Muchos israelíes, y muchos amigos de Israel en Occidente, creen que es algo a admirar el desigual acuerdo que pone en libertad a más de un millar de presos palestinos –incluyendo varios cientos de terroristas que cumplen cadena perpetua por asesinato– a cambio de Gilad Shalit, un soldado israelí secuestrado por Hamás en el año 2006 y sin comunicación con el mundo exterior prácticamente desde entonces.
Según un sondeo publicado el lunes, el 79 por ciento de la opinión pública israelí aprueba el intercambio, con sólo el 14 por ciento en contra. Cuando el Primer Ministro Benjamin Netanyahu anunció el acuerdo la pasada semana, lo describió como prueba de que "la nación de Israel es un pueblo único; somos mutuamente responsables unos de otros". En un editorial, The Wall Street Journal plasma una opinión popular al explicar que la disposición de Israel a pagar un precio tan alto por la libertad de Shalit "es testimonio de sus valores nacionales y religiosos, con hincapié en la obligación de liberar a los cautivos".
Israel es célebre por su compromiso inflexible de no abandonar nunca a sus soldados capturados o cautivos. En un país en el que prácticamente cada familia tiene parientes en el ejército, la angustia de la familia Shalit –cuyo hijo tenía sólo 19 años cuando terroristas de Hamás cruzaron la frontera desde Gaza y le capturaron– fue una pesadilla con la que todos los israelíes pudieron empatizar. A lo largo de todo el espectro político con frecuencia volátil de Israel, el deseo de la devolución de Shalit fue universal y encarecido.
Pero ésta no es forma de devolverle a casa.
En virtud del acuerdo que ha aceptado Netanyahu, Hamás libera a Shalit hoy; simultáneamente Israel libera a una primera oleada de 477 presos palestinos. Un segundo grupo, todavía mayor, quedará en libertad dentro de dos meses.
¿Quiénes son exactamente estos reos? Incluyen a los autores materiales de algunos de los atentados terroristas más asquerosos de los últimos años: asesinos brutales como Abd al-Aziz Salehi, que mostró alegremente sus manos manchadas de sangre a una entregada multitud en el año 2000 en Ramala tras linchar a dos israelíes y mutilar los cadáveres. Como Ibrahim Yunis, el cerebro del atentado de la cafetería de 2003 que dejó siete muertos, incluyendo un médico estadounidense y su hija de veinte años la víspera de su boda. Como Ahlam Tamimi, una famosa de la televisión palestina que hace gala de su papel a la hora de organizar el atentado en 2001 de la pizzería Sbarro's en el centro de Jerusalén, en el que perdieron la vida 15 personas, siete de ellas niños.
Dar lectura a las descripciones de los presos dadas a conocer es recordar en grotesco detalle la brutalidad impenitente de los peores enemigos de Israel, y los horrores que están dispuestos a cometer en su apuesta por destruir al estado judío. También es recordar que Israel ha hecho esto antes y que los resultados han sido invariablemente ruinosos.
Una y otra vez Israel ha accedido a poner en libertad a cientos de terroristas violentos con el fin de recuperar a uno o a dos o tres soldados israelíes capturados. Y una y otra vez lo ha hecho sabiendo que muchos de los liberados van a volver directamente a intentar matar judíos. Uno de los palestinos puestos en libertad hoy, por ejemplo, es Musab Hashlemon, que tiene 17 cadenas perpetuas por la masacre de Beersheba que planeó en el año 2004. Esa masacre tuvo lugar unos meses después de un intercambio anterior en el que 435 palestinos salieron en libertad – Hashlemon entre ellos–. The Jerusalem Post, citando a la Asociación Almagor de Víctimas del Terrorismo, destacaba la semana pasada que 183 israelíes han perdido la vida desde 2004 en atentados perpetrados por terroristas que con anterioridad habían salido en libertad. ¿Cuántos israelíes más van a morir ahora porque la presión política por llevar a casa a Shalit –a cualquier precio– es más de lo que puede soportar el gobierno israelí?
Hubo un tiempo en el que Netanyahu habría sido el primero en denunciar la liberación colectiva de presos peligrosos. En 2008 criticó la liberación, con el entonces primer ministro Ehud Olmert, de unos 200 presos en régimen de alta seguridad como gesto voluntarista hacia la Autoridad Palestina. "Esta vulneración de una frontera, esta liberación de asesinos, es una maniobra peligrosa en la guerra contra el terror", atronaba Netanyahu en la Knesset. "Esto debilita a Israel y refuerza a los elementos terroristas".
Para Gilad Shalit y sus seres queridos, es un episodio traumático personal terrible que finalmente llega a su fin. Pero su alivio se está comprando a un precio prohibitivo. Para devolver a casa a Shalit, el estado judío ha condenado en la práctica a decenas –o cantidades importantes, centenares incluso– de otras víctimas a muerte. Esto es capitular al terrorismo. Los amigos de Israel deberían de estar decepcionados.
Fuente:libertaddigital.com
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