De él, del superviviente, del testigo del horror por excelencia, se dijo que se había quitado la vida. Su muerte fue tan inesperada -todas lo son, aún cuando vienen precedidas por ominosa fanfarria-, ¡y había sufrido tanto!, como para hacer pensable lo impensable. Primo Levi dejó algunas de las piezas más memorables del siglo XX, entre las que brilla la mortecina luz de Si esto es un hombre. Obras que nos ponen a los pies de los caballos, recordándonos lo que somos, bestias pardas, entrópicas, que aguardan el abatimiento del orden para aniquilarse mutuamente. Obras que se resisten a dar pistas sobre el final de su autor, pues si bien nacían de la memoria y no le negaban una sonrisa que hacía de la escritura una forma de catarsis, tampoco escondían un empeño de distanciamiento que revelaba el arraigado dolor que condensara Theodor Adorno en su célebre sentencia condenatoria -y tremendamente errónea-, “después de Auchswitz no es posible escribir poesía”.
Sin embargo, el campo de concentración urdido por Himmler y sus secuaces hizo de Levi un escritor; consolidó en él el ansia que todo escritor auténtico padece, le dio la orientación, el qué. Su escritura nunca va muy lejos del Lager, ni aun cuando sus relatos adoptan la forma de la ciencia ficción. Historias naturales, primer libro de estos Cuentos completos que publica El Aleph, es una buena muestra de ello. Auschwitz ha sido paradigma del fin del proyecto ilustrado y del monstruo que produce el sueño de la razón, y desde entonces -sin olvidar Hiroshima- la ciencia ha perdido su aura de absoluta benefactora, temas que aparecen en los alevosos inventos de la NATCA y en los misteriosos experimentos que condenan tanto al paciente como al verdugo -el verdugo, al cumplir su misión aniquiladora, aniquila asimismo su humanidad-.
El campo de concentración aparecerá luego, explícitamente, en los siguientes cuentos. Unos cuentos escritos bajo la advocación del centauro, figura doble. El propio Levi era dúplice, judío e italiano, químico y escritor; su escritura también es doble y mezcla historias reales con las aventuras de ficción -eso que se supone tan actual y novedoso- alcanzando la cota maravillosa de El sistema periódico, obra mayúscula de la cuentística del siglo pasado, en la que narra su propia historia desde sus orígenes familiares piamonteses y hebraicos, y su relación con la química y la literatura. Y por supuesto, las penurias sufridas bajo fascistas y nazis, esas “memorias atroces” que “se transformaban en riqueza, en simiente. Al escribir, me parecía estar creciendo, como una planta” (p. 512). Y su escritura siguió creciendo, asumiendo el carbono del recuerdo, formando largas cadenas orgánicas, y continuó haciéndolo aun cuando el alambique se quedó sin nadie que lo atendiera.
Sin embargo, el campo de concentración urdido por Himmler y sus secuaces hizo de Levi un escritor; consolidó en él el ansia que todo escritor auténtico padece, le dio la orientación, el qué. Su escritura nunca va muy lejos del Lager, ni aun cuando sus relatos adoptan la forma de la ciencia ficción. Historias naturales, primer libro de estos Cuentos completos que publica El Aleph, es una buena muestra de ello. Auschwitz ha sido paradigma del fin del proyecto ilustrado y del monstruo que produce el sueño de la razón, y desde entonces -sin olvidar Hiroshima- la ciencia ha perdido su aura de absoluta benefactora, temas que aparecen en los alevosos inventos de la NATCA y en los misteriosos experimentos que condenan tanto al paciente como al verdugo -el verdugo, al cumplir su misión aniquiladora, aniquila asimismo su humanidad-.
El campo de concentración aparecerá luego, explícitamente, en los siguientes cuentos. Unos cuentos escritos bajo la advocación del centauro, figura doble. El propio Levi era dúplice, judío e italiano, químico y escritor; su escritura también es doble y mezcla historias reales con las aventuras de ficción -eso que se supone tan actual y novedoso- alcanzando la cota maravillosa de El sistema periódico, obra mayúscula de la cuentística del siglo pasado, en la que narra su propia historia desde sus orígenes familiares piamonteses y hebraicos, y su relación con la química y la literatura. Y por supuesto, las penurias sufridas bajo fascistas y nazis, esas “memorias atroces” que “se transformaban en riqueza, en simiente. Al escribir, me parecía estar creciendo, como una planta” (p. 512). Y su escritura siguió creciendo, asumiendo el carbono del recuerdo, formando largas cadenas orgánicas, y continuó haciéndolo aun cuando el alambique se quedó sin nadie que lo atendiera.
Nuño Vallés - El Confidelcial.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario