XX procedente de Marruecos cuando este dejó de ser
protectorado español. Más tarde, en los 70, se asentaron muchos
argentinos huyendo de la dictadura militar de su país, primero, y de la
crisis económica del corralito, después. Los últimos provienen de
Venezuela, de donde muchos han salido por no comulgar con el Gobierno
chavista. Habrá que ver si las cifras de la comunidad judía en nuestro
país aumentan con la aprobación, el año pasado, de la ley que otorga la
nacionalidad española a los descendientes de los sefardíes expulsados
hace 500 años.
La elección de España para vivir no es aleatoria,
primero por la lengua común con muchos de los emigrantes, y después por
la condición de país amable y acogedor, a pesar de que "aún quedan
muchos estereotipos por desterrar", dice María Royo, "a los judíos
siempre se les asocia con riqueza y éxito en los negocios, y también con
el control de los medios de comunicación y las conspiraciones. Pero ni
todos tienen poder en la prensa ni todos son ricos. También los hay
pobres". Asegura que nuestro país no es antisemita, pero aún pesan mucho
los años de historia en los que fueron presentados como la mano negra. Y
cuenta, a modo de anécdota, que unos periodistas, tras su paso por la
Federación, comentaron de ellos que son gente "muy normal".
Pero ¿qué significa ser mujer judía en
España en la actualidad? Pues fundamentalmente vivir siempre con la
sensación de que la mayoría de la población no sabe nada de ti. Así lo
afirma Johana Kowalewski, estudiante de arquitectura, que ha escuchado
muchas veces la frase "eres la primera judía que conozco". La gran
mayoría celebra el 'sabath' -que comienza los viernes a la caída de la
tarde- y procura combinar el calendario laboral con sus fiestas de
guardar, y todas están totalmente integradas en la sociedad. La
comunidad es el epicentro de su vida, un lugar de encuentro donde se
siguen los principios del judaísmo de forma intensa pero que es mucho
más que una sinagoga, porque también sirve de punto de partida y acogida
para los recién llegados. No se trata solo de la religión -de hecho,
también los laicos son activos- sino de vivir su identidad de forma
consciente y respetar algunos preceptos muy importantes en su cultura,
como son la justicia social y la ayuda al prójimo.
Sorprendentemente,
cuando se habla de dificultades por el hecho de ser judía en España
todas las entrevistadas alegan que lo más complicado es encontrar
alimentos que se adapten a sus preceptos religiosos, ya que hay muy
pocos sitios donde se vendan los productos kosher, es decir, aquellos
que cumplen los preceptos de su religión y que importan unas pocas
tiendas específicas o algunos grandes almacenes.
Johana
Kowalewski López, argentina de 24 años, de abuelos polacos y españoles,
llegó con su familia a España en 1996. Ha terminado los estudios de
arquitectura y ahora está preparando el proyecto de fin de carrera. Pasó
un año de Erasmus en Israel, "un lugar importante" para ella. De
pequeña sus padres le aconsejaban que no hablase abiertamente de su
condición de judía, pero cuando cumplió 16 decidió que "al menos sus
amigos tendrían que saberlo".
Johana coordina algunas de las
actividades de su comunidad, como el ciclo de cine judío. "Damos mucha
importancia a la comunidad", afirma Johana, "es un lugar en el que
compartir cultura y costumbres, va más allá de lo meramente religioso".
Ha tenido que asumir que España no
está adaptada para cumplir con los prefectos judíos: "Yo me he
presentado a todos los exámenes, incluso si coinciden con el sabath,
porque los profesores no te cambian la fecha. Pero tengo amigas que
prefieren no hacerlo". Y se queja, como todas, de la dificultad de
mantener una alimentación acorde con su religión, no solo porque hay
pocos sitios donde encontrar los productos, sino porque son el doble de
caros, "prácticamente se importan de Israel y Francia. Y no todo el
mundo puede permitirse estos precios", dice.
Luna Alfon nació en
Ceuta en 1968. Hija de un comerciante y una profesora de inglés judíos,
vivió su infancia muy ligada a su comunidad, pero también rodeada de un
entorno multicultural: católicos, musulmanes e hindúes. Fue a Madrid a
estudiar Psicología y antes de acabar los estudios pasó un año en
Israel. Tras iniciarse profesionalmente en el departamento de recursos
humanos de una multinacional, en 1996 dio un giro a su carrera y comenzó
a trabajar en el colegio judío de Barcelona. En 2006 le ofrecieron la
dirección del centro de Madrid, y se trasladó con su marido y sus tres
hijos.
