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Daniel Pipes |
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Desde un punto de vista político práctico,
Avigdor Lieberman,
Naftalí Bennett y su idea de adoptar una posición conjunta sobre Hamás fueron sido derrotados, si no humillados. Y es que, durante la última
crisis de Gaza, el primer ministro,
Benjamín Netanyahu,
mostró una vez más sus habilidades políticas: Lieberman es ahora
exministro de Defensa y Bennett no ha conseguido sucederle en tal
cartera.
Ahora bien, con la mirada puesta en el largo plazo, lo cierto es que
ese dúo ha planteado una cuestión que durante décadas no ha formado
parte del discurso político israelí pero que, gracias a su empeño,
promete ser un factor importante en el futuro. Se trata de la idea de la
victoria; de una
victoria israelí sobre Hamás y, por extensión, sobre la Autoridad Palestina (AP) y los palestinos en general.
A lo largo de la Historia, la victoria –definida como la
imposición de la voluntad propia sobre la del enemigo para que renuncie a sus objetivos de guerra– ha sido sido motivo de reflexión para filósofos, estrategas y generales.
Aristóteles escribió: "La victoria es la meta de los generales". El teórico prusiano
Carl von Clausewitz coincidía: "El objetivo de la guerra ha de ser la derrota del enemigo". El secretario de Defensa de EEUU, general
James Mattis, considera que "ninguna guerra termina hasta que el enemigo diga que ha terminado".
Los palestinos suelen hablar de vencer a Israel, aun cuando se trate de una fantasía. Por citar un ejemplo: en noviembre de 2012, el líder de la AP,
Mahmud Abás,
llamó al entonces primer ministro del régimen de Hamás en Gaza, Ismaíl
Haniyeh, después de ocho días de violencia con Israel que dejó la Franja
gravemente maltrecha, para "felicitarle por la victoria y transmitir
sus condolencias a las familias de los mártires".
Por el contrario, en Israel la idea de la victoria ha sido soslayada
desde al menos los Acuerdos de Oslo de 1993, y sus líderes se han
centrado en cuestiones como el compromiso, la conciliación, la
construcción de confianza, la flexibilidad, la buena voluntad, la
mediación y la contención. El primer ministro
Ehud Olmert resumió esta actitud memorablemente en 2007, cuando afirmó:
"La paz se alcanza mediante concesiones".
Esta
desviada comprensión de cómo terminan las guerras
llevó a Israel a extraordinarias meteduras de pata en los quince años
posteriores a Oslo, y encima fue castigado con incesantes campañas de
deslegitimación y violencia, simbolizadas por la
Conferencia de Durban de 2001 y la
matanza de Pascua de 2002, respectivamente.
El disparate ha terminado con los cerca de diez años de gobierno de Netanyahu,
pero aún no ha sido reemplazado por una recia concepción de la
victoria. En vez de eso, Netanyahu no hace más que apagar incendios en
el Sinaí, Gaza, la Margen Occidental, los Altos del Golán, Siria y el
Líbano, a medida que surgen. Aunque está de acuerdo con la idea de la
victoria israelí cuando se le comenta en privado, aún no ha hablado
públicamente de ella.
Mientras, otras personalidades destacadas de Israel han adoptado esta
perspectiva. El exjefe del Estado Mayor Uzi Dayán ha pedido al Ejército
que vuelva a "la senda de la victoria". Por su parte, el exministro de
Educación y de Interior Gedeón Saar ha
afirmado:
El ‘paradigma de la victoria’, como la idea del Muro de
Hierro de Jabotinsky, asume que sería posible un acuerdo en el futuro,
pero sólo después de una victoria israelí clara y decisiva (…) La
transición al ‘paradigma de la victoria’ pasa por que se abandonen las concepciones de Oslo.
En este contexto, las declaraciones de Lieberman y Bennett apuntan a un
cambio de mentalidad.
Lieberman
dimitió como ministro de Defensa por la frustración que experimentó
cuando vio que a una andanada de 460 cohetes y misiles de Hamás contra
territorio israelí se respondió con un alto el fuego. Lieberman clamaba
por que se impusiera un "estado de desesperación" a los enemigos de
Israel. Demandó que Israel "dejara de lloriquear",
pidió
que el Ejército "empezara a ganar otra vez" y añadió: "Cuando Israel
quiere ganar, puede hacerlo". Sobre su marcha atrás en sus exigencias de
ser nombrado ministro de Defensa, Bennett enfatizó que apoyaba a
Netanyahu en "la monumental tarea de asegurar que Israel vuelva a salir
victorioso".
Irónicamente, los detractores de este paradigma no hicieron sino dar fe del poder de la idea de la victoria. La columnista de
Maariv Revital Amiran
escribió
que la victoria que más desea la opinión pública israelí es la de una
mejor atención para los ancianos y la de la resolución de los
insoportables atascos. La líder de Meretz, Tamar Zandberg,
replicó
a Bennett que, para ella, lo del Israel victorioso significa ganar
nominaciones a los Emmy y a los Oscar, garantizar la igualdad en los
servicios de salud y gastar más en educación.
Que la victoria y la derrota se hayan convertido en un tema de debate
en Israel constituye un gran paso adelante. Como señala correctamente
la figura mediática Ayalet Mitsch,
"incluso los israelíes de izquierdas piensan que es hora de volver a ganar". He aquí otro empujón más para la victoria israelí.