En una entrevista a David Grossman publicada en uno de los últimos dominicales de El País puntualizaba el escritor israelí que “desde 1967, quien dicta la agenda y se beneficia de los presupuestos (en Israel) son la derecha y los colonos, un pequeño grupo devoto que ha secuestrado una nación entera y confiscado nuestro futuro”. Aunque puede haber un cierto porcentaje de exageración en el comentario, hay sobrados motivos para sospechar que dos tercios del mismo coinciden con la realidad de lo que viene sucediendo en Israel durante los últimos cuarenta años. O sea, cuando la tercera gran oleada de inmigrantes judíos procedentes de Rusia (entonces Unión Soviética), Magreb y Yemen vinieron a multiplicar el poblamiento del territorio del Estado, dando nacimiento al segundo Israel; de cuyo seno brotaría el Partido Shas o baluarte de la corriente integrista que hoy apoya a la coalición de gobierno encabezada por Netanyahu.
Se le atribuye, precisamente, al actual primer ministro un comentario de última cosecha, al referirse a que la política del Estado de Israel en la ciudad de Jerusalén sigue siendo la misma, si no desde 1948-49, sí al menos desde la guerra relámpago de 1967 que abatió a una coalición de tropas árabe y dio lugar a la ocupación de Gaza y Cisjordania por las fuerzas judías. No es gratuito rememorar que desde entonces, encadenándose un fracaso de reconciliación tras otro, hasta llegar a la disolución de los principios de acuerdo convenidos en Wye Plantation (octubre, 1998), el contencioso palestino (luego, árabe-israelí) no ha sufrido sino abortos ad nauseam. No sólo parecieron resignadas al fracaso las administraciones republicanas de Reagan y del tándem familiar de los Bush, sino que tampoco el Partido Demócrata -algo más activo en la resolución del Conflicto por excelencia en Oriente Próximo-Medio- correría con más suerte… hasta la fecha.
Y es que cuando un conflicto armado adquiere estado de naturaleza, la tendencia generalizada que registra aquél apunta siempre a un progresivo endurecimiento de posiciones en las partes enfrentadas. Tal es el valor confirmativo del paradigma que se está considerando.
Podríamos especular con la hipótesis de que el anuncio por parte de Tel Aviv, de una política de construcción de viviendas en el este de Jerusalén fue calculado en vísperas de la votación que ha dado la victoria (pendiente de ratificación senatorial) al presidente Obama en el tema de la reforma médico-sanitaria. A mayor zozobra o amenaza procedente del interior, más probabilidades de sacar partido del pulso que mantienen Obama y Netanyahu desde hace aproximadamente un año, más tenso que nunca antes luego de la última visita del líder del Likud a Washington D.C..
Con este trasfondo, se puede entender mejor el revuelo que el comportamiento israelí en el dossier Jerusalén ha suscitado en la Secretaría de Estado que detenta Hillary R. Clinton y en la reunión que el Cuarteto (más desafinado que de costumbre) celebró en Moscú recientemente.
En el pulso de marras, Obama podría tentar la buena estrella, y con el respaldo que le confiriera la aprobación senatorial del Medicare Act, apostar a fondo por desencadenar la crisis del gobierno Netanyahu y sus aliados ultra-ortodoxos. Esta crisis abriría las puertas del gobierno israelí al Partido Kadima, de perfil conservador-liberal por matizarlo con esta apostilla provisional, en detrimento del Shas. Por su parte, las posiciones más negociadoras de la Autoridad Nacional Palestina (ANP) encontrarían vía despejada para reanudar un proceso de paz que -desde Oslo y Gaza- no ha conocido sino tropiezos, no siempre atribuibles al ala conservadora (Likud) y fundamentalista (Shas) de Israel, sino también a las fracturas internas que descabalan la operatividad de la ANP al haber perdido ascendiente y robustecer, por defección, al ala radical del irredentismo palestino (Hamás).
La paranoia que estructura el estado de ánimo israelí, podría especular con la amenaza nuclear del Irán de Ahmadineyad para intentar inyectar de esta manera una dosis de cautela (pro-israelí) en el proceso político reanudado por Hillary R. Clinton, favorable a la coexistencia de dos Estados en Israel-Palestina. Un proceso que Obama está resuelto a llevar a cabo; aunque Netanyahu -atrapado en la ratonera de la ultra-ortodoxia judaica- parezca no cejar en su política edilicia en Jerusalén este.
Hagamos votos para que la cordura universal, por una vez, se imponga en la ciudad tres veces santa y, por difusión contagiosa, en todo Israel.
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