Con un ojo semicerrado y el otro escudriñando al que entrevista, Claude Lanzmann pasea soberbia y surcos a sus 85 con la tranquilidad de ser alguien no sólo en la historia de Francia, "que eso no es nada", sino "en la del mundo". Filmó la obra única que es Shoah, esas nueve horas de épica testimonial en torno al holocausto, formó parte de la intelectualidad francesa de la segunda mitad del XX y fundó junto a Sartre y Beauvoir (de quien fue amante), la revista Les temps modernes, que hoy dirige. Todo esto después de haber pertenecido a la resistencia francesa y de haber escapado al genocidio. Ahora lo cuenta todo en un libro, La liebre de la Patagonia, unas memorias atípicas y sin orden cronológico que ayer estuvo presentando en el Instituto Francés de Madrid y que han sido un éxito de ventas en Francia. "En mí país soy querido, amado, venerado, odiado y detestado, pero he alcanzado la posteridad", presume.
PREGUNTA.- Escribe usted de su propia vida como si la hubiera vivido otra persona o como si la suya fuera la peripecia de un personaje de ficción.
RESPUESTA.- No es exactamente así pero tampoco son unas memorias. Fue mi editor francés quien me obligó a poner memorias para poder encasillar el libro en una categoría clara. Al igual que el resto de mis trabajos, como sucede con Shoah, hablamos de obras inclasificables. El orden no existe en este libro aunque sí existe un criterio, el de la memoria, es decir, el de lo que en mi memoria es más importante. Por eso empiezo con un capítulo dedicado a cómo se puede infligir la pena de muerte a una persona. De allí desemboco en mi experiencia personal, en concreto en mi tiempo en la resistencia contra los alemanes, preguntándome qué habría hecho yo en el caso de haber sido capturado, en relación a los que se suicidaron para no hablar. Y me pregunto: ¿Habría sido yo capaz de suicidarme? El tema del valor frente a la cobardía es el eje del libro y la arquitectura de la obra es a la vez libre, rigurosa y sutil.
P.- ¿Hasta qué punto ha sido sincero? ¿Ha guardado muchas cosas? ¿Es difícil para alguien que ha retratado el siglo XX con tanta fidelidad retratar la vida propia?
R.- Claro, no lo he contado todo... Está lo importante y lo muy importante. Es un libro muy íntimo y a la vez libre, pero no por ello triste, hay muchas ocasiones para reírse. Es un libro novelesco porque mi vida ha sido novelesca, he sido una persona libre que ha asumido retos que otras personas no habrían asumido y he procurado no estar encorsetado en leyes. Mi vida ha consistido en el inconformismo en los momentos más relevantes.
P.- ¿Habría suprimido algún pasaje de esa vida o del libro?
R.- ¿Suprimir? ¿Por qué?
P.- Todos nos arrepentimos de ciertas decisiones...
R.- No, quitar partes me convertiría en otra persona. Yo no me juzgo, ni entro a valorar lo que he hecho bien o mal. El reto ha sido el valor de la sinceridad a la hora de decir cosas que no eran agradables. Pero lo importante es que fuera veraz, ahí está la riqueza del libro. En cuanto a partes favoritas, pues hay muchas, hay capítulos muy bonitos y también hay frases realmente bellas, porque esto también es una obra de literatura, de gran literatura.
P.- La liebre de la Patagonia ha tenido mucho éxito en Francia. ¿Se siente querido allí? ¿Se percibe como parte de la historia de su país?
R.- En mi país soy respetado, amado, adorado, odiado, detestado... todo a la vez. Pero Francia no es nada, habrá querido decir en la historia del mundo. De hecho, sus colegas de El País escriben que con este libro he conseguido la posteridad.
P.- ¿Es que no se la había dado Shoah?
