Las dos primeras fases del complejo proceso electoral egipcio están confirmando lo que algunos nos temíamos y que otros relativizaban: la victoria de los islamistas. Con el agravante de que no sólo ganan los supuestamente moderados –el Partido de la Libertad y la Justicia, nombre aceptable electoralmente de los veteranos Hermanos Musulmanes– sino que en segundo lugar van nada menos que los salafistas, es decir, aquellos a los que ni siquiera los más buenistas son capaces de considerar presentables. Entre unos y otros se llevaron el 60% de los votos en la primera fase de los comicios –el 37% la Hermandad y el 24% el partido salafista Al Nur–, y eso en un país en el que la mayoría de la población se muestra comprometida con el proceso (52% de participación).
En la segunda fase del farragoso proceso electoral que entre noviembre y diciembre ha permitido elegir a los miembros de la cámara baja –y entre enero y marzo completará los escaños de la cámara alta o Shura– no se ha hecho sino confirmar la tendencia, o mejor, agravarla: ahora, con una participación aún mayor (del 67%) los Hermanos Musulmanes han logrado casi idéntico apoyo (del 36,3%) y los salafistas de Al Nur han mejorado incluso sus resultados (28,8%). Ello nos demuestra que dos tercios de los votantes apuestan por el islamismo, incluido el radical, y que aquí no hay el "colchón" laico que los más optimistas presentan cuando hablan de Túnez o Marruecos: en Egipto el tercer partido clasificado ha sido el veterano Wafd, que sólo ha obtenido ahora el 9,6% de los votos emitidos.
Lo que está claro en Egipto es que si de un muro de contención puede hablarse, ése es ya el representado por las Fuerzas Armadas, y en particular por su Consejo Supremo, que es el poder desde la defenestración de Hosni Mubarak. Pero como quiera que tantos y tantos apuestan hoy, dentro y fuera del mundo árabe, por la implementación del "modelo turco" –el islamista de ahora, por supuesto, y no el laico de antes–, el papel de las Fuerzas Armadas acabará siendo relegado, por presión interna e internacional, en aras a que el poder civil, léase islamista, se imponga. El acoso al que está siendo y seguirá estando sometido el régimen sirio marca tendencia, y los militares egipcios están desgastándose cada día un poco más pues su represión de las manifestaciones en El Cairo –que han provocado 60 muertos y 2.000 heridos en lo que va de mes– y sus maniobras de cara a controlar la redacción de la nueva Constitución y a conservar sus privilegios son, probablemente, gestos tardíos una vez han dado cancha suficiente a los islamistas en todos estos meses.
Ante tales expectativas, bueno es observar a líderes crecidos, arrogantes cuando se olvidan de disimular, como Mohamed Badie (Hermanos Musulmanes) o Emad Abdel Ghafour (Al Nur) para visualizar lo que les espera a los egipcios y, por extensión, a sus vecinos próximos y lejanos.
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