Uno de los discursos más celebrados y referenciados durante el primer mandato de Barack Obama
fue el pronunciado el 4 de junio de 2009 en la Universidad de El Cairo.
Su título. “A New Beginning” (“Un nuevo comienzo”), sintetizaba
magistralmente la intencionalidad de sus palabras. Abogaba por un
acercamiento diplomático al mundo árabe, “tendiendo la mano” en lugar de
utilizar la fuerza, en un intento de mostrar que los Estados Unidos no
eran “enemigos del mundo árabe”. Una intervención, en definitiva,
muy en línea con los que habían sido sus novedosas propuestas
electorales admitiendo el derecho de los palestinos a tener un estado
propio, cuestionando los asentamientos israelíes en la franja ocupada, y
abogando por el diálogo con Irán para resolver el conflicto de su
industria nuclear.
Cuatro años han pasado desde entonces y poco o
nada ha cambiado la situación global. Entonces, muchos pensamos que
Obama podría impulsar la solución final que solventaría de una vez por
todas el conflicto. Pero todo sigue igual. En su primera legislatura,
Obama no llegó a pisar suelo israelí pese a que Netanyahu fue uno
de los primeros mandatarios en ser recibido en la Casa Blanca
(18/5/09); las relaciones entre las dos naciones fueron más frías que
nunca en su historia; nunca hubo “química” entre ambos mandatarios y las
negociaciones iniciadas en el encuentro de Camp David en el 2000 parecen encontrarse en un callejón sin salida. Ni tan siquiera la persuasiva Hillary Clinton
logró que el gobierno israelí moviese un ápice sus planteamientos
iniciales, el proceso se interrumpió definitivamente en el 2010 cuando
se asentaron nuevos colonos en la franja de Gaza.
Barack Obama
realiza su primer viaje oficial en la segunda legislatura a Israel desde
postulados mucho más realistas y pragmáticos. Se trata, en sí mismo, de
un gesto que viene a reafirmar su inequívoca alianza con el estado
judío, puesta de manifiesto en la votación de la ONU el pasado
noviembre, oponiéndose al nuevo estatus de Palestina en la organización.
Pero más allá de lo simbólico inherente a cualquier gesto -entre los
muchos de esta visita visitará el panteón del líder sionista Theodor Herzi- el por qué de esta visita sigue siendo motivo de análisis y reflexión política.
Thomas Friedman
en su columna del New York Times “Mr. Obama goes to Israel” afirmaba la
semana pasada que para la diplomacia norteamericana el conflicto
palestino-israelí es actualmente más “hobby” que necesidad; como con
cualquier “hobby” el tiempo que le dedicas depende de tu “estado de
ánimo”. Otros analistas enmarcan el viaje en un mero cumplimiento de su
promesa electoral y, en general, las expectativas respecto a un posible
acuerdo de paz son prácticamente nulas. El perfil que el propio
presidente concede a este viaje es más bien bajo, pues se trataría, como
declaró a la televisión israelí, de “volver a conectar con los
israelíes”. Si el prisma de análisis es el proceso de paz entre
palestinos y judíos, la visita del presidente resulta banal y propia de
un “turista” como también se refirió a él Friedman.
No es ése,
entiendo, el tema que principalmente ocupa y preocupa en estos momentos a
Obama; la auténtica dimensión del viaje parece ir más allá y superar
este asunto. La resolución en el corto-medio plazo del enfrentamiento
entre palestinos y judíos se antoja difícil cuando no imposible. Durante
la última década, el histórico conflicto ha sido parcialmente eclipsado
por los graves acontecimientos en otras naciones árabes –Irán, Irak,
Afganistán, Pakistán…- y más recientemente por Siria o las acciones de Al-Qaeda
en el Sáhel. Ha perdido, en definitiva, el valor estratégico que podía
tener en la resolución del conflicto occidente-mundo árabe que alcanzó
su máxima expresión el 11-S.
Más
allá de la guerra en Siria, que también ocupará buena parte de las
conversaciones, el asunto capital será Irán. Tal como declaró Obama, Ahmadineyad
podría disponer de armamento nuclear en poco más de un año. ¿Qué hará
Israel cuando el supuesto sea realidad? ¿Y qué harán los Estados Unidos?
“Todas las opciones están sobre la mesa”, ha dicho Obama; y en su
discurso de bienvenida Netanyahu ha agradecido el decidido apoyo de
Estados Unidos para que Israel se defienda ante cualquier “amenaza”. Y
entrecomillo “amenaza” porque ya no se habla de “ataque” como en
ocasiones anteriores… un peligroso cambio semántico de impredecibles
consecuencias.
Ambos deberán reaccionar ante la “amenaza” nuclear
de manera conjunta y tal vez aislada, pues la participación de las
naciones europeas, tras la experiencia de Irak, en una intervención
bélica ante el potencial peligro nuclear iraní resulta más que
cuestionable. El desgaste de diez años de guerra – paradójicamente el
inicio del viaje coincidió con el décimo aniversario del inicio de la
guerra en Irak- sin que se hayan alcanzado los resultados
pretendidos y a un coste en vidas y recursos infinitamente superior al
estimado, ha propiciado la retirada de las tropas norteamericanas. Los
Estados Unidos necesitan, más que nunca, un aliado fiel, exactamente lo
mismo que Israel. Nada fortalece más una alianza que la defensa de
intereses comunes.
Fuente:elconfidencial.com
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