Dagmar Lieblova, superviviente de Auschwitz, visita Madrid para hablar de 'Brundibár', que represento durante su infancia en los campos nazis. |
Hans Krása escribió Brundibár como un cuento de hadas en el que un gorrión, un gato y un perro ayudan a dos niños a conseguir leche para la madre enferma de estos.
Pero aquella fábula en la que los animales cantaban, tenía para los
niños de Terezin un significado especial. "Para nosotros era un cuento
de hadas sobre... la vida real, algo que nos parecía muy lejano: comer un helado o una tarta, ir a la escuela", recuerda Lieblova. "Pero una de las mejores cosas de cantar era que, durante ese tiempo, no teníamos que llevar la estrella de 'Judío'",
evoca la superviviente del Holocausto, en referencia a aquella
identificación amarilla y discriminatoria que impusieron los nazis.
Terezin era una mezcla única entre gueto y campo de concentración, pero el siguiente paso era mucho peor: Auschwitz. Allí llegó con su familia (su padre médico, su madre y su hermana pequeña) en diciembre de 1943. Por un error administrativo fue inscrita con una edad cuatro años mayor de la que realmente tenía, por lo que en verano de 1944 abandonó el campo de exterminio para trabajar en el puerto de Hamburgo. Aquello le salvó la vida, como prueba el título de sus memorias, Alguien cometió un error, así que aquí estoy, sobre las que charlará este lunes en un encuentro en Casa Sefarad de Madrid coorganizado por el Centro Checo.
Lieblova,
que sobrevivió a sus padres, su hermana y toda su familia próxima, se
casó tras el fin de la Segunda Guerra Mundial y estudió filología en la Universidad de Praga, convirtiéndose en catedrática de Traducción e Interpretación.
Ahora, con 87 años, se dedica a recordar su experiencia. "Cuando hablo
ahora con jóvenes y les cuento lo que sucedió, hace ya más de 70 años,
lo hago porque creo que les puede enseñar algo. Y a los
supervivientes, que quedamos pocos y dentro de unos años no estaremos
vivos ninguno, nos da la esperanza de que aquello que sucedió no vuelva a
ocurrir jamás", explica.
Una de sus nietas tiene ahora
la edad que tenía Dagmar cuando tuvo que abandonar a sus padres en
Auschwitz. "No quiero que ni ella ni nadie de mi familia tenga que pasar
por lo que tuvimos que pasar entonces", explica, aunque lo hace con
serenidad y sin dramas. Le cuesta asociar su experiencia personal a lo
que sucede hoy con los movimientos de extrema derecha o la cuestión de los refugiados en Europa. "Es
triste y peligroso. Pero tengo esperanza de que la gente sea lo
suficientemente sabia como para enfrentarse a las futuras encarnaciones
de lo que sucedió en el Holocausto", reflexiona. "Por otra parte, creo que es natural que mucha gente vea aquello que viví como parte de la Historia, del pasado. Del mismo modo que hoy podemos mirar, no sé, la Guerra de los 30 años".
Se da la circunstancia de que Lieblova asistirá este domingo a un ensayo general de Brundibár (que se representará en el Teatro Real en funciones familiares los próximos días 9, 10 y 24), poco antes de un estreno de Parsifal en el que el protagonista wagneriano tiene mucho en común con Hitler.
"Por supuesto que Wagner siempre estará conectado con Hitler, porque
era su compositor de cabecera. Pero son cosas que se le van poniendo a
las creaciones humanas con el paso del tiempo. En cualquier caso, la música en Terezin era algo... maravilloso", explica. "De hecho, Brundibár en
Terezin no fue tan importante, porque había muchas otras piezas que
interpretamos. Recuerdo que había un coro, en el que yo participaba, y
que cantábamos La novia vendida, de Smetana, una de las óperas más conocidas del repertorio checo. Y la primera vez que la hicimos acabamos todos llorando, porque era tan conmovedor escuchar esa música en las circunstancias que teníamos que vivir. De Smetana también hicimos El beso. Y recuerdo unas Bodas de Fígaro... Durante una hora u hora y media, nos olvidábamos de donde estábamos. Y lo que hacíamos era sólo para nosotros".
"Y
lo que era igualmente curioso", sigue evocando, "era que antes de
Terezin los músicos y cantantes judíos no podían hacer música. Pero allí
sí, y esto fue muy importante para ellos. La música era muy importante, sí. Y, por supuesto, más todavía para los niños, que no éramos sólo consumidores, sino creadores".
Para
esta mujer, "lo más importante era intentar sobrevivir, sin más, y
tratar de llevar una vida lo más normal posible". Tenía 10 años cuando
Checoslovaquia fue ocupada por los nazis y hasta entonces había tenido
"una infancia feliz. Tuve la suerte de que no me matasen y el resto lo
hizo mi voluntad de vivir, que mucha gente de mi alrededor perdió y, con
ella, la vida". Le resulta "extraño" pensar que "para los nazis, los
judíos no éramos personas, sino más bien insectos". Pero tampoco le da
más vueltas.
Porque reconoce que, a pesar del horror, ha sido "muy feliz" y que todavía lo es. "Es como una especie de victoria final sobre aquello. ¿Perdonar? Lo que viví no lo he olvidado y tampoco pienso en quienes nos hicieron esas cosas, porque están ya todos muertos".
Se da la circunstancia de que Terezin fue objeto de un informa positivo por parte de una delegación de la Cruz Roja, tras un teatro organizado por los nazis para ocultar la verdadera naturaleza del gueto-campo. Una historia que inspiró al dramaturgo Juan Mayorga su obra teatral Himmelweg. "Durante la época en que estuvimos allí vivimos los primeros pasos del embellecimiento del
campo. Pero yo abandoné Terezin en diciembre de 1943 y la delegación de
la Cruz Roja no llegó hasta mediados del año siguiente", explica
Lieblova. "La intención era presentarla como una ciudad normal. Y en
cualquier ciudad normal hay una escuela. Pero allí no había, porque los
niños judíos tenían prohibido recibir educación desde 1940. Así que los
nazis tomaron un edificio, dijeron que era una escuela y pusieron un
papel que decía que aquel día había vacaciones. Así funcionaban las
cosas".
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