Este mes, hace 65 años, el escritor Jorge Semprún, ex ministro de Cultura, y otros miles de personas fueron liberados de Buchenwald, uno de los campo de concentración nazi (y después estalinista). Los dos primeros americanos que llegaron a la entrada de Buchenwald, con el Tercer Ejército de general Patton, eran, en una maravillosa ironía de la historia, dos combatientes judíos de filiación germánica.
De aquí a unos años desaparecerán todos los testigos del Holocausto y solo quedarán los escritos y libros de los supervivientes. El historiador Peter Longerich no es una de estas personas, pero acaba de aparecer en inglés el aclamado libro que publicó en alemán en 1998, con mucha información nueva, en particular de los archivos de los años 30 de la Asociación Central de Ciudadanos Alemanes de la Fe Judía encontrados durante los años 90 después de haber estado durante años olvidados en Moscu.
El mágnum opus de Longerich, Holocaust: The Nazi Persecution and Murder of the Jews (“El Holocausto: La persecución y asesinato nazi de los judíos”), publicado por Oxford University Press, rompe con la llamada “perpetrator research” (investigación sobre los responsables) dividida en dos escuelas, una los “intencionalists” (intencionalistas), quienes enfocan sus investigaciones sobre las intenciones y objetivos de Hitler, y los “structuralists” (estructuralistas) que enfatizan la importancia del aparato burocrático de los Nazis y su proceso de exterminación descontrolado. El autor adopta un punto de vista mucho más largo que abarca, básicamente, desde 1933 hasta 1945 y no unos meses durante los que se tomaron las decisiones clave, y que se define como Judenpolitik (políticas en contra de los judíos).
La “solución final” era la culminación de un complejo proceso que, desde su inicio, contó con el apoyo de significativas capas de la población alemana, y cuya implementación en los países bajo control Nazi también necesitaba apoyo local. Longerich enmarca el anti-semitismo dentro del movimiento llamado Völkisch de renovar las bases del nacionalismo alemán después de la humillante derrota en la Primera Guerra Mundial. Los judíos no fueron considerados parte de la comunidad alemana por su cultura diferente y ascendencia ajena. En el centro de esta política residía la creencia de que Alemania podía resolver sus problemas con un “nuevo orden racial.”
Las 435 páginas del libro, 136 páginas de notas y una amplia bibliografía, marcan un hito en la literatura sobre esta tragedia. Las primeras medidas anti-semíticas fueron tomadas en 1933 por el primer gobierno del partido Nacionalsocialista cuando los judíos empezaron a ser desplazados de la vida pública. Antes, en 1930, el Ostdeutscher Beobachter, el órgano oficial de los Nacionalsocialistas, declaro: “los Nacionalsocialistas no pueden permitir de ninguna manera que la sangre racialmente inferior y en consecuencia las condiciones espirituales inferiores, se infiltren una vez más en el cuerpo de la nación. Las madres de esos bastardos deben ser esterilizadas”.
Después de 1936, los judíos que necesitaban asistencia social fueron tratados aparte, con áreas reservadas para ellos en las oficinas de la seguridad social y centros segregados. Los médicos empezaron a cooperar con la política demográfica de prohibir a las mujeres con “características hereditarias negativas” tener hijos y cada asignatura en el sistema educativo recibió un sesgo antisemita y progermano. Luego, la guerra contra la Unión Soviética fue concebida como una campaña de dominación racial y de exterminación a través del trabajo (Buchenwald no era un campo de exterminación directo, con selección permanente para el envío a las cámaras de gas, pero sí un campo de trabajo forzado).
En enero del 1942, poco después de la entrada de los Estados Unidos en la guerra, en el suburbio berlinés de Wannsee, 15 Nazis se reunieron para analizar, con copas de coñac en el mano, la mejor estrategia para el genocidio de unos 11 millones de judíos no sólo en los países bajo su control sino también en Turquía, Reino Unido, Suecia, Irlanda, Portugal y España. El protocolo de esta conferencia es escalofriante. Seis millones de judíos murieron, y unos 10.000 españoles, que tras ser derrotados en la Guerra Civil huyeron a Francia y fueron a caer en alguno de los campos de concentración (Semprún cayó en Buchenwald en otras circunstancias).
Como dijo Semprún en la ceremonia conmemorativa de la liberación de Buchenwald, cuando todos los testigos hayan desaparecido, permanecerá todavía viva la memoria judía y libros extraordinarios, de hechos y no de ficción, como el de Longerich.
WILLIAM CHISLETT es periodista y escritor. Fue corresponsal de The Times de Londres en España (1975-78) y luego del Financial Times en México (1978-84). Ha escrito 20 libros sobre varios países y es colaborador habitual del Real Instituto Elcano.Fuente : elimparcial.es
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