Ariel Sharon ha sido una de las figuras más míticas del Israel moderno, y el político más relevante
en la época más trascendental de los últimos tiempos: la Segunda
Intifada. Durante los años plomizos de hombres bomba, acoso mediático y
aislamiento internacional, Arik –es una costumbre hecha ley que la mayoría de los israelíes tengan diminutivo, en el libro Start Up Nation se explica muy bien– lideró el país y se fue al coma habiendo dejado un Israel más seguro y próspero.
Sharon deja su huella en la historia por varias razones. La más importante, pero quizás también la menos reseñada, es que fue uno de los genios militares absolutos
de Israel; consecuentemente, siguió las mismas etapas que la mayoría de
líderes que han llegado a lo más alto del poder en el Estado judío:
carrera militar brillante, universidad, salto a la política, polémica
tras polémica y, en el último acto, un final trágico.
Pero Sharón fue, también, el Satán idealizado -es un
decir- no sólo por los antiisraelíes de todos los colores, también por
casi toda la opinión pública mundial, y a la cabeza de ella el
movimiento antiglobalización, que ha ido siempre de la mano de la causa
palestina. Su demonización justificó todos los desmanes y despropósitos
posibles contra su figura y contra el Estado de Israel. En España es ya
tristemente célebre la portada de la revista de sátira política El Jueves en la que Sharón aparecía caracterizado con nariz de cerdo y una esvástica.
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Dejando de lado cómo le endosaron la etiqueta de nazi, la deformación animal usada también con Sharon por periódicos de todo el mundo es una característica clásica de las viñetas antisemitas. Contra Sharón todo valía en
aquellos años. Sharón, pues, para muchos será siempre ese hombre obeso,
con pinta de carnicero, sediento de sangre de palestinos. El judío comeniños que una noche vendrá a llevarse a nuestros pequeños.
La deformación de su figura respondía principalmente a que Sharón era
el enemigo perfecto: un judío nacido en el Mandato Británico que
llevaba empuñando armas desde los 14 años para defenderse y que desde
que fue adquiriendo poder dejó claro que acabaría con todo aquel que
quisiera acabar con Israel. Desgraciadamente, para la mayoría de las
conciencias occidentales, el judío que sigue resultando simpático es el
que murió en las cámaras de gas y no el que cruzaba las fronteras
durante la noche para responder a los ataques de los fedayines. Y es que
con unos imberbes 19 años Arik ya se encargaba de demostrar que eso del
sionismo era, entre otras cosas, acabar con el daño gratis a los judíos y, en consecuencia, responder a todos los ataques.
En la Guerra de la Independencia, con tan solo 20 años, la misma edad
con la que muchos estamos entre libros, borracheras, amoríos y
creyéndonos inmortales, Sharón ya era comandante de la brigada
Alexandroni, encargada de defender Latrún. Hoy, en la vieja fortaleza
pueden verse los balazos que como cicatrices recuerdan una de las
trifulcas más encarnizadas de esa guerra. Sharón fue herido en la ingle,
en el estómago y en el pie, y perdió 139 hombres, pero una vez
recuperado ascendió a comandante de compañía en la unidad de
reconocimiento de los legendarios Golani, y terminada la guerra el
mismísimo Ben Gurion le pidió que liderara la unidad 101, encargada de las operaciones de represalia por los ataques de los fedayines palestinos.
En la Guerra del Canal de Suez, en 1956, al mando de una brigada de
paracaidistas, entonces llamada unidad 202, tomó el paso de Mitla
después de un arriesgado ataque, no autorizado por el mando central, en
el que los paracaidistas israelíes derrotaron, bajo el fuego de los
Mig-15, a la primera y segunda brigada de la cuarta división del
ejército acorazado egipcio –sobre esta toma ese creador de sionistas
llamado Leon Uris escribió una trepidante novela, El paso de Mitla, bastante recomendable para añadir a la lectura de Mila 18 y Exodus–. El presidente egipcio, Gamal Abdel Nasser,
diría que cuando paracaidistas israelíes cayeran sobre suelo egipcio,
las serpientes volarían. Desde entonces, la insignia de los
paracaidistas israelíes es una serpiente con alas.
