La polaca Izabela Wagner descifra en 'Bauman. Una biografía' (Paidós) cómo se forjó una de las mentes más lúcidas e independientes del siglo XX y comienzos del XX
Pocos filósofos como Zygmunt Bauman (1925-2017) acertaron tanto en su diagnóstico de la sociedad contemporánea: el estado, el trabajo, el amor, la familia y la comunidad ya no son lo que eran antes, entes sólidos, sino "acuerdos temporales y pasajeros" que se nos escurren como el agua entre las manos. En sus últimos años, el padre de la llamada "modernidad líquida" fue lo más parecido a una estrella de rock de la filosofía: adorado por la juventud descontenta, escribía tres o cuatro libros al año, viajaba por todo el mundo dando conferencias y consiguió que ensayos como Amor líquido, Extraños llamando a la puerta o Modernidad líquida se convirtieran en bestsellers globales. Su metáfora sobre lo quebradizo y frágil de estos tiempos caló tan hondo que "líquido" es el adjetivo al que seguimos recurriendo, 20 años después, para describir el presente. Pero, ¿qué sabemos de su vida?
"Bauman era una persona muy reservada y siempre decía que los detalles de su trayectoria carecían de importancia, pero eso no es cierto", explica la polaca Izabela Wagner, autora de Bauman. Una biografía (Paidós), la primera gran obra que explica a conciencia la vida del sociólogo, marcada por los horrores del siglo XX. "Es muy interesante el enorme impacto que la política tuvo en su vida y que provocó su exilio en dos ocasiones. También su explosión tardía y fuera de la academia, muy contradictoria con la idea de que uno es creativo de joven y luego, tras retirarse, ya no va a hacer nada. En su caso, fue exactamente al revés. Siempre me han atraído las excepciones y Bauman es una".
Bauman nació en 1925 en la ciudad polaca de Poznan y tuvo una infancia feliz "dadas las circunstancias", que no eran otras que un feroz antisemitismo profundamente arraigado en la sociedad. Sus padres eran judíos, aunque no demasiado religiosos, la típica familia de clase media que valoraba más una buena educación que acudir a la sinagoga. Los últimos pogromos de Polonia habían tenido lugar en 1918 y 1919, así que no es de extrañar que Bauman, pese a crecer en un hogar feliz, tuviera una infancia marcada por la estigmatización, un sentimiento que nunca le abandonaría del todo.
Alumno brillante y aplicado, recibió "una lluvia de patadas y puñetazos" en su primer día de clase y sólo encontró un breve refugio de dignidad y fraternidad cuando se afilió a la Hashomer Hatzair, una organización juvenil sionista donde hizo sus primeros amigos. Acostumbrado a las humillaciones diarias, tenía 13 años la primera vez que tuvo que huir de Polonia. Fue tras la invasión alemana, bajo un reguero de bombas y cadáveres. El antisemitismo estaba ya tan normalizado en Polonia que durante los primeros días de la guerra, cuando los nazis impusieron sus nuevas leyes, a nadie le escandalizó demasiado que su madre tuviera que recortar su pijama amarillo en pedazos para coser estrellas a los abrigos de toda la familia.
"La identidad nacional polaca está forjada sobre el rechazo", explica Wagner. "Tú eres polaco porque no eres judío. No es como en Francia, donde si eres judío es porque acudes a la sinagoga. En Polonia nunca ha habido demasiados judíos que vayan a la sinagoga porque la mayoría eran comunistas y por lo tanto, no muy religiosos. Lo que quiero decir es que en Polonia el criterio para ser judío es étnico, no religioso. Y eso hace que tenga connotaciones muy racistas".
Los Bauman tuvieron suerte: su hermana, de visita en el verano de 1939 para presentar a su bebé recién nacido al resto de la familia, logró regresar rápidamente a Palestina; y Bauman y sus padres también consiguieron escapar atropelladamente de los nazis y pasaron años errando como refugiados, siempre hacia el este. Bauman pasó su adolescencia en la ciudad bielorrusa de Molodechno y sus recuerdos de esa época son agradables: allí era uno más entre rusos, bielorrusos, polacos, lituanos y judíos, sin amenazas. La educación, además, era mixta: Bauman vivió su primer amor y dio las primeras muestras de un enorme carisma personal.
Tras asentarse definitivamente en la Unión Soviética, Bauman se separó de sus padres: pasó unos meses en Gorki antes de ser destinado a una reserva forestal en la aldea de Vajtan donde su misión era, básicamente, contar árboles. Tan remota y aislada quedaba Vajtan del resto del mundo que su pequeña biblioteca había escapado de las oleadas de "purificación" estalinistas, lo que permitió a Bauman tener un acceso ilimitado a los grandes clásicos de la literatura rusa y universal, obras por entonces prohibidas. Para su biógrafa, esas intensas lecturas de autores proscritos explican mucho de su educación independiente y su capacidad para desarrollar un pensamiento crítico que acabaría proporcionándole un contrapunto a la poderosa propaganda estalinista. "Los libros ayudaron a Bauman a pensar distinto y le proporcionaron una capacidad de observación más matizada de la realidad", explica Wagner. Fue algo excepcional, casi milagroso en un momento y lugar como aquellos.
Bauman se alistó en la facción polaca del Ejército Rojo y aunque no entró en combate hasta la primavera de 1944, tuvo un papel muy activo en la batalla de Kolberg, en Pomerania. Se instruyó como artillero y con 18 años, sin ser oficial de carrera, ya tenía bajo su mando a una cincuentena de soldados, la mayoría de los cuales le doblaban la edad. Para su biógrafa, la capacidad innata de Bauman de conectar con el gran público a través de sus ensayos viene, en parte, de esa época. "En el ejército aprendió a hablar de forma accesible sobre conceptos complejos a personas que no estaban acostumbradas a oír ese tipo de cosas. Bauman era el encargado de explicar qué era el marxismo, el comunismo y el fascismo a soldados que, en muchos casos, eran analfabetos".
Durante la guerra, Bauman fue herido de bala y su división fue la primera en entrar al campo de exterminio de Majdanek, donde los cuerpos seguían amontonados. Estas y otras atrocidades las reflejaría años después en Modernidad y Holocausto, una obra muy influida por su primera mujer, Janina, que vivió el horror nazi de un modo mucho más directo que él: era todavía una niña cuando la forzaron a trabajar en el gueto de Varsovia limpiando las casas de los judíos enviados a los campos, clasificando las pertenencias que dejaban atrás para siempre. Pese a ser herido en combate, Bauman se las apañó para reencontrarse con sus hombres en Berlín y estaba en la ciudad el 7 de mayo de 1945, el día que acabó la guerra.
Tras la contienda, Bauman se integró en el KBW, el Cuerpo de Seguridad Interior del nuevo gobierno polaco prosoviético, y de esos años surgen las principales sombras que alimentan su leyenda negra. Bauman siempre se sintió alejado del modelo estalinista fundado en el terror y la sospecha generalizada; él quería simplemente "construir el socialismo". Lo cierto es que se aprovechó de su papel como intelectual en el partido (su trabajo era escribir discursos, hacer propaganda) para volver a Varsovia y estudiar sociología.
En 2007, él mismo reconoció en una entrevista que había cooperado durante tres años como agente para las agencias de inteligencia. Aunque negó haber perjudicado a nadie de forma directa, reconoció que "todo lo que hacemos tiene consecuencias". En su defensa hay que decir que todos los funcionarios de cualquier régimen prosoviético eran presionados de forma habitual para colaborar con las fuerzas del estado, que haberse negado a cooperar habría supuesto "un billete de ida al gulag" y que su judaísmo y sus orígenes burgueses (su padre había tenido una tienda antes de ser contable) siempre le hicieron sospechoso. En 1953, tras el Complot de los Médicos -una supuesta conspiración de médicos judíos usada por Moscú como pretexto para la enésima purga-, Bauman fue expulsado del KBW y pasó a ser profesor en la Universidad de Varsovia. Allí no tardó en convertirse en "presa de caza". La facultad de filosofía tenía en el encargo de inculcar la ideología marxista, pero era un nido de revisionistas.
"En Polonia Bauman es víctima de una leyenda negra por el hecho de ser judío y comunista, todo el mundo piensa que hizo cosas horribles", explica su biógrafa. "Cuando conoces su vida te das cuenta de que fue exactamente lo opuesto y es horrible que nadie se haya propuesto deconstruir esa mitología creada alrededor de su figura. A eso nos dedicamos los sociólogos, a estudiar por qué la gente necesita ese tipo de mitologías, de asunciones grupales. Es algo que está muy relacionado con las fake news", reflexiona la escritora, para quien la vida de Bauman no se entiende sin conocer la convulsa historia de su país. "La política y la historia polacas siguen siendo muy inaccesibles para la mayoría. Pocos entienden, por ejemplo, lo profundamente arraigado que está todavía hoy el antisemistismo, aunque no hay judíos en Polonia. Es muy curioso cómo se esboza ese sentimiento, que es la reacción a una presencia que no es tal. Pasa lo mismo que con los refugiados: la mayoría de la gente que está en contra de acogerlos nunca ha visto uno".
Bauman fue forzado a un nuevo exilio en 1968, en un pogromo de estado que pretendía "limpiar las instituciones polacas de sionismo". Tuvo que renunciar a su ciudadanía y, como muchos otros comunistas de ascendencia judía e intelectuales que habían caído en desgracia para el gobierno prosoviético, huyó a Tel-Aviv, donde dio clases dos años antes de recolocarse en la Universidad de Leeds, donde fue decano de la Facultad de Sociología. Allí, una vez jubilado, fue donde vivió su explosión tardía.
Sería comprensible que, tras haber sido expulsado de un régimen soviético y acogido por la Inglaterra de Thatcher, Bauman hubiese renegado de su pasado y hubiese abrazado con más o menos fervor el capitalismo. Pero no. Siempre mantuvo su crítica el neoliberalismo de los 80 y criticó ferozmente el individualismo. "El socialismo nunca le decepcionó porque siempre confió en la posibilidad de un mundo mejor", apunta Wagner. "De lo que renegó fue del comunismo soviético y, especialmente, del estalinismo".
Un último descubrimiento sobre el Bauman más íntimo: de él hay cierta imagen de intelectual algo ensimismado, austero y estajanovista, pero el sociólogo era además un disfrutón que amaba los placeres mundanos: era un obsesivo anfitrión al que le encantaba cocinar para sus invitados (su especialidad eran los escalopes flambées y el goulash), beber y alargar la sobremesa durante horas entre postres, café, licores que elaboraba él mismo y cigarrillos. "Cuando estabas con él se esforzaba en borrar la distancia que te separaba del gran intelectual. Le entusiasmaba conocer gente nueva y no le daban miedo los jóvenes. Creo que eso es lo mantuvo su espíritu tan joven hasta el final".
Fuente:www.elmundo.es
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