Hezbollah se ha apresurado a negarlo, casi tanto como los franceses a atribuir la autoría del ataque del viernes a la milicia chií. Cinco soldados franceses resultaron heridos al explosionar una mina al paso de su vehículo cerca de Tiro, al sur del Líbano. No es el único de este año, pues los mismos franceses y los italianos han sufrido ya ataques allí. Y recordemos los seis miembros de la Brigada Paracaidista españoles caídos en parecidas circunstancias en junio de 2007.
El ataque no es ninguna sorpresa, y pone de relieve dos circunstancias que desestabilizan un país ya desequilibrado. Las revueltas en Siria contra Assad están originando temblores en toda la región, y Líbano –extensión tradicional de las aspiraciones de Damasco– no iba a ser una excepción. Francia atribuye el ataque a su posición internacional ante la represión del régimen sirio, y lo cierto es que nadie olvida que la milicia no deja de ser el brazo de Siria e Irán en el "país de los cedros".
Por otro lado, pocos dudan del rearme de Hezbollah desde 2006, y del estrepitoso fracaso de la resolución 1701 de la ONU para el país, que decretaba el total desarme de todos los grupos y milicias entre el Litani y la Línea Azul. A cumplirlo fueron enviados los cascos azules, incluidos los españoles. Éstos en condiciones poco claras, en una de las improvisaciones de Zapatero, donde se mezclaban la vergüenza y purgatorio de Irak, y el agradecimiento a la ONU por apadrinar la ya defenestrada Alianza de Civilizaciones. Pero el caso es que ahí están, entre los quince mil soldados de la ONU, al mando además de cuatro mil de ellos, mandato que la semana pasada supimos no se iba a prorrogar.
Nuestras tropas, más de mil hombres, geográficamente desplegados en una disposición estratégica muy peligrosa, no escapan al deterioro de la situación. Ambas cosas, recrudecimiento de la situación en Siria y fortalecimiento de Hezbollah (con aumento de la tensión con Israel) permanecerán o entrarán con fuerza en la agenda internacional en los próximos meses, de manera que no se pueden descartar escenarios de cualquier tipo, incluso los derivados de la posición española ante la situación en Oriente Medio. Al compromiso internacional y la solidaridad con nuestros aliados que justifican la misión española allí se oponen varias objeciones.
La primera es el aumento de la probabilidad de ataques y, por consiguiente, bajas entre nuestros soldados, más graves en caso de desestabilización general del sur del país. En este caso, las posiciones españolas se convertirían en una ratonera de complicada gestión militar y política. La segunda tiene que ver con la valoración de estos años de misión, en relación con esos peligros señalados: la mera presencia en la zona entorpece ligeramente las actividades de Hezbollah, pero no las evita, y menos su rearme de cara a una nueva agresión contra la frontera israelí. Y en tercer lugar, está el alto coste de la misión, en un momento de crisis económica en el Ministerio de Defensa que afecta a aspectos más importantes para nuestra seguridad.
Así las cosas, el nuevo Gobierno deberá sopesar con cuidado las opciones y el destino de la participación española en FINUL. Lo que pasa por preguntarnos qué España queremos en el mundo, involucrada en qué asuntos y en base a qué intereses.
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