«Usando el cerebro. No hay lógica en lo que he
hecho. Me salvé por pura suerte. Había gente que se ocupaba de salvar
gente y decidí seguirles». Desde su casa en la localidad pontevedresa de
Caldas de Reis, Ania Fuchs de Horszowski (Tarnopol, 1921) repasa
su duro pasado tras el estallido de la Segunda Guerra Mundial en su
Polonia natal. Pese a la experiencia de haber tenido que vivir tres años
confinada con otros judíos en el gueto de Lwow y de haber perdido a sus
padres siendo muy joven, esta anciana de 91 años desprende hoy
serenidad y optimismo.
Recibe a La Voz en su domicilio. Vestida de negro
y calzada con unos zuecos rosas. Su perra Esperanza no se separa de
ella. No podía tener otro nombre. Con una sonrisa y una belleza que
recuerdan a las de las actrices de antes, sigue sin encontrar una
respuesta a tanto sufrimiento. «No creo que haya alguien que lo entienda
en el mundo entero», dice en un perfecto español tamizado por variados
acentos. Ania, que se quedó viuda hace dos años, vive con su único hijo, Luis, y su nuera en la calle Juan Fuentes de Caldas.
Hace dieciocho meses la familia optó por abandonar Venezuela, el país
al que habían emigrado en 1948, debido a la situación de inseguridad.
«Mi esposa -explica Luis- tiene pasaporte español
y nosotros polaco. Yo estoy retirado, teníamos unos ahorros y decidimos
venirnos. El padre de mi esposa es de Moraña y estamos muy contentos.
La gente aquí es muy amable». El viaje que hicieron en las Navidades del
2010 fue con catorce maletas, cinco perros y cuatro gatos.
Ania se ríe. Pese a sus problemas de movilidad,
su salud está mejor que hace cinco años, cuando sufrió varios derrames y
no conocía a su hijo. «Incluso veía fantasmas», apunta Luis. «Durante
la guerra lo que no hice fue gritar. Cuando mataron a mi madre no tenía
ganas de vivir y cuando la guerra terminó me quedé sin nada, diciendo
"Yo no vivo"».
Ahora esta mujer sostiene que no hace nada
interesante. Pero está feliz. «Veo la televisión, gracias a Dios en
varios idiomas, y juego con mi perrita», comenta sentada en un sofá.
«¿Qué puedo pedir de la vida? No camino bien, pero aquí estoy», añade.
¿Y qué les diría a los jóvenes que hoy con la crisis lo ven todo negro?
«Que luchen, porque no hay nada que no se pueda cambiar, solo eso». Ania
habla español, inglés, ruso y polaco, además de defenderse en francés y
alemán. «Alemán, un poco, de comunicarme con ellos, y francés porque
estuve viviendo en París 18 meses, aunque con el tiempo se me olvidó»,
explica.
Su peripecia vital está recogida en el libro Exilio a la vida. Sobrevivientes judíos de la Shoá, editado en el 2006 por la Unión Israelita de Caracas. El relato de esta superviviente del Holocausto nazi
también protagoniza un documental producido por la Asociación Galega de
Amizade con Israel (AGAI) y dirigido por Óscar Galansky.
Ania y su familia se vieron obligados a dejar la
ciudad polaca de Tarnopol -hoy pertenece a Ucrania- cuando en 1939
estalló la Segunda Guerra Mundial. Se trasladó con sus padres, Jacobo y
Berta, a Lwow, donde estuvieron confinados en un gueto. Cuenta que a su
madre la mataron de dos disparos en enero de 1943 y que su padre murió
dos meses después víctima de la fiebre tifoidea. También le perdió la
pista a un novio que tuvo y con el que no pudo reencontrarse en la
ciudad de Dniepropetrowsk. Poco antes de que acabara la guerra conoció
por casualidad al que se convertiría en su marido, Stefan Horszowski.
Cracovia, Varsovia, Lodz y Francia fueron los destinos antes de recalar
en Venezuela, en abril de 1948. Para ello tuvieron que firmar un
documento alegando que eran cristianos.
Fuente:lavozdegalicia. com
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