Tras su insubordinación en Mitla, y a pesar de la victoria, se frenó
su carrera militar. No obstante, en la Guerra de los Seis Días Isaac
Rabín, como jefe del Estado Mayor, le pide al León de Dios –que es el significado de Ariel
en hebreo– que se dirija al Sinaí con una división acorazada para ganar
la batalla de Abu Ageila, en la cual, según la Unidad de Doctrina y
Entrenamiento del Ejército norteamericano, se utilizaron tácticas y
estrategias innovadoras y únicas hasta el momento. Después del
aplastante éxito israelí en junio de 1967, Sharón fue ascendido a líder
del mando militar en el sur. Arik vigilaba que el enemigo egipcio no
intentara de nuevo echar a los judíos al mar. El periodista francés Jean
Learteguy entrevistó a Sharon para su libro Las murallas de Israel, y este le dejó claro el porqué del éxito de los israelíes en las guerras contra los vecinos árabes:
En el ejército de Israel los comandantes vamos primero y dirigimos a nuestros hombres, no nos quedamos en la retaguardia dando órdenes.
En julio de 1973, con una carrera militar que rozaba el calificativo
de legendaria, Sharon da el salto a la política. Pese a haber nacido en
un kibutz de socialistas, en un entorno donde el Mapai de Ben
Gurión era un voto en un sobre cerrado, ingresa en las filas de Herut,
predecesor del actual Likud. Un inicio breve, un suspiro, ya que en
octubre Egipto y Siria lanzan un ataque sorpresa contra Israel en pleno
Yom Kipur. El León de Dios fue llamado a cumplir con su deber y
se puso al mando de una división acorazada de reservistas. Según cuenta
Uriel Dan en la biografía que escribió de Sharon, Zeev Amit, el
comandante de la reserva en las primeras horas de una guerra que hacía
temer lo peor, preguntó a Arik: "¿Cómo vamos a salir de esto?". A lo que
éste contestó: "¿No lo sabes? Cruzaremos el Canal de Suez y allí
terminará la guerra". Efectivamente, consiguió llevar sus tanques a cien
kilómetros de El Cairo. En el tercer día de la guerra, Moshé Dayán,
entonces ministro de Defensa, diría de Sharon:
Si conozco bien a Arik, seguro que se dirige hasta El Cairo e intenta obtener votos para el Likud.
En política, ciertamente, fue también un gran estratega. En un breve espacio de tiempo, antes de que Beguin
le hiciera ministro de Agricultura, ganó un escaño, dimitió del mismo,
intentó primero liderar el bloque liberal dentro del Likud, se fue del
partido, creó uno nuevo, Shlomtzion, y posteriormente lo unió al Likud
para llegar más reforzado a la coalición de centroderecha. Arik se hizo
eco de la cita de Churchill que reza que la política es la continuación
de la guerra por otros medios. No obstante, las grandes manchas de su
expediente se generan cuando Sharón ostenta cargos políticos.
Durante su mandato como ministro de Agricultura, las colonias judías
doblaron su crecimiento en Gaza y Cisjordania. Es en 1982 concretamente
cuando Menahem Beguin –quien como comandante del Irgún fue su rival
durante el Mandato Británico– le designa ministro de Defensa. El 18 de
septiembre, cuando los medios filman e informan sobre lo que ha sucedido
en Sabra y Chatila, es el comienzo de la verdadera leyenda negra sobre Ariel Sharón.
Beguin, que después de haber mermado la amenaza nuclear iraquí y de
haber hecho la paz con Egipto estaba en la cima del éxito político –es
menester recordar que el encargado de sacar a punta de fusil a los
colonos judíos establecidos en el Sinaí fue Sharón–, decidió acabar la
tarea y frenar los ataques que la OLP lanzaba desde el Líbano a Israel
y, de paso, inmiscuirse en la guerra civil libanesa y colocar un
Gobierno cristiano amigo en Beirut. Bajo el mando de Sharón, pues,
comenzó la operación Paz para Galilea y la primera guerra de Líbano.
Aunque Beguin declaró públicamente que las fuerzas israelíes no
sobrepasarían más allá de 40 kilómetros de la frontera con el Líbano,
Arik ordenó tomar posiciones como la ciudad de Jezzine, acabar con las
defensas antiaéreas sirias, derribar 30 de los cazas de Hafez al Asad
(padre y predecesor del actual dictador sirio) y finalmente tomar Beirut
y forzar la evacuación de más de 14.000 miembros de la OLP, incluido
Arafat. Tras la invasión israelí, el líder maronita y aliado de Israel
Bashir Guemayel, y también presidente electo del País del Cedro, es
asesinado en un atentado junto a 26 personas más. El mundo entero,
incluido Sharón, acusa a los terroristas de la OLP del ataque. En 1988
el FBI apuntó al Partido Nacional Socialista Sirio como responsable.
