Babi Yar es una herida ucraniana, una hemorragia de hasta 100.000
almas que ya no pueden ser vengadas. Fue el primer plato del Holocausto
judío, cocinado con macabra eficiencia por los comandos de ejecución
nazis en sólo dos días a las afueras de Kiev, la capital de la actual
Ucrania. Este lugar será siempre un hoyo silencioso, donde entre hierbas
salvajes el genocidio se alió con la orografía: todavía se abre el
mismo vacío que entonces al borde de este barranco, el justo para que el
cuerpo recién ametrallado ruede cuesta abajo con el resto de infelices.
El 22 de junio de 1941 las tropas de la Alemania nazi y sus aliados invadieron la Unión Soviética en la denominada Operación Barbarroja:
hay fotos de judíos ucranianos cavando sus propias tumbas en Storow,
Ucrania, ya en el mes de julio. El horror a partir de entonces no dejó
de ir en aumento.
Babi Yar significa "barranco de la abuela"
y cerca de él estaban situados un psiquiátrico y una cárcel. Imposible
hallar un lugar mejor no lejos del centro de Kiev: sin testigos, sin
interrupciones. El aperitivo llegó el 27 de septiembre, cuando fueron
asesinados 752 pacientes de la clínica psiquiátrica: "Basura humana",
fue la etiqueta que se les puso. El general Kurt Eberhard y
el comandante de la policía del ejército del Grupo Sur, Friedrich
Jeckeln, tomaron la decisión de borrar del mapa a los judíos de los
alrededores.
La Shoah de las balas
En
1939 había 175.000 judíos en Kiev, representaban el 20% de la población,
aunque cuando llegaron los alemanes ya habían huido muchos, dejando la
cifra en algo más de 50.000. El autor ruso Vasily Grossman
escribió que hubo dos Shoah: la perpetrada mediante las balas y la
segunda mediante el gas. Babi Yar fue la puesta de largo del genocidio a
través del plomo. Ahí fueron claves los 3.000 hombres Einsatzgruppen,
los conjuntos de escuadrones de ejecución itinerantes especiales
formados por miembros de las SS, y otros integrantes de la policía
secreta de la Alemania nazi. Había cuatro en total, el Einsatzgruppe C
fue asignado a Ucrania con el Grupo de Ejércitos Sur. Contaba con los Sonderkommandos 4a y 4b, que se encargaban de concentrar a la población que había que ejecutar, y los Einsatzkommandos 5 y 6, que fusilaban a destajo. Las otras formaciones, las de primera línea, no solían tomar parte en las masacres.
Con la guerra en marcha, el objetivo era la limpieza étnica
para asegurar la "seguridad política" de los territorios conquistados.
Los criterios se fueron ampliando desde la invasión de Polonia, y cuando
los ejércitos alemanes cruzaron la frontera el 22 de junio de 1941
comenzó el exterminio de varones judíos. El 16 de julio de 1941 Hitler
reunió a sus colaboradores para explicarles que Ucrania sería una joya
del imperio nazi, administrada por las SS y otros cuerpos de seguridad.
A
finales de agosto de 1941 estaba ya bastante claro que Kiev acabaría en
manos de los alemanes. Tras muchas dudas por parte de Stalin, Mijail
Kirponov, general a cargo de la zona, recibió la orden de retirarse de
Kiev el 17 de septiembre. El 19 los nazis habían llegado a las afueras
de la ciudad y algunos barrios cercanos al centro, y el día 21 los
ciudadanos escucharon por radio una voz de la Sovinformbureau, la
oficina de información, diciendo que las tropas soviéticas dejaban la
ciudad. Llevaban semanas diciéndoles que eso jamás ocurriría.
En la capital muchos tenían familiares en el Ejército rojo. Pero también muchas familias habían sido diezmadas
por las hambrunas y la colectivización forzada de los años 30, que
habían causado más de tres millones de muertos. La situación entre los
soldados del Ejército rojo a cargo de la defensa de la ciudad era muchas
veces de desamparo, conduciendo a autolesiones que, años después,
llaman la atención entre tanta estadística: de casi 500 heridos en
varios hospitales de Kiev, nada menos que 460 presentaban un balazo en el brazo izquierdo.
