La familia Bigio |
La
propiedad tiene hoy el mismo aspecto destartalado y polvoriento de la
mayor parte de las fábricas en Egipto. Camionetas con máquinas
expendedoras de Coca-Cola entran y salen del garaje mientras que Ashraf, el bigotudo jefe de seguridad del recinto,
se relaja con un té a las puertas de la empresa. Sólo lleva cinco años
trabajando allí, pero está al corriente del contencioso. «Sí, sí, la
historia del 'yehudi'».
El
«yehudi» es el judío, Refael Bigio, un egipcio que lleva 28 años
litigando por las propiedades que fueron nacionalizadas a su familia en
1962 durante la época del panarabista, Gamal Abdel Nasser, y que hoy ocupa el gigante de la chispa de la vida.
Los Bigio, como gran parte de los judíos egipcios, lo perdieron todo en
los años 60, sufrieron el exilio y abandonaron el país arruinados y con
estatus de refugiados.
De la pequeña pero vibrante comunidad de más de 70.000 judíos que vivían en Egipto cuando Refael era niño, apenas quedan hoy un puñado de viudas octogenarias, discretas cual fantasmas.
Las solitarias sinagogas de El Cairo o Alejandría, fuertemente
custodiadas por la policía, se erigen como símbolos de un pasado que no
tiene cabida en este presente.
La
primera guerra árabe-israelí de 1948 pero, sobre todo, el conflicto del
Canal de Suez de 1956, en el que Egipto se enfrentó a Francia, Gran
Bretaña e Israel, complicaron la vida de los judíos en el país del Nilo.
Cientos de miembros de esta comunidad fueron detenidos, acusados de ser
sionistas y, de acuerdo con una nueva ley, privados de su nacionalidad egipcia. Sus empresas y propiedades fueron nacionalizadas.
«Recuerdo que solían llamar a las puertas de las casas judías en mitad
de la noche, se llevaban al cabeza de familia en pijama y lo metían al
día siguiente en un barco en Alejandría con rumbo a cualquier país
extranjero», rememora Refael por teléfono desde Montreal, adonde llegó
con 21 años y donde aún vive hoy con 67.
Terrenos confiscados
Su
familia había emigrado a Egipto desde Alepo, en Siria, a principios del
siglo XX. El abuelo de Refael prosperó y compró varios terrenos en el
barrio de Heliópolis, entonces en la periferia de El Cairo y hoy
fagocitado por esta inmensa megalópolis de casi 20 millones de personas.
Uno de esos terrenos fue arrendado a Coca-Cola, que construyó allí su primera planta embotelladora del país.
En 1962, las propiedades de la familia, incluidas las áreas donde se
levantaba la fábrica de refrescos y la casa familiar, fueron confiscadas
por el Estado.
La
vivienda sigue en pie, hoy habitada por otra familia. El edificio,
construido en una época de esplendor, mantiene, a pesar de los años, su
majestuosidad. «El balcón de la derecha era el del dormitorio de mis
padres, y en el jardín trasero aún se ve el árbol de guayaba al que me gustaba trepar de niño.
Tengo lágrimas en los ojos». Refael Bigio no puede contener la emoción
al reencontrarse con una imagen de la casa de su infancia que le llega,
gracias a las nuevas tecnologías, desde la misma puerta del edificio.
Tras
la firma de los acuerdos de paz de Camp David entre Egipto e Israel,
Refael viajó a El Cairo para reclamar sus bienes. Su caso pasó 14 años
de tribunal en tribunal en el país árabe, hasta que saltó a Estados
Unidos cuando el gobierno egipcio privatizó la embotelladora y Coca-Cola
adquirió la propiedad, «a pesar de que sabían que los terrenos habían sido confiscados ilegalmente»,
explica Refael. La familia lleva otros 14 años litigando en Estados
Unidos contra Coca-Cola Internacional, un proceso «extremadamente caro,
porque nosotros somos una familia y ellos son un gigante», reconoce este
David al que, no obstante, le sobra determinación para batallar contra
su particular Goliat. Incansables, este mes, los Bigio han vuelto a la
carga.
Pero
toda la energía que Refael derrocha para explicar su caso, se torna en
una amarga melancolía cuando habla sobre su vida en Egipto. «Algunos
judíos recuerdan buenos tiempos en Egipto. En mi generación lo pasamos
mal, y yo sólo guardo recuerdos deprimentes», reconoce.
Ni sus hijos ni sus nietos conocen a tierra que fue su cuna y sólo le
queda un amigo en el país. Y un largo pleito que se ha ido apagando como
la memoria de los judíos egipcios.
Fuente:abc.es
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