El carácter monoteísta de la religión judía granjeó a su población la enemistad de muchos pueblos de la Antigüedad. Era, en esencia, el miedo a lo distinto en un mundo poblado por religiones politeístas. La aparición del Cristianismo,
que también cree en un solo dios, significó un punto de inflexión para
los hebreos, pero a peor. La Iglesia presentó a los judíos como los responsables de asesinar al verdadero Mesías
y los usaron como cabezas de turcos de todos los males durante la Edad
Media. Esta disposición histórica fue recuperada con la eclosión del
nacionalismo en el siglo XIX y llevada a su máxima expresión por el Régimen Nazi.
«Los judíos han elevado su odio a la humanidad al nivel de una tradición», escribió el griego Diodoro Sículo en su «Biblioteca histórica» del siglo I antes de Cristo. La agresiva respuesta de los israelitas («Hijos de Israel») al proceso de helenización iniciado en tiempos de Alejandro Magno les ganó el prejuicio de pueblo «ultranacionalista». En el año 168 antes de Cristo, Antíoco IV de Siria, de la dinastía Seléucida, (descendiente de uno de los generales de Alejandro Magno) asaltó Jerusalén e impuso el culto a Zeus entre la población. Esta medida levantó una revuelta dirigida por el clan de los Macabeos,
que se mostraron muy violentos con los enemigos capturados. Desde
entonces, se encendió el recelo contra los judíos por todas las regiones
de influencia griega.
Los padres de la Iglesia presentaron el Judaísmo como una «secta», no como una religión
En consecuencia, la Edad Media fue un periodo terrible para
los judíos europeos. Las autoridades emplearon los ataques contra la
población hebrea a modo de válvula de escape de los problemas sociales.
Las falsas acusaciones de que los hebreos profanaban hostias sagradas y
perpetraban asesinatos rituales, sobre todo en niños, fueron usadas
para justificar el asalto a las juderías. A causa de esta persecución, que les prohibía en la mayoría de ciudades ejercer como soldados,
agricultores o abogados y casarse con cristianos, los judíos se vieron
obligados a dedicarse a profesiones que, como los prestamistas o los
recaudadores, aumentaron los prejuicios contra ellos. Cabe mencionar que
la usura, el cobro de intereses en un préstamo,
estaba mal visto moralmente entre los cristianos. Y en no pocas
ocasiones, los deudores cristianos aprovechaban un estallido de
violencia religiosa para asesinar a sus acreedores.
El odio racial desplaza al político
A partir del siglo XV, la hostilidad hacia los hebreos vivió un importante repunte. La expulsión de los judíos de España y Portugal trasladó la migración al norte de Europa, donde la revolución religiosa iniciada por Martín Lutero
los situó entre dos fuegos. Tras un intento fallido de atraerlos a su
causa, Lutero propuso su expulsión y la quema de sus sinagogas por todo
el norte de Europa. Además, el reformador escribió el que está
considerado como el primer texto antisemitista moderno, «Contra los judíos y sus mentiras».
No obstante, el nacimiento del antisemitismo como corriente
de pensamiento surgió más tarde, en el siglo XIX, íntimamente ligada a la eclosión de los nacionalismos.
Cuando los judíos por fin consiguieron la igualdad legal en la Europa
occidental –en Rusia y otros países de su entorno la persecución seguía
siendo incesante–, su entrada en la esfera pública les costó un nuevo
tipo de aversión de carácter político. Ahora, el odio no era religioso sino por el éxito económico y político.
El antisemitismo se extendió por toda Europa, algo menos en España y Gran Bretaña
En paralelo al surgimiento del movimiento Sionismo de la mano de Theodor Herzl y del acoso a los judíos en la Rusia comunista, Adolf Hitler
hizo del antisemitismo la bandera de su proyecto político. El Régimen
Nazi responsabilizó a los hebreos de la derrota alemana en la Primera Guerra Mundial e inició una salvaje campaña que tuvo su punto álgido en la Noche de los Cristales Rotos,
en 1938. Esa noche se quemaron 267 sinagogas, se saquearon cerca de
7.500 comercios judíos, se detuvieron a 20.000 alemanes de origen hebreo
y se impuso una gran multa a esta comunidad para «compensar los daños».
Era el germen de la denominada por los nazis como «Solución final»:
el intento de exterminar a la totalidad de la población de esta
religión en Europa. A cargo de su planificación, organización
administrativa y supervisión estuvo Heinrich Himmler y se calcula que cerca de seis millones de judíos murieron durante uno de los mayores genocidios en la historia de la humanidad. El antisemitismo llevado a su máxima expresión.
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