De la concentración a la eliminación
Había un antibolchevismo notable
y muchos ciudadanos de la capital dieron la bienvenida a los alemanes.
Pensaron que les librarían de la opresión del estalinismo. Otros se
alegraron de que por fin alguien pusiese 'en su sitio' a sus vecinos
judíos, a los que la propaganda soviética había acusado mediante rumores
de ser los causantes de las hambrunas que había provocado la
colectivización agraria.
También jugaba a favor de los nazis el
recuerdo de lo ocurrido durante la Primera Guerra Mundial, cuando los
alemanes ocuparon la ciudad y emitieron una orden para intentar evitar
el ataque a cualquier minoría, incluida la judía: "Alemania era una
'nación europea', y por eso pensaban que una ocupación de los nazis no podía ser peor que la de los bolcheviques", explica Victoria Khiterer, especialista en historia de los judíos.
La
inquietud había subido sin cesar desde el anuncio de la incursión nazi.
Pero las víctimas difícilmente podían imaginar el calibre de lo que se
avecinaba. "Babi Yar es la mayor masacre en un periodo de tiempo tan
corto", explica el historiador Per Anders Rudling. Los especialistas se
han preguntado por qué con el avance sobre Ucrania cambió la política de
los nazis respecto a los judíos: se pasó de concentrarlos a asesinarlos a marchas forzadas.
Una de las razones que se apuntan es que al alcanzar la guerra una
escala global los planes de enviar los judíos lejos de Alemania
(Madagascar era una de las opciones) se tornaron muy complicados.
Ucrania,
Bielorrusia y otros territorios soviéticos fueron así el 'laboratorio'
del Holocausto. Se decidió matar a todos: hombres, mujeres y viejos. Y
niños también, porque de lo contrario después de haber contemplado
aquello podrían volver para vengarse cuando fuesen mayores. En Kaunas
(Lituania) se había aniquilado a 3.800 judíos. Después, en Ucrania
occidental, les llegaría el turno a 24.000.
Las víctimas eran obligadas a cavar su propia tumba.
Si era una fosa común, debían ir acostándose desnudos sobre los
cadáveres fusilados anteriormente pero en sentido contrario: la cabeza
coincidiendo con los pies de los de abajo. Los nazis lo llamaban
"formación lata de sardinas".
Pero
en el caso de Kiev el barranco de Babi Yar el relieve aportaba una
solución perfecta. Los guardias les conducirían hasta el punto exacto
donde los iban a matar y les ordenarían que se quitasen la ropa. Mucha
sería confiscada, aunque también los desnudarían para comprobar que no
llevaban consigo dinero o algún objeto valioso.
La orden del exterminio
La impresión generalizada, y errónea, era que se estaba preparando una
deportación masiva. Así que a la mañana siguiente, decenas de miles de
judíos se presentaron en el lugar indicado. Algunos llegaron con mucha
anticipación para asegurarse de que no les quitaban el sitio.
Las dos calles
confluyen cerca de un cementerio: allí los niños lloraban y los adultos
los intentaban tranquilizar. La gran masa de gente se movía muy
despacio, algunos se impacientaban. A la altura de la verja del
cementerio judío, unos pocos metros después, había que dejar el
equipaje: como si fuese a ir en un vagón especial. Pero desde esa
distancia ya se oían las ametralladoras, lo que
levantaba las primeras sospechas. Pero en la cara interior de la verja
se había colocado un puesto de control donde se pedía la identificación a
todo el que intentase volver afuera. Si era judío, debía regresar con
el resto.
Cada
persona que llegaba a la primera línea era colocada con otros formando
grupos de diez. Había que pasar por un pasillo formado por soldados
alemanes que llevaban garrotes en las manos. Muchos estaban medio
borrachos para poder cumplir así su lúgubre tarea: matar a sangre fría a
civiles indefensos.
Desnudados al borde del barranco
"Schnell,
schnell!", [¡rápido, rápido!] gritaban, conduciendo a la gente hasta
una zona de hierba. Allí se pedía al cada uno de los miembros de grupo
que se desnudase y si alguien se mostraba reticente era apaleado de
nuevo. Los guardias estaban borrachos de furia, poseídos por el sadismo.