R.- Sí, lo cierto es que ya lo había hecho con esta obra, que está reconocida mundialmente como un documento único, histórico. Y de hecho este libro está en sintonía con Shoah. Hace dos meses en Alemania recibí el gran premio de literatura (saca de una carpeta azul varias páginas de periódicos alemanes con su fotografía en la apertura y traduce): "aquí dice: 'una vida dedicada a la grandeza del espíritu'. Y en este otro: 'un héroe y un enorme valiente', y lo firma una descendiente de Wagner...
P.- ¿De alguna manera, cuando rodó Shoah, había también una intención de trascendencia, de alcanzar la inmortalidad más allá del hecho de hacer justicia?
R.- No, no la hubo, sólo lo hice para dar a conocer lo que fue el genocidio.
P.- En el libro da la sensación de que habla del largo rodaje de Shoah como de unos años oscuros, en los que usted estaba muy absorbido por su material. ¿Llegó a no verle el final?
R.- Y menos mal que lo estaba, si no, aún no lo habría acabado (ríe). No es tanto una época oscura como un tiempo difícil, a veces muy difícil. Cuando lo acabé no sentí una alegría particular, porque siempre supe que en algún momento iba a terminar. No de golpe, no como para poder pasar página. De hecho, cuando terminó el rodaje empezó una tarea enorme que fue la del subtitulado, y luego tuve que pelear por la película, porque no tenía dinero ni siquiera para la primera copia. Y una película de nueve horas subtitulada es muy cara.
P.- De lo que más ha hablado la prensa tras la publicación del libro es de su relación con Sartre y Simone de Beauvoir, de la que fue amante. Usted dice que ellos le enseñaron el mundo. ¿Qué les enseñó usted a ellos?
R.- Ellos me enseñaron a pensar y yo les di que pensar, así podría resumirlo. Simone de Beauvoir me enseñó España, por ejemplo, vine con ella varias veces en tiempos de Franco. Yo les enseñé cómo fue el exterminio y las dificultades y contradicciones de una vida como la mía.
P.- ¿Por qué se define como un mal judío? ¿En qué consiste eso?
R.- Soy un curioso mal judío. Y, desde luego, para ser un mal judío la verdad es que he consagrado un buen tercio de mi vida a estas cuestiones. Cuando digo mal judío quiero decir que no he sido educado en la religión, pero considero que hay dos tipos de judíos, el de la positividad, que basa el ser judío en la práctica, y el de la negatividad, entre los que me encuentro. No es que me haya convertido en judío, porque siempre lo he sido, pero me he ido sensibilizando. En mi vida lo que ha jugado un papel central han sido el antisemitismo, la persecución, la empresa nazi del exterminio... y aunque ni a mí ni a nadie de mi familia nos detuvieron lo cierto es que podía haber ocurrido. En definitiva, los rabinos me dicen: "Alguien que ha hecho Shoah no puede ser un mal judío".
P.- Sus declaraciones pro israelíes han sido muy polémicas. ¿Por qué es tan complejo hablar de esta zona del mundo y salir ileso?
R.- Son prejuicios. Hablo de Israel en mi libro como hablo de Alemania y de España, y además lo hago con conocimiento de causa, a diferencia de mucha gente que habla sin saber. He hecho películas sobre Israel. Mi primera película, seleccionada para el Festival de Nueva York en el 73, se titula Por qué Israel, sin interrogación. Y es una película de gran belleza sin ser propaganda, huye del maniqueísmo y muestra las contradicciones y las dificultades de un país joven que intenta construirse después de una catástrofe como fue la de Shoah. Mi segunda película, del 94, Tsahal, sobre el ejército israelí, habla de las injusticias que se dicen y sobre el valor, sobre las armas, sobre el sacrificio y el número de muertos que ha resultado de todas las guerras en las que ha entrado Israel. Y también sobre el peligro existencial al que se enfrenta el país. Pero no escondo en ningún momento sus contradicciones o sus excesos, que los hay.
P.- Ese país le valió la enemistad con Godard.