Guemayel, dos semanas antes de ser asesinado, promete a Beguin que
establecerá relaciones diplomáticas con Israel y pide específicamente a
David Kimche, antiguo espía del Mosad y entonces director general del
Ministerio israelí de Exteriores:
Por favor, diga a su pueblo que sea paciente. Me he comprometido a firmar la paz con Israel, y voy a hacerlo. Pero necesito tiempo: nueve meses, máximo un año. Tengo que arreglar mis relaciones con los países árabes, especialmente con Arabia Saudí, para que el Líbano pueda volver a desempeñar un papel central en la economía de Oriente Medio.
Elie Hubeika, sucesor de Guemayel como líder de las falanges
libanesas, sediento de venganza, quiere entrar en los campos de
refugiados palestinos de Sabra y Chatila en busca de los terroristas que
supuestamente habían perpetrado el atentado. El ejército israelí, que
se apostaba fuera de los campos, no intervino. Incluso, durante la
noche, lanzó bengalas para que los falangistas tuvieran visibilidad. En
la excepcional película Vals con Bashir, del documentalista israelí Ari Folman –que presenció los hechos in situ,
en su condición de militar israelí–, obtenemos instantáneas tenebrosas e
inquietantes de lo que sucedió, y a un Sharón que no prestó interés a
lo que los falangistas planeaban y querían. Fueron asesinados entre 800 y
2.000 palestinos, incluyendo mujeres y niños.
Sabra y Chatila supuso también un terremoto político en Israel. La Comisión Kahan, creada ad hoc
para investigar lo ocurrido, consideró al Ejército indirectamente
responsable de la masacre y a Ariel Sharón responsable por ignorar los
deseos de venganza de los falangistas y no tomar medidas para prevenir
la matanza. La organización Paz Ahora convocó una manifestación que
congregó a 400. 000 personas –en un país de apenas cinco millones–. A
Sharón le costó la cartera de Defensa, pero Beguin le mantuvo como
ministro sin cartera. Fue un duro golpe para ambos. El último en la
lucha de Beguin, pero no en la de Sharón, al que todavía le quedaba
historia que escribir.
En 1984 fue nombrado ministro de Comercio e Industria; y en 1990,
ministro de Vivienda. Durante el Gobierno de Isaac Shamir, intentó
arrebatar a éste la jefatura del Likud. Cuando Netanyahu llegó al poder
en el 96, Arik fue ministro de Fomento y luego de Exteriores. El león
seguía rugiendo.
Tras las fallidas negociaciones de Camp David II, llegó su momento.
El 28 de septiembre de 2000, escoltado por más de mil policías, visitó
el Monte del Templo en Jerusalén, donde están el Domo de la Roca y la
Mezquita de Al Aqsa. La visita fue autorizada por Yibril Rayub, jefe de
Seguridad palestino en Cisjordania. Además, la Segunda Intifada, según
nos contó Marcos Aguinis en uno de sus perdurables artículos, "El alzhéimer del pueblo palestino",
comenzó un día antes, contra el Gobierno de Ehud Barak. No importaba.
Sharón era responsable de todo. La demencial lógica occidental adujo,
durante esos ominosos años, que la visita de un político opositor a un
lugar en disputa había desencadenado ataques suicidas por todo el país, y
que el político, por tanto, era el único responsable de todo. Trasladar
esta lógica, esta justificación del terrorismo, a otros conflictos
activos por el mundo da vértigo. Pero, una vez más, contra Sharón e
Israel todo valía.
Indudablemente, tras el colapso del Gobierno de Ehud Barak, el Likud
de Sharón se alzó con la victoria en las elecciones de febrero de 2001.
