Su nombre también se relaciona con las muertes en los campos de refugiados de Sabra y Shatila, durante la operación militar israelí del Líbano en 1982. Tuvo que dimitir como ministro de Defensa a pesar de que la responsable de las muertes fue la milicia cristiana de la Falange Libanesa, que actuó en respuesta a la masacre de Damour a manos de milicianos de la OLP en 1976. Una investigación israelí consideró que Sharon no previno la operación en los campos de refugiados palestinos. Siendo líder de la oposición israelí, en el año 2000 una visita suya a la Explanada de las Mezquitas de Jerusalén desencadenó el estallido de la Segunda Intifada palestina. Fueron unos años de constantes atentados terroristas y mucho dolor. Su carácter fuerte y seguro y su objetivo de defender a su país por encima de todo ganaron la confianza de los israelíes, que le eligieron primer ministro entre 2001 hasta 2006. Y precisamente en este periodo tomó otra decisión polémica, dura y muy difícil para Israel: la desconexión de Gaza en 2005. Le costó críticas y una fuerte oposición, pero tenía claro que para mantener un Israel unido y judío había que abandonar parte de los territorios conquistados en la guerra del 67. Nadie hasta entonces se había atrevido a tocar la política de la colonización para desmantelar asentamientos.
Fundó
su propio partido, Kadima, mientras proyectaba otras retiradas de
Cisjordania. Su gran proyecto era fijar las fronteras de Israel. Dicen
que su plan habría podido cambiar el rumbo del conflicto
israelí-palestino si el destino le hubiera dado tiempo. Pero una
hemorragia cerebral le dejó postrado en la cama de su residencia del
desierto del Neguev. Un final lento y reposado para un hombre de acción y
fuertes convicciones. Un hombre que evolucionó durante su vida y que
fue valiente en la guerra y en la paz. Dos conceptos que parecen
antagónicos pero, como dice una expresión israelí, «los hombres de
guerra son los que pueden hacer la paz».
Isaac Querub
*Presidente de la Federación de las Comunidades Judías de España
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