Confiesa
que su trabajo la mantiene muy apegada a la cultura y tradición de su
pueblo, pero que en cuanto sales de ese círculo tienes que dar
explicaciones continuamente. "Me siento orgullosa de mi identidad",
dice, "mi religión siempre ha dado prioridad al amor al prójimo y a la
vida comunitaria, y me gusta decir que soy judía en cuanto tengo
oportunidad. Quizá también sea un mecanismo de defensa, para evitar
comentarios inapropiados. En alguna ocasión he tenido que reprochar que
se sigan usando palabras como judiada, por ejemplo. En realidad no suele
molestarme, porque sé que en España se trata más de una cuestión
cultural, de un uso del lenguaje que lleva ahí años, que de
antisemitismo. Pero me duele cuando atentan abiertamente contra mi
judaísmo", concluye.
Su hija mayor reside desde hace tres años en
Israel, lo cual le produce sentimientos ambivalentes. "Es un país con
el que tenemos una fuerte unión y nos parece fantástico que ella lo haya
elegido para vivir. Pero aparte de sufrir la lejanía, siempre tienes
algo de miedo. Me ha comentado que en algún momento entrará en el
Ejército. Y estoy mentalizándome para eso", nos cuenta. ¿Y cómo se
aborda el miedo a los atentados contra judíos, como los ocurridos en
París el pasado año? "Vistos los últimos acontecimientos, la seguridad
ya no es solo un problema nuestro, sino del mundo en que vivimos",
contesta.
Confiesa que no le sería fácil aceptar que uno de sus
hijos se casase con alguien de otra religión. "Nunca le repudiaría por
eso, pero preferiría que su pareja fuera judía porque tendríamos más
cosas en común, aunque es cierto que con esfuerzo y amor se superan las
diferencias", confiesa.
Patricia Mizrahni es venezolana y tiene 32
años. Llegó a Madrid en 2008 huyendo de Caracas, una ciudad que se
tornaba cada vez más hostil y violenta. Estudió comunicación social y
trabajó en producción de espectáculos, pero en plena crisis se dio
cuenta de que difícilmente iba a lograr un trabajo y se lanzó a
emprender. Primero se dedicó a organizar rutas judías, con visitas a las
ciudades de España con más historia: Toledo, Segovia, Sevilla, Córdoba,
Barcelona... En la actualidad gestiona viajes de idiomas. Es, además,
una de las fundadora del Jewish Business Club de Madrid, una
organización sin ánimo de lucro que se dedica al networking: preparan
encuentros de trabajo y desayunos con empresarios israelíes en nuestro
país, además de acercar su cultura a España con la celebración de
conciertos, proyecciones de cine, etc. "Este país nos abrió las puertas y
queremos devolver algo a la sociedad", explica Patricia.
Acostumbrada a vivir su religión en la comunidad venezolana, donde ser judío "era
casi una nacionalidad", al llegar a España le sorprendió ver que aquí
estaba todo mucho más diluido, aunque al mismo tiempo era más riguroso y
hermético. "Supongo que tiene que ver con la Inquisición primero y con
Franco después, no hay que olvidar que fue aliado de Hitler. En
Venezuela, con mi apellido, todos sabían que soy judía, pero aquí no, y
yo no suelo decirlo. Eso sí, en cuanto se conoce afloran todos los
estereotipos: que si controlamos los medios de comunicación, que tenemos
el dinero... Siempre sale el conflicto árabe-israelí. No he sentido
nunca rechazo por ser judía, pero en alguna ocasión me he topado con
gente que ha acusado a mi pueblo de ser sucio y asesino".
Muy
implicada con su comunidad, ayuda a los jóvenes que llegan por primera
vez a Madrid. Le preguntamos si considera posible un matrimonio con
alguien de otra religión. "Mi familia es muy abierta y lo aceptaría,
siempre y cuando esa persona me quiera y me respete. Pero yo me siento
segura con mi identidad y quiero que mis hijos sean judíos, así que
siento más afinidad con parejas que sí lo son".
Fuente : elmundo.es
SILVIA OVIAÑO
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