R.- Godard dijo tonterías y yo me limité a transmitir lo que él había dicho. ¿Lo preguntas porque Godard es un dios o algo parecido?
P.- Lo pregunto porque, como usted, es un peso pesado de la cultura europea. Ambos tienen ese carácter de semidioses, si lo quiere llamar así.
R.- Pues, de hecho, casi hicimos una película juntos Godard y yo... No éramos amigos, él dijo tonterías, lo reconoció y me propuso que hiciéramos la película, pero yo no quise.
Fuente:elmundo.es
PREGUNTA.- Escribe usted de su propia vida como si la hubiera vivido otra persona o como si la suya fuera la peripecia de un personaje de ficción.
RESPUESTA.- No es exactamente así pero tampoco son unas memorias. Fue mi editor francés quien me obligó a poner memorias para poder encasillar el libro en una categoría clara. Al igual que el resto de mis trabajos, como sucede con Shoah, hablamos de obras inclasificables. El orden no existe en este libro aunque sí existe un criterio, el de la memoria, es decir, el de lo que en mi memoria es más importante. Por eso empiezo con un capítulo dedicado a cómo se puede infligir la pena de muerte a una persona. De allí desemboco en mi experiencia personal, en concreto en mi tiempo en la resistencia contra los alemanes, preguntándome qué habría hecho yo en el caso de haber sido capturado, en relación a los que se suicidaron para no hablar. Y me pregunto: ¿Habría sido yo capaz de suicidarme? El tema del valor frente a la cobardía es el eje del libro y la arquitectura de la obra es a la vez libre, rigurosa y sutil.
P.- ¿Hasta qué punto ha sido sincero? ¿Ha guardado muchas cosas? ¿Es difícil para alguien que ha retratado el siglo XX con tanta fidelidad retratar la vida propia?
R.- Claro, no lo he contado todo... Está lo importante y lo muy importante. Es un libro muy íntimo y a la vez libre, pero no por ello triste, hay muchas ocasiones para reírse. Es un libro novelesco porque mi vida ha sido novelesca, he sido una persona libre que ha asumido retos que otras personas no habrían asumido y he procurado no estar encorsetado en leyes. Mi vida ha consistido en el inconformismo en los momentos más relevantes.
P.- ¿Habría suprimido algún pasaje de esa vida o del libro?
R.- ¿Suprimir? ¿Por qué?
P.- Todos nos arrepentimos de ciertas decisiones...
R.- No, quitar partes me convertiría en otra persona. Yo no me juzgo, ni entro a valorar lo que he hecho bien o mal. El reto ha sido el valor de la sinceridad a la hora de decir cosas que no eran agradables. Pero lo importante es que fuera veraz, ahí está la riqueza del libro. En cuanto a partes favoritas, pues hay muchas, hay capítulos muy bonitos y también hay frases realmente bellas, porque esto también es una obra de literatura, de gran literatura.
P.- La liebre de la Patagonia ha tenido mucho éxito en Francia. ¿Se siente querido allí? ¿Se percibe como parte de la historia de su país?
R.- En mi país soy respetado, amado, adorado, odiado, detestado... todo a la vez. Pero Francia no es nada, habrá querido decir en la historia del mundo. De hecho, sus colegas de El País escriben que con este libro he conseguido la posteridad.
P.- ¿Es que no se la había dado Shoah?
R.- Sí, lo cierto es que ya lo había hecho con esta obra, que está reconocida mundialmente como un documento único, histórico. Y de hecho este libro está en sintonía con Shoah. Hace dos meses en Alemania recibí el gran premio de literatura (saca de una carpeta azul varias páginas de periódicos alemanes con su fotografía en la apertura y traduce): "aquí dice: 'una vida dedicada a la grandeza del espíritu'. Y en este otro: 'un héroe y un enorme valiente', y lo firma una descendiente de Wagner...
P.- ¿De alguna manera, cuando rodó Shoah, había también una intención de trascendencia, de alcanzar la inmortalidad más allá del hecho de hacer justicia?
