La retirada de las tropas españolas de Irak supuso un duro golpe, tanto para nuestro país como para nuestras Fuerzas Armadas: el oprobio de la huída podemos hacerlo recaer en nuestro país sobre Zapatero y José Bono, pero lo cierto es que tanto España como su ejército fueron las víctimas en términos de imagen y de relaciones diplomáticas y militares. En vez de apoyar la democratización de Oriente Medio con nuestros aliados, la España de Zapatero pasó a defender la Alianza de Civilizaciones, la cesión ante regímenes y grupos poco recomendables. Y nuestras tropas pasaron de participar en misiones de apuntalamiento de la democracia a buscar meterse en los menores líos posibles y escurrir el bulto.
En el Líbano, se sustanciaron ambas cosas. Kofi Annan apoyó en nombre de la ONU la estrafalaria Alianza de Civilizaciones de Zapatero. Dio publicidad e impulsó algo que hasta entonces sólo había interesado a dictaduras árabes y africanas. A cambio, Zapatero enviaba tropas para la restaurada en 2006 misión de la ONU en el país, para la que tras la guerra entre las milicias islamistas e Israel no encontraba voluntarios. Para hacer cumplir la resolución 1701 del Consejo de Seguridad, que en su punto octavo exige "el desarme de todos los grupos armados del Líbano para que, de conformidad con la decisión del Gobierno del Líbano de fecha 27 de julio de 2006, no haya más armas ni autoridad en el Líbano que las del Estado libanés". En verdad, la inestabilidad y la guerra con el vecino del sur la había iniciado Hezbolah, pero como siempre poco preocupaba a la ONU esto si no era achacable a Israel.
En el fondo, Hezbolah no quería desarmarse, el Gobierno del Líbano ni podía ni quería obligarle, y la ONU ni se atrevía ni se atreve, ni desea hacerlo. Para Israel algo era algo, porque las patrullas de los cascos azules, por ineficientes que fuesen para desarrollar la misión, al menos entorpecían el rearme de Hezbolah hasta la próxima vez. El ataque islamista contra España en de junio de 2007 en el que murieron seis soldados españoles, dejaba claro quien mandaba realmente en el sur del país, y a qué estaba dispuesto a llegar. Como es de bien nacidos ser agradecidos, el general Alberto Asarta ha denunciado desde entonces en alguna ocasión la violación por parte de Israel de la resolución 1701, pero se ha guardado bien en hacer lo propio con Hezbolah, cuyas milicias callejeras han metido en ocasiones en buenos líos a sus hombres, hostigándoles e impidiendo que realicen la misión que supuestamente deben realizar, y por la que él mismo ha sido condecorado.
Lo único claro es que las acusaciones sobre la connivencia de la FINUL con Hezbolah se han repetido, y han alcanzado de lleno a las operaciones de nuestras tropas allí. A cambio de no ser atacados, se evitan encontronazos con Hezbolah pasando por alto las violaciones explícitas de la resolución 1701, y las tropas se concentran en labores secundarias, desde ayuda humanitaria a apertura de caminos a labores de desminado y de desactivación de proyectiles sin explotar. Más allá de estas banalidades, los roces con Hezbolah se solucionan siempre dando los españoles media vuelta y evitando cualquier enfrentamiento, actitud apuntalada por la acción del CNI en la zona. El resultado de la aventura libanesa es que Hezbolah sigue rearmándose, que la Resolución 1701 sigue sin cumplirse, y que una nueva guerra con Israel está más cerca que cuando Zapatero envió allí a las tropas. Gran éxito el de Líbano, Líbano, Líbano que ha repetido Chacón esta semana.
No hay comentarios:
Publicar un comentario