Ante ellos sólo quedaba el destino final, el barranco de Babi
Yar. Los judíos eran colocados en el borde y se les disparaba sin
contemplaciones. Sus cuerpos rodaban hacia el fondo del barranco.
Anatoly Kuznetsov, en su libro 'Un documento en forma de novela',
recuerda el testimonio de una mujer judía que logró escapar y pudo
describir después la escena: "Miró hacia abajo y sintió un mareo, tenía
la sensación de estar muy alto. Bajo ella había un mar de cuerpos
cubiertos de sangre".
Hay
un informe de situación, el 101, del Einsatzgruppe destacado en Kiev.
Entre el 29 y el 30 de septiembre 33.771 judíos fueron ejecutados. Pero
las matanzas fueron mayores, hasta 50.000 judíos por lo menos durante
esos días. Y seguirían en los meses siguientes con otras minorías.
A
mediados de 1943 los alemanes estaban en retirada. Los soviéticos
avanzaban por el oeste, y los nazis pensaron en esconder su culpa. Se
escogió a 100 prisioneros del campo de concentración de Syretsk, situado
cerca de Babi Yar. Caminando rumbo al barranco, estaban seguros de que
los iban a matar. En lugar de eso, les sirvieron la cena.
Rebuscar entre los muertos de la fosa
Les esperaba la labor más desagradable. Primero excavar en la fosa común,
en la que se habían alternado varias capas de basura y las de muertos.
Después, sacar los cadáveres (la mayoría de los cuales llevaba dos años
enterrados), que en algunos casos estaban enredados y eran difíciles de
separar: los nazis diseñaron un arpón especial que los
enganchaba tirando de la barbilla, pero algunas veces salían tres unidos
que había que cortar con hachas. Las capas de gente enterrada abajo del
todo tuvieron que ser dinamitadas. Después había que buscar si llevaban
algo de oro o si todavía llevaban alguna prenda puesta, pues la norma
de desnudar a los que se iba a fusilar se había relajado en los últimos
grupos.
Después los quemaron, hasta 2.000 cada vez, con los
cuerpos colocados en capas. Los pies de los de arriba coincidiendo con
las cabezas de los de abajo. Cada dos capas de cuerpos, una de leña. De
todo el proceso todavía quedaron huesos de gran tamaño
que fueron machacados con losas del cementerio judío cercano. Había que
destruir cualquier evidencia, pero las llamas se veían desde el centro
de Kiev. Una generación entera las recordaría para siempre.
Tras
seis semanas trabajando, los prisioneros encargados de esta tarea
decidieron fugarse. Conservaron algunos objetos que encontraron entre las ropas de los muertos
que podían servir para abrir los cierres de los grilletes y para atacar
a los guardias. Prepararon la fuga durante un tiempo, hasta que una
noche un guardia les dijo que al día siguiente iban a ser ejecutados. En
la oscuridad de la noche, corrieron en masa sin que el guardia que
estaba a cargo de la ametralladora se atreviese a disparar, puesto que
sus propios compañeros estaban entre medias. Según ha detallado Jennifer
Rosenberg, historiadora especializada en el siglo XX, sólo 15 lograron
escapar.
La matanza de prisioneros de guerra, gitanos, enfermos
Babi Yar
fue un sumidero que se fue tragando todo lo que los nazis detestaban.
Tras la masacre los nazis siguieron matando en ese barranco hasta casi
el día en el que se marcharon: prisioneros de guerra soviéticos,
gitanos, enfermos mentales y también integrantes de la 'resistencia'
ucraniana.
Se calcula que pudieron haber muerto allí entre 70.000 y 120.000 personas, aunque algunos elevan la cifra hasta 200.000. El autor Ilya Ehrenburg describió
el dramatismo de aquellos días en su novela 'La tormenta' en 1947: una
niña suplicando sin éxito que la dejasen vivir, un abuelo ametrallado
por no entender bien las explicaciones, familias despidiéndose de
rodillas en el suelo, heridos enterrados vivos...