R.- No, no la hubo, sólo lo hice para dar a conocer lo que fue el genocidio.
P.- En el libro da la sensación de que habla del largo rodaje de Shoah como de unos años oscuros, en los que usted estaba muy absorbido por su material. ¿Llegó a no verle el final?
R.- Y menos mal que lo estaba, si no, aún no lo habría acabado (ríe). No es tanto una época oscura como un tiempo difícil, a veces muy difícil. Cuando lo acabé no sentí una alegría particular, porque siempre supe que en algún momento iba a terminar. No de golpe, no como para poder pasar página. De hecho, cuando terminó el rodaje empezó una tarea enorme que fue la del subtitulado, y luego tuve que pelear por la película, porque no tenía dinero ni siquiera para la primera copia. Y una película de nueve horas subtitulada es muy cara.
P.- De lo que más ha hablado la prensa tras la publicación del libro es de su relación con Sartre y Simone de Beauvoir, de la que fue amante. Usted dice que ellos le enseñaron el mundo. ¿Qué les enseñó usted a ellos?
R.- Ellos me enseñaron a pensar y yo les di que pensar, así podría resumirlo. Simone de Beauvoir me enseñó España, por ejemplo, vine con ella varias veces en tiempos de Franco. Yo les enseñé cómo fue el exterminio y las dificultades y contradicciones de una vida como la mía.
P.- ¿Por qué se define como un mal judío? ¿En qué consiste eso?
R.- Soy un curioso mal judío. Y, desde luego, para ser un mal judío la verdad es que he consagrado un buen tercio de mi vida a estas cuestiones. Cuando digo mal judío quiero decir que no he sido educado en la religión, pero considero que hay dos tipos de judíos, el de la positividad, que basa el ser judío en la práctica, y el de la negatividad, entre los que me encuentro. No es que me haya convertido en judío, porque siempre lo he sido, pero me he ido sensibilizando. En mi vida lo que ha jugado un papel central han sido el antisemitismo, la persecución, la empresa nazi del exterminio... y aunque ni a mí ni a nadie de mi familia nos detuvieron lo cierto es que podía haber ocurrido. En definitiva, los rabinos me dicen: "Alguien que ha hecho Shoah no puede ser un mal judío".
P.- Sus declaraciones pro israelíes han sido muy polémicas. ¿Por qué es tan complejo hablar de esta zona del mundo y salir ileso?
R.- Son prejuicios. Hablo de Israel en mi libro como hablo de Alemania y de España, y además lo hago con conocimiento de causa, a diferencia de mucha gente que habla sin saber. He hecho películas sobre Israel. Mi primera película, seleccionada para el Festival de Nueva York en el 73, se titula Por qué Israel, sin interrogación. Y es una película de gran belleza sin ser propaganda, huye del maniqueísmo y muestra las contradicciones y las dificultades de un país joven que intenta construirse después de una catástrofe como fue la de Shoah. Mi segunda película, del 94, Tsahal, sobre el ejército israelí, habla de las injusticias que se dicen y sobre el valor, sobre las armas, sobre el sacrificio y el número de muertos que ha resultado de todas las guerras en las que ha entrado Israel. Y también sobre el peligro existencial al que se enfrenta el país. Pero no escondo en ningún momento sus contradicciones o sus excesos, que los hay.
P.- Ese país le valió la enemistad con Godard.
R.- Godard dijo tonterías y yo me limité a transmitir lo que él había dicho. ¿Lo preguntas porque Godard es un dios o algo parecido?
P.- Lo pregunto porque, como usted, es un peso pesado de la cultura europea. Ambos tienen ese carácter de semidioses, si lo quiere llamar así.
R.- Pues, de hecho, casi hicimos una película juntos Godard y yo... No éramos amigos, él dijo tonterías, lo reconoció y me propuso que hiciéramos la película, pero yo no quise.
Fuente:elmundo.es
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