Richard Goldstone ha sido juez de la Corte Constitucional de Sudáfrica, fiscal principal de los tribunales internacionales para la antigua Yugoslavia y Ruanda, presidente de la Investigación Internacional Independiente sobre Kosovo, profesor visitante en Harvard y Cambridge; y ha recibido doctorados honoris causa en universidades de Canadá, Holanda, el Reino Unido, Sudáfrica y EEUU. |
Cuando el Consejo de Derechos Humanos de la ONU lo eligió para encabezar una comisión investigadora sobre lo ocurrido durante la guerra que enfrentó al grupo terrorista Hamás y al Estado de Israel en 2008-09, se daba por sentado que las conclusiones de aquélla se verían reforzadas por el peso de su reputación. Y como era judío, la crítica a Israel cobraría una mayor legitimidad.
El Informe Goldstone concluyó que, "posiblemente", ambas partes habían cometido "crímenes contra la humanidad" y crímenes de guerra. Fue la primera vez que la ONU investigó y documentó actos de terrorismo perpetrados por Hamás, pero, como era previsible, focalizó sus críticas en el Estado judío, al que acusó de lanzar "un ataque deliberadamente desproporcionado" y "diseñado para castigar, humillar y aterrorizar a la población civil [de Gaza]".
El informe tuvo una gran repercusión en el mundo entero. Israel rechazó sus conclusiones; Hamás las respaldó.
Al cabo de un tiempo, pasado el linchamiento mediático y diplomático, cuando la imagen de Israel ante la opinión pública mundial estaba –una vez más– hecha trizas, Richard Goldstone publicó una nota de opinión en The Washington Post (1-IV-2011) en la que reconocía no haber dispuesto de todos los datos cuando acusó a Jerusalem de cometer crímenes de guerra. "Si yo hubiera sabido entonces lo que sé ahora", escribió el juez sudafricano, "el Reporte Goldstone hubiera sido diferente".
En su artículo, Goldstone confesaba que los civiles palestinos no habían sido atacados deliberadamente y reconocía la seriedad de las investigaciones llevadas a cabo por las propias Fuerzas de Defensa de Israel relativas al comportamiento de sus efectivos en dicho conflicto. Con una franqueza rayana en la ingenuidad, el sudafricano lamentaba que Hamás no hubiera hecho otro tanto. "A fin de cuentas, pedir a Hamás que investigue puede haber sido una iniciativa equivocada". (Se necesita ser un oficial de la ONU para llegar a esta conclusión ex post facto).
Siete meses después, Goldstone publicó otra nota de opinión, esta vez en The New York Times (1-XI-2011), en la que distinguía la crítica legítima a Israel de la demonización del Estado judío y destacaba el hecho de que éste es una democracia en estado de guerra con vecinos que repudian su existencia. Asimismo, subrayó que las relaciones judeo-árabes en Israel y en Cisjordania no pueden ser "reducidas a una narrativa de discriminación judía" y advirtió contra la tentación de hacer comparaciones superficiales entre la Sudáfrica del apartheid, extinta en 1994, y el Israel de hoy. "La acusación de que Israel es una Estado-apartheid es falsa y maliciosa; en vez de promoverlo, dificulta la consecución de la paz y la armonía".
Estos dos artículos tuvieron su impacto en el ámbito diplomático y en el mundillo de los especialistas y los especialmente interesados en este asunto, pero no recibieron ni de lejos la misma atención internacional que el Informe Goldstone. La principal responsable de ello es la prensa, que eligió dar voz a lo que condenaba a Jerusalem y poner sordina a lo que la exoneraba. Con el foco puesto sobre los medios de comunicación en lengua española, Revista de Medio Oriente informó de que ningún medio de ese ámbito se hizo eco de la última nota de opinión de Goldstone. En un comunicado titulado "La prensa que alabó a Goldstone por acusar al Estado de Israel, ahora lo ignora por defenderlo", la publicación de monitoreo de medios en español sentenció: la acusación despertó cobertura; la retractación y defensa de Israel suscitó indiferencia.
Richard Goldstone debió haberlo previsto. Nunca debió dejarse seducir por el falso prestigio que confiere el sistema de las Naciones Unidas. Como juez comprometido con la verdad, jamás debió consentir que un documento difamatorio llevara su firma. Como figura de renombre global, no debió permitir que su nombre y su credo fuesen usados para validar una mentira. Es bueno que haya comenzado a enmendar el daño que causó, aunque para balancear un reporte de 575 páginas va a tener que escribir unos cuantos artículos.
Parece una ocupación digna para un arrepentido. El único problema es que sólo unos pocos tomarán nota.
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