En sus calles, en 1993, Steven Spielberg rodó La Lista de Schindler y desde ese mismo momento el barrio de kazimierz, que durante 45 años había sido ignorado, había permanecido en completo abandono, se convirtió en noticia, en una curiosidad, surgió de sus cenizas y derivó en un objeto de deseo turístico. Miles de visitantes quisieron conocer el escenario donde transcurre la oscarizada película. Poco importaba que kazimierz nunca hubiese sido un guetto y los hechos narrados en el film hubiesen sucedido en la fábrica del propio Oscar Schindler en Pedgórze, el verdadero guetho donde sí fueron confinado los 65.000 judíos que antes de Hitler vivian en la ciudad y que sumaban el 25% del total de la población de la antigua capital polaca.
En Cracovia, la ciudad más hermosa de Polonia y una de las más interesantes de Europa, el rey Casimiro III fundó en 1335 Kazimierz entre la colina Wawel, que presiden el majestuoso castillo y la imponente catedral de Cracovia, y el Wisla o Vístula, el soberbio río que atraviesa Polonia desde su nacimiento en la vertiente septentrional de los Cárpatos, o Trata en su acepción local, hasta la ciudad báltica de Gdansk, la antigua Danzing. Pese al amparo y protección prestados por este rey, apodado el Grande, a los judíos, a los que acogió en su reino y les otorgó amplios privilegios, Kazimierz no nació como un hábitat judío sino cristiano. De hecho, los judíos no se instalaron en él hasta finales del siglo XV cuando fueron expulsados de Cracovia.
En Kazimierz cohabitaron judíos y cristianos durante cinco siglos, a veces en inestable equilibrio y las más en tolerante y armónica confraternización. La vida de la comunidad judía se desarrolló en la zona conocida como Oppidum Judaeorum, que ocupaba sólo el quince por ciento de la extensión del barrio pero aglutinaba cerca de la mitad de sus habitantes. Sus talmudistas, cabalistas, médicos, profesores llegaron a ser el centro de la vida intelectual y cultural de la importante comunidad judía polaca, la más numerosa entre todas las que habitaban en Europa e integrada por más de un millón de personas. Una comunidad muy influyente en lo económico y en lo cultural durante siglos.
Pese a su influencia y pese a la buena convivencia con los cristianos, los judíos sufrieron rechazos, humillaciones y progromos hasta que los Hausburgos hicieron una nueva constitución para el Imperio Austriaco en la que se garantizó a los judíos todos sus derechos civiles. Fue esta la ocasión propicia para la que los judíos ricos, acomodados e intelectuales abandonaron las saturadas calles de kazimierz, que en 1792 había perdido su estatus como ciudad independiente y se había convertido en un distrito más de Cracovia. El éxodo de los más pudientes ha permitido que el barrio se haya conservado como en el siglo XVIII. Todavía perdura en él una atmósfera antigua, un aire evocador de tiempos pretéritos que permiten imaginar cómo era un auténtico barrio judío, incluso un típico Schtetl, tan característico y familiar en Galitzia, en la cherta ucraniana, en Chequia, en Bielorrusia o en Lithuania: pequeños guetos ocupados por los más ortodoxos y los más pobres, verdaderos proletarios de la Comunidad hebrea que hablaban yidish y seguían al pie de la letra las enseñanzas de la Torá.
Pese a todos estos movimientos, en kazimierz pervivió el mestizaje religioso, étnico y cultural. Como un símbolo de esa buena relación, las iglesias góticas del Corpus Christi y Santa Catalina y seis sinagogas comparten espacio. Esa mezcla, esa convivencia era todavía palpable cuando los nazis se adueñaron del país. La misma evitó que los alemanes convirtieran el barrio en un gueto aunque no impidió que Podgórze lo fuese, ni que concentraran allí a todos los que vivían en kazimierz, desde donde fueron conducidos a los campos de concentración, en especial al cercano Auschwitz-Bikernau.
Al término de la Segunda Guerra Mundial, en kazimierz ya no quedaba rastro de vida judía, ni su floklore ni su tipismo, ni siquiera un solo miembro de la que fue una comunidad tan floreciente. Durante la época comunista, kazimierz fue un barrio olvidado. Las autoridades vivían de espaldas al mismo, no querían ni oír hablar de la sensible “cuestión judía”. Prefirieron un barrio abandonado, sucio, inseguro, refugio de gente de mal vivir antes que encarar la cuestión. Una cuestión que delataban las huellas que permanecían vivas en sus edificios, en las sinagogas que como un milagro sobrevivieron la guerra en mejor o peor estado. Hoy sólo dos son lugar de culto israelita. El resto son museos. En un pequeño espacio, entre las calles Józefa, Miodows, Bozego Cala y Starowislna se encuentran los edificios de los que fueron las Sinagoga Vieja, Alta, Pepper, Kupa, Izaak, Tempel y Remuh, a cuyo costado descansa el cementerio del mismo nombre establecido en 1535, que, junto con el del barrio Josefov de Praga, es el más interesante y mejor conservados de todos los cementerios hebreos de Centro o Este de Europa.
El abandono de kazimierz terminó con la llegada de Spilberg. Desde entonces, kazimierz vive un renacimiento. Se ha convertido en un barrio de moda, bohemio, vibrante, lleno de cafés, bares, restaurantes. Se están restaurando sus humildes casas y es un lugar perfecto para pasar una tarde o para cenar entre turistas, curiosos y judíos ortodoxos norteamericanos. Pero la herencia cultural judía practicamente ha desapareceido .En Cracovia quedan solo 250 judios.
Fuente : El Imparcial.es - Isabel Sagües
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