En 1959 Viktor Nekrasov
se lamentaba en las páginas de 'Literaturnaya Gazeta' de que no se
hiciese nada por recordar lo ocurrido en Babi Yar. Las autoridades
barajaban por aquellas fechas transformar el barranco en un estadio de
deportes. "Quisieron edificar, pero Dios protege esto", explica Vera,
una anciana de 70 años que cuida de una iglesia ortodoxa situada en la
zona. Al fondo del camino hay una sinagoga que ha sido víctima de actos
vandálicos varias veces: "Han dibujado esvásticas y cosas peores", dice
meneando la cabeza.
Moscú siempre esquivó la dimensión antisemita
de la matanza. Pero un poema, titulado precisamente 'Babi Yar' y
escrito por Yevgeny Yevtushenko, denunció en 1961 que las autoridades
estaban mirando para otro lado mientras la generación que lo había
vivido se hacía vieja rumiando en silencio.
A continuación llegó Dimitri Shostakovich con su 13ª sinfonía, una vibrante pieza musical
que, usando esa misma poesía, estaba consagrada a inmortalizar esa
tragedia. Se escuchó por primera vez en Moscú en 1962. Tanto Yevtushenko
como Shostakovich fueron reprendidos por las autoridades soviéticas por
su "cosmopolitismo". El gobierno de la URSS erigió por fin un monumento en 1976 para recordar a "los ciudadanos soviéticos"
que perdieron sus vidas. Hubo que esperar a 1991, con la URSS ya
finiquitada, para que se recordase allí, 50 años después de la tragedia,
la masacre de judíos.
La ayuda ucraniana
Todavía hoy existe controversia. "Recientemente el presidente ucraniano, Petro Poroshenko,
ha rendido homenaje a los judíos y los nacionalistas ucranianos, pero
mientras que los primeros murieron por miles los otros murieron por
decenas, tal vez centenas, y además jugaron un importante papel ayudando
a perpetrar aquellos crímenes", critica Per Anders Rudling, que ha
dedicado parte de su vida a estudiar el nacionalismo ucraniano. Natalia
Antonova, que perdió a familias de sus abuelo, opina en un café de Kiev:
"Hay una ola de revisionismo imparable":
Jessica Milstein
es nieta de supervivientes del holocausto. Anna Tsesarsky su abuela,
logró sobrevivir a las atrocidades de aquel septiembre negro y todavía
hoy le resulta muy amargo remover aquellos recuerdos. Su hermano, su
padre y su tío se presentaron en el lugar señalado por los nazis, las
noticias sobre las brutales matanzas de judíos todavía no habían llegado
a Kiev. En Kiev, recuerda, los asesinatos se llevaron a cabo "con la ayuda de ucranianos".
En algunos casos era nacionalistas que creían así poder echar a los
soviéticos, aunque Hitler rechazaba de plano una Ucrania independiente.
En otros casos era solamente por la promesa de los guardias alemanes de
que podrían robar las pertenencias de los fusilados. Y mientras tanto la
policía ucraniana ayudaba a vigilar a los judíos que iban de camino a
este matadero.
Babi Yar fue un lugar de ejecución durante meses. Hasta el día de la liberación de Kiev por el Ejército rojo,
el 6 de noviembre de 1943, unos 200.000 murieron en Babi Yar y sus
alrededores. No quedaron más que unos pocos centenares de judíos en la
ciudad. Y muchos se marcharon lejos. Anna Tsesarsky acabó en Estados
Unidos.
En Denver, cada año se conmemora la matanza junto a un
monumento. Jessica Milstein, su nieta, ha heredado una misión en nombre
de todos esos cuerpos inertes enredados desnudos bajo la arena: la
memoria. "Como adolescente", explica mientras cuida a la matriarca,
"pasé noches enteras hablando de Babi Yar con mi abuela, cómo y por qué
sucedió, por qué no hay que olvidar ni dejar que suceda, y creo que la
necesidad de contarlo es hoy más fuerte que nunca". En el fondo de este
barranco la tierra todavía parece removida, agitada por todo lo que
esconde.
Fuente:elmundo.es
Fuente:elmundo.es
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