El león se proponía entonces frenar la oleada de ataques terroristas más
brutal de la historia del conflicto. Y lo hizo. El Ejército israelí
diezmó a las Brigadas de los Mártires del Al Aqsa, a la Yihad Islámica
Palestina y a Hamás en Cisjordania. El Ejército israelí, tras un Pésaj
sangriento, lanzó la operación Escudo Defensivo en 2002. Durante la
batalla de Yenín, la retórica volvió a ser completamente gratuita. La
loca comparación de Yenín con Auschwitz vino primero; luego, ante el
desescombro de cadáveres, la comparación descendió hasta el Gueto de
Varsovia. Posteriormente, tras las cifras publicadas por la nada
proisraelí y nada sospechosa Human Rights Watch, llegó el silencio: 52
palestinos, la mayoría arma en mano, y 13 soldados israelíes. Era una
batalla, no un genocidio. No obstante, ahí están las hemerotecas y ahí
seguirán las palabras de los infames miopes: esos que ven genocidio en
Yenín y no en Homs o Alepo.
A la política de asesinatos selectivos –que acabó, entre
otros, con Ahmed Yasín, líder espiritual y fundador de Hamás– le siguió
la medida más efectiva contra los ataques suicidas: la valla de
seguridad en Cisjordania. Cuando Arik cayó en coma, en 2006, los
atentados suicidas eran ya improbables.
Sharón, una vez acabada la Segunda Intifada y con Arafat fuera de
escena, decidió dar el siguiente paso, el cual era impopular para su
partido y para su Gobierno: hacer un Estado palestino
unilateralmente. Después de negociar infructuosamente con Mahmud Abás
para aplicar la Hoja de Ruta creada por el famoso Cuarteto (EEUU, UE,
ONU y Rusia), Sharón decidió sacar hasta el último israelí de Gaza y dar
las llaves a la Autoridad Nacional Palestina de Abás. Las famosas
imágenes de la Policía y el Ejército israelíes evacuando a los colonos
llegaron hasta el Premio Pulitzer. Posteriormente, los israelíes vieron cómo los hombres de Hamás y Fatah, que dos años más tarde se masacrarían
entre sí para hacerse con el control de la Franja, quemaban las
sinagogas y saqueaban los invernaderos. Natan Sharansky, disidente
soviético y actual director de la Agencia Judía, dimitió del gabinete de
Sharón. El Likud en bloque estaba en contra de la desconexión de Gaza.
Por ello, Sharón cambió de estrategia y creó un nuevo partido, Kadima,
llevándose a sus fieles y añadiendo a viejas glorias del laborismo como
Simón Peres. Fue una jugada maestra, en la que el golpe final era una
desconexión unilateral de la mayor parte de Cisjordania. Una vez más,
Arik ganó la batalla.
Como declararía ante Abás y ante el rey Abdalá de Jordania en junio de 2003:
Entendemos la importancia de la contigüidad territorial en Cisjordania para un Estado palestino viable.
Un mes antes de dicha cumbre, su Gobierno aprobaba la aplicación de
la Hoja de Ruta y Arik hacía ver a los israelíes la cruda realidad:
Puede que la palabra no os guste, pero lo que está ocurriendo es una ocupación de 3,5 millones de palestinos. Creo que es algo terrible para Israel y para los palestinos.
Pero en enero de 2006 el león recibió un ataque del que no ha podido
recuperarse, pero sí resistir por más de 8 años: un derrame cerebral. No
pudo ver terminada su obra de salir de Cisjordania y forzar a los
palestinos a administrar un territorio. Kadima está ahora prácticamente
desaparecido, y la idea de desmontar las colonias unilateralmente está a
todas luces fuera de los planes del actual Gobierno. La estrategia de
Sharón murió con él. Además, tras la desconexión de Gaza, la Franja se
ha convertido en una lanzadera de misiles contra los civiles israelíes.
Sin embargo, uno de sus grandes legados es que los ataques suicidas son
hoy imposibles en Israel.
Según la encuesta que hizo el Yediot Aharonot en 2005, el
periódico de más tirada en Israel, Arik es el octavo israelí más grande
de todos los tiempos. Con el último rugido del León, todos los padres
fundadores del Israel moderno son ya pasto de los museos, de las
celebraciones y de los libros de historia. Sharón era miembro de una
generación que hizo posible, en palabras de Josep Pla, "uno de los
acontecimientos más extraordinarios de la historia": el nacimiento del
Estado de Israel.
De esa mítica generación de líderes sionistas ya sólo queda Simón
Peres, que todo parece indicar se irá con las botas puestas. Gracias a
David ben Gurión, Menahem Beguin o Ariel Sharón, el mismo Peres
pronunció estas palabras en el Día del Holocausto del año 2012:
Fuente:libertaddigital.comEl Estado que hemos creado ha superado todos nuestros sueños.
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