En estos tiempos de comida rápida internáutica, encontrar un territorio
digital que da generoso espacio a la palabra y que entrevista a la vieja
usanza es todo un lujo. Se trata de la web Jot Down, cuyas entrevistas
son un goce intelectual, guste poco o mucho el entrevistado. Recuerdo
que me impresionó la enorme preparación de E.J. Rodríguez, el periodista
que me entrevistó hace cosa de un año.
Y, desde entonces, decenas de grandes entrevistas, cuya seducción radica en la profundidad del periodista que interroga incisivamente, como un buen cirujano. La última es a Maruja Torres, cuyo interés me resulta escaso, no en vano me conozco su manual de tópicos, pero con todo, tiendo a leer incluso aquello que me repele, porque nunca se sabe dónde aprendemos algo.
En este caso, lo único que he aprendido ha sido que la gran Maruja me desprecia profundamente -vamos bien, es mutuo-, que reduce mis años de profesión a la caricatura -buen ejercicio: yo podría reducir los suyos a uno de esos artículos diciendo que le encantaría hacérselo con su perrito-, y que por supuesto no me lee -entonces, ¿cómo sabe que soy detestable?-. Pero todo esto no tendría importancia porque los dardos envenenados que se entrecruzan en el cielo periodístico son insustanciales, y no merecen una columna. Sin embargo, uno de los insultos que me dedica es un clásico de la difamación y por ello, por clásico y general, más que por personal, creo que merece la reflexión.
Dice Maruja, en su afán por considerar Israel lo peor de la humanidad -lo sitúa al mismo nivel que Irán- que Adolfo García Ortega (quien también escribió contra Günter Grass), servidora y algunos otros estamos "más o menos en nómina, sentimental o real" del pérfido sionismo. No sé si de los servicios de inteligencia, del Gobierno israelí o de los judíos de Wall Street. Y así, de un plumazo, la doña amiga de cualquier ayatolá que grite contra Israel niega el derecho de otros a pensar distinto. ¡Qué vanidad la suya!: o piensas como ella o eres un simple sicario. Ciertamente lo fácil sería responder con la misma moneda y preguntarse si Maruja Torres no está en nómina sentimental o real de Hizbulah, o del Gobierno sirio, ese amigo del pueblo, o de Hamas, que todos estos no son precisamente pobres. ¿O es que el argumento no es de ida y vuelta? Pero a diferencia de ella, creo que despreciar las ideas de los contrarios, cayendo en el simplismo de matar al mensajero difamándolo, es propio de mentes obtusas y simples. Quizás es que esta buena amiga se ha quedado sin argumentos para rebatir los que otros ponemos sobre la mesa, y ya no sabe cómo justificar su desaforado antiisraelismo. Sea como sea, qué triste que un clásico del antisemitismo fascista, vinculado al dinero y a los judíos, esté en boca de una diva de la izquierda libertadora.
Lo dicho en muchas ocasiones: los extremos se tocan.
Y, desde entonces, decenas de grandes entrevistas, cuya seducción radica en la profundidad del periodista que interroga incisivamente, como un buen cirujano. La última es a Maruja Torres, cuyo interés me resulta escaso, no en vano me conozco su manual de tópicos, pero con todo, tiendo a leer incluso aquello que me repele, porque nunca se sabe dónde aprendemos algo.
En este caso, lo único que he aprendido ha sido que la gran Maruja me desprecia profundamente -vamos bien, es mutuo-, que reduce mis años de profesión a la caricatura -buen ejercicio: yo podría reducir los suyos a uno de esos artículos diciendo que le encantaría hacérselo con su perrito-, y que por supuesto no me lee -entonces, ¿cómo sabe que soy detestable?-. Pero todo esto no tendría importancia porque los dardos envenenados que se entrecruzan en el cielo periodístico son insustanciales, y no merecen una columna. Sin embargo, uno de los insultos que me dedica es un clásico de la difamación y por ello, por clásico y general, más que por personal, creo que merece la reflexión.
Dice Maruja, en su afán por considerar Israel lo peor de la humanidad -lo sitúa al mismo nivel que Irán- que Adolfo García Ortega (quien también escribió contra Günter Grass), servidora y algunos otros estamos "más o menos en nómina, sentimental o real" del pérfido sionismo. No sé si de los servicios de inteligencia, del Gobierno israelí o de los judíos de Wall Street. Y así, de un plumazo, la doña amiga de cualquier ayatolá que grite contra Israel niega el derecho de otros a pensar distinto. ¡Qué vanidad la suya!: o piensas como ella o eres un simple sicario. Ciertamente lo fácil sería responder con la misma moneda y preguntarse si Maruja Torres no está en nómina sentimental o real de Hizbulah, o del Gobierno sirio, ese amigo del pueblo, o de Hamas, que todos estos no son precisamente pobres. ¿O es que el argumento no es de ida y vuelta? Pero a diferencia de ella, creo que despreciar las ideas de los contrarios, cayendo en el simplismo de matar al mensajero difamándolo, es propio de mentes obtusas y simples. Quizás es que esta buena amiga se ha quedado sin argumentos para rebatir los que otros ponemos sobre la mesa, y ya no sabe cómo justificar su desaforado antiisraelismo. Sea como sea, qué triste que un clásico del antisemitismo fascista, vinculado al dinero y a los judíos, esté en boca de una diva de la izquierda libertadora.
Lo dicho en muchas ocasiones: los extremos se tocan.
Fuente:lavanguardia.com
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