El acertijo médico de las personas que no se enferman
De baja estatura y sorprendentemente sanas. Así son las 540 personas entre 95 y más de 100 años que, sin haber sufrido nunca de enfermedades cardíacas, cáncer, diabetes o declives cognitivos, podrían actualmente esconder el secreto de la longevidad. Todas ellas participan de una investigación iniciada en 1998 que ya está dando resultados y que busca explicar cómo es que este grupo de "súper-envejecedores" ha llegado a vivir tanto. Dato para la causa: son descendientes de judíos Ashkenazi, una comunidad que se remonta al medievo y que vivió a lo largo del Rin en Alemania.
Desde hace más de 10 años, el endocrinólogo y profesor del departamento de Genética del Albert Einstein College of Medicine, en Estados Unidos, Nir Barzilai, tiene una idea fija: acabar con las debilitantes enfermedades asociadas con el envejecimiento. En entrevista con La Tercera deja claro que lo suyo no es alargar la vida de las personas, aunque reconoce que éste terminaría siendo un efecto secundario del objetivo principal de su investigación, la creación de drogas: "Si encontramos la razón de porqué la gente vive tanto, entonces podríamos encontrar la forma de producir medicamentos que aplazarían el proceso de envejecimiento y, con eso, aplazaríamos el proceso de las enfermedades relacionadas con la edad", dice.
Algo parecido a lo que hoy haría posible el resveratrol, asegura Barzilai, un antioxidante presente en la cáscara de la uva negra que, según un estudio de la U. de Maastricht en los Países Bajos, es capaz de reducir los niveles de azúcar en la sangre de hombres obesos, al igual que su grado de hipertensión y la cantidad de grasa en el hígado. El objetivo del uso del resveratrol, que también está presente en las moras, paltas y nueces, es el tratamiento de enfermedades relacionadas con el envejecimiento y los malos hábitos de salud, dice Barzilai, pero la prevención de estos factores de riesgo conseguiría, a la vez, alargar la vida de las personas.
Para cumplir su objetivo, Barzilai y su equipo convocó a un grupo de sorprendentes personas de Nueva York y las incluyó en el Estudio de Investigación LonGenity (una mezcla de las palabras longevidad y genética). Todas son judías. Sin embargo, el asunto no tiene nada que ver con la religión ni la historia de vida de cada uno y Barzilai lo explicita: los judíos Ashkenazi no tienen un don especial que los haga vivir más ni son productores, en sí mismos, de nuevas generaciones de "súper-envejecedores", como los llama el investigador. Pero de todas formas, viven más. O, más específicamente, no sufren de las enfermedades mortales que el resto enfrenta a cierta edad, lo que, obviamente, extiende sus vidas. La razón, explica el médico, está en ciertas características genéticas que se han mantenido gracias a la bajísima variabilidad genética de este grupo. La mayoría de ellos, hasta hace muy poco, nunca habría osado casarse fuera del clan.
Precisamente, esa fue la razón por la que estas personas fueron elegidas. Los Ashkenazi son una comunidad genéticamente homogénea, lo que simplifica mucho el estudio de su ADN. Según un artículo de la New York Magazine, este grupo proviene de judíos que vivieron cerca de 2500 años atrás. Florecieron durante el imperio romano, pero luego se dispersaron y redujeron su población en varios millones a sólo 400 familias, que dejaron el norte de Italia cerca del año 1000 y se fueron a Europa Central y del Este. Una vez en ese territorio, aumentaron significativamente en número, llegando a los cerca de 18 millones. Pero luego vino el Holocausto y, con ello, la disminución de la población. Estudios genéticos como el realizado por el doctor Doron Behar, del Centro Médico Rambam, en Haifa, Israel, han demostrado que el 40% de la población Ashkenazi proviene de sólo cuatro madres judías.
El peso de la genética
Nadie duda de que los hábitos de vida saludables conducen a una vida mejor y más larga. De muestra, basta considerar lo que descubrió un estudio del Erasmus M.C. University Medical Center, en Rotterdam: la gente que ejercita diariamente vive, en promedio, cuatro años más que el resto. Sin embargo, estos son factores que sólo refuerzan ciertas condiciones que vienen dadas por la más importante de las variables: la genética.
Es el caso de los centenarios que participan del estudio del Albert Einstein College, dice el doctor Gil Atzmon, quien también forma parte del equipo del proyecto LonGenity. Según comenta a La Tercera, él está convencido que frente a a longevidad, lo que más pesa son los genes y no los hábitos. "Estas personas no tienen un estilo de vida saludable: 30% es obesa o tiene sobrepeso, 25% reporta consumo de alcohol diario, 50% no hace ningún tipo de ejercicio y sólo un 20% sigue una dieta de bajo consumo de calorías", explica.
Y no se trata de cualquier genética. El equipo de Barzilai ya ha dado con algunas de las particularidades de este grupo. Por ejemplo, ha descubierto que la longevidad es un asunto hereditario, que se relaciona con una mutación presente en este clan, la cual mantiene elevado el nivel de colesterol HDL (el "bueno") y a raya el del LDL (el "malo"). Se trata de la variante del gen CETP (en inglés), que además se vincula con un menor declive de las capacidades cognitivas, un menor riesgo de demencia y una mayor protección contra las enfermedades cardíacas. Dos copias (una de cada padre) de este gen aparecen en sólo el 9% de los sujetos de control de este estudio, mientras que el 24% de los centenarios que participan de la investigación, las posee.
Otras variantes encontradas entre los "súper-envejecedores" son las del gen APOE, que protege contra la arterioesclerosis y el Alzheimer; una variante del FOXO3A, que blinda contra la formación de tumores y la leucemia; y otra del APOC3, que resguarda de las enfermedades cardiovasculares y la diabetes. Esta última, por sí sola, implica una extensión de cuatro años de vida.
Además, está el tema de la altura. El doctor Barzilai explica que la baja estatura de los participantes podría considerarse un factor de protección si se mira el patrón de la naturaleza. "Los pequeños viven más que los altos. Por ejemplo, los ponies viven más que los caballos y los perros pequeños viven más que los grandes. En el laboratorio ocurre lo mismo con los ratones. A pesar de que entre los centenarios sólo un 2% manifiesta esta mutación funcional en la expresión de la hormona del crecimiento, entre quienes viven menos de 100 años no se registra casi ningún caso. Quizá sea sólo un 2%, pero podría ser muy importante para la investigación", concluye Barzilai.
Y pronto todos podríamos gozar de estos beneficios. Actualmente, asegura el endocrinólogo, hay dos compañías farmacéuticas que se encuentran trabajando con los resultados de su investigación para diseñar drogas que harían que los genes de la mayoría de las personas se comportaran como los de los centenarios de su experimento. Merck y Roche, dice el médico, se encuentran en la fase III de ensayos clínicos para estos medicamentos, que deberían estar listos en un año o dos.
En el futuro de esta investigación se encuentra también el secuenciamiento completo de los genomas de todos los participantes de este estudio, que se extenderá a la descendencia de los centenarios para asegurar la veracidad de lo descubierto hasta ahora. "Como ves, diseñar drogas no está lejos", concluye un entusiasta Barzilai.
106 años y contando
Uno de los casos más notables del proyecto LonGenity es el de Irving Kahn, un hombre que cumplirá 106 años en diciembre y que "excepto por una ocasional visita al médico por un resfrío, nunca ha faltado un día al trabajo en más años de los que puede recordar". Es judío Ashkenazi y participa de la investigación de Barzilai, detalla la New York Magazine.
El empresario, cuyos tres hermanos también son parte del estudio (en 2001, cuando la menor, Helen, cumplió 100 años, pasaron a ser el cuarteto de hermanos más viejo del mundo), sigue al mando de la compañía que fundó y en la que también trabajan sus hijos. Allí revisa cada transacción, a pesar de los problemas obvios, aunque menores, de su avanzada edad.
Ya no ve ni escucha como antes, pero eso no le reporta mayores inconvenientes: cuando la degeneración macular empezó a dificultarle leer del computador, aprendió cómo agrandar las letras en la